Alemania, considerada alguna vez como el “enfermo de Europa”, vuelve a estar enferma. Su economía se desacelera más que el resto de Europa y podría entrar en recesión. ¿Podrá recuperarse pronto?
Los factores que explican el bajo rendimiento de Alemania no son difíciles de discernir. Como en gran parte del mundo desarrollado, el crecimiento de la productividad ha sido lento durante algún tiempo. Asimismo, desde la pandemia del COVID-19, la inflación -incluida el alza de los precios de la energía- ha hecho mella en el crecimiento. La guerra de Ucrania agravó estos vientos en contra, sobre todo al obligar a Europa a reemplazar los combustibles fósiles rusos por sustitutos más caros. Los precios más elevados de la energía han afectado en especial a la economía sumamente industrial de Alemania.
Alemania también se enfrenta a una caída de la demanda de sus exportaciones, debido a la atonía del crecimiento mundial, la debilidad de mercados clave (especialmente China) y la creciente competencia extranjera en el sector automotriz y de maquinaria industrial avanzada. Pero las exportaciones son vitales para el modelo económico de Alemania: el país registra desde hace tiempo superávits comerciales (y de cuenta corriente) que compensan la insuficiente demanda agregada interna.
Por otra parte, la economía adolece de escasez de mano de obra. Como ocurre en la mayoría de los países desarrollados, así como en China, la población alemana está envejeciendo. Con 1,35 nacimientos por mujer, la fertilidad está muy por debajo de la tasa de reemplazo de 2,1. Si a esto se suma la creciente longevidad, la tasa de dependencia de Alemania -la proporción de personas dependientes (mayores y jóvenes) respecto a la población en edad de trabajar- está en aumento, lo que tensiona los sistemas de seguridad social y asistencia sanitaria. La población activa ya se ha estabilizado en torno a los 44 millones de personas y, a menos que cambie algo sustancial -por ejemplo, que aumente significativamente la participación en la fuerza laboral o la inmigración neta-, empezará a reducirse en los próximos diez años.
La última vez que Alemania se enfrentó a retos económicos tan serios, a finales de los años 1990, el gobierno, en colaboración con la industria y los trabajadores, llevó a cabo reformas de gran alcance. Este esfuerzo incluyó un cambio estructural crucial: los sectores industriales alemanes pasaron a ocupar los segmentos de alto valor agregado de las cadenas de suministro, mientras que otros segmentos se trasladaron a países con costos más bajos, incluidas las economías emergentes poscomunistas de Europa Central y del este. En 2006, Alemania superaba a otras economías europeas grandes, y esto siguió así hasta 2017.
Replicar este éxito hoy requeriría que Alemania se pusiera a la vanguardia de la transformación digital. Afortunadamente, a Alemania no le falta talento, actividad empresarial ni capacidad innovadora. BioNTech, con sede en Mainz, es una empresa líder en el desarrollo de vacunas y tratamientos oncológicos, con una creciente presencia a nivel global. Berlín, Múnich y Hamburgo cuentan con ecosistemas empresariales y centros de innovación. Cuarenta y seis unicornios alemanes -la mayoría en sectores relacionados con la tecnología digital- han recibido financiación de empresas nacionales e internacionales de capital riesgo y de capital privado.
Pero los avances tecnológicos se producen más rápidamente en mercados muy grandes e integrados, porque los retornos sobre las costosas inversiones iniciales en innovación son mayores cuando el mercado total al que está dirigida es mayor. Esto significa que los avances en Alemania dependerán, en gran medida, de la política europea.
Algunos podrían argumentar que el principal problema aquí es que la economía mundial es cada vez más fragmentada, más complicada y menos abierta -quizá de manera permanente-. Y esto efectivamente plantea desafíos importantes, especialmente para una economía industrial orientada a las exportaciones como la de Alemania.
