Me decidí por este título para el artículo a raíz de la conversación que tuve recientemente en Cúcuta con un viejo amigo venezolano, comunista y estudioso del marxismo. Lo conocí alrededor de 1967 en la UCV. Era un comunista que hacía críticas a la URSS y la enorme represión y persecución política en Cuba. En realidad, su visión era humanista, muy cercana al Marx de los Manuscritos Económicos y Filosóficos. En el gobierno del presidente Caldera se acogió a la pacificación, estuvo en el debate de ruptura del PCV, pero no se afilió al MAS, ni permaneció en el PCV. Prefirió el trabajo de base y formó un grupo con obreros, con la idea de formar una vanguardia proletaria. En 1991 conoció que había un grupo de militares trabajados por grupos de izquierda. Tenía desconfianza hacia ellos, cuestión que se acentuó, pues, las promesas para el golpe de febrero 92 de entregar armas a los revolucionarios no se dieron por órdenes del mismo Chávez. Sin embargo, su grupo en 1998 decidió apoyarlo en las elecciones, porque consideraban una buena coyuntura para desmantelar el bipartidismo.
En su relato, mi amigo, dijo que, en conversaciones con Chávez, por mediación de José Urbina, aquel planteó tres aspectos fundamentales de su programa: a) Liberar a Venezuela de su dependencia, generando un gran bloque bolivariano de inversiones en producción de bienes de capital y tecnología; b) Elevar el nivel de vida de la clase obrera y popular, mediante salarios dignos, participación gestionaria y programas educativos a los más altos niveles de ciencia y técnica; y c) Combate permanente contra la corrupción y creación de la contraloría social. Me comentó mi amigo que este programa los enamoró y pensaron que sería una oportunidad para mezclarse más con la clase obrera y darles una formación política. Con mucha sinceridad me dijo: “Ya en el gobierno, pronto nos dimos cuenta de que Chávez había caído en el personalismo, para mantenerse en el poder se había rodeado de personas proclives a la corrupción”. Lamentablemente, nos confundimos con el discurso antiimperialista y contra la clase política y la oligarquía venezolana.
Me expresó que “el madurismo ha sido peor, se pensó que, por su trayectoria de trabajador y sindicalista obrero, haría una política para mejorar la situación social de la clase trabajadora y popular. Pero en ellos había penetrado la ambición de riqueza, el