Pero un obstáculo aún mayor para el cambio estructural en la economía impulsada por el sector digital, en especial en Alemania, es la creciente brecha de tecnología digital entre la Unión Europea y las otras dos potencias económicas mundiales, Estados Unidos y China. Puede resultar tentador restarle importancia a esta brecha, porque las divergencias pueden aparecer en cualquier sector a lo largo del tiempo y entre países. Pero las tecnologías digitales no forman parte de un solo sector; son esenciales para la transformación tecnológica y estructural de todos los sectores económicos, incluida la fabricación industrial.
En su informe de septiembre de 2024 sobre la competitividad europea, Mario Draghi, exjefe del Banco Central Europeo y primer ministro de Italia, examinó las principales causas del déficit tecnológico de la UE. Quizá lo que resulta inconveniente para Alemania es que algunas de ellas -por caso, la escasez de investigación básica en ciencia y tecnología- solo pueden abordarse a nivel de la UE, ya que requieren de una financiación y una administración centralizadas. Del mismo modo, la integración del sector de servicios y del mercado de capitales -vital para que los innovadores europeos puedan aprovechar todas las ventajas de su economía de envergadura- exigirá una actuación coordinada entre países.
También podría ser necesario reconsiderar las estrategias regulatorias a nivel de la UE. Hoy por hoy, las megaplataformas que sustentan los mayores sistemas de computación en la nube -que generan empresas derivadas, financian la investigación básica (especialmente en computación cuántica, inteligencia artificial y aplicaciones de la IA en la ciencia) y apoyan el desarrollo de la IA- se encuentran principalmente en Estados Unidos y China.
Sin duda, los actores principales -Microsoft Azure, Amazon Web Services y Google- han establecido grandes centros de datos en Europa, incluida Alemania, para servir a los mercados locales, aprovechar las grandes reservas de talento científico de Europa y cumplir con las normas de protección de datos y las regulaciones sobre IA de la UE. Pero no existen entidades nacionales comparables. Esto ha contribuido a un sesgo normativo y político hacia la mitigación del riesgo y la seguridad de los datos, prestando menos atención al aprovechamiento del potencial de la tecnología y a la creación de un entorno propicio para la transformación estructural digital.
Un último imperativo para Europa -y en particular para Alemania- es avanzar en la transformación digital de los sectores industriales, incluido el automotriz, donde los avances de China en baterías para vehículos eléctricos y energía solar representan una enorme amenaza competitiva. Esto exigirá que las empresas tradicionales superen la inercia organizativa y abandonen mentalidades y modelos caducos. Y lo que es más importante, requerirá ingeniería de software a gran escala. Pero Europa no cuenta actualmente con suficientes personas calificadas para estos puestos. Si bien un aumento de la productividad de la ingeniería de software impulsado por la IA podría ayudar a aliviar este cuello de botella, seguirá siendo esencial contar con un gran volumen de talento en ingeniería. Los cambios en la política de inmigración pueden ayudar en este sentido.
Pero hay motivos para que el optimismo sea cauteloso. La flamante empresa china DeepSeek acaba de asombrar al mundo de la inteligencia artificial al demostrar que un modelo lingüístico de vanguardia puede entrenarse de forma más barata y con menos potencia de cálculo de lo que se pensaba. Este descubrimiento reduce potencialmente el déficit de la UE en la infraestructura informática necesaria para apoyar el desarrollo avanzado de la IA, creando así una oportunidad para que Alemania, y Europa en general, acorten distancias con los actuales líderes tecnológicos a nivel mundial. Pero el éxito solo será posible si los líderes de la UE, los gobiernos nacionales y la industria trabajan mancomunadamente para movilizar el capital humano necesario y realizar las inversiones que hagan falta, sobre todo en infraestructura digital.
Michael Spence, premio Nobel de Economía, es profesor emérito de Economía y exdecano de la Escuela de Negocios de Posgrado de la Universidad de Stanford y coautor (con Mohamed A. El-Erian, Gordon Brown y Reid Lidow) de Permacrisis: A Plan to Fix a Fractured World (Simon & Schuster, 2023).
Copyright: Project Syndicate, 2025.
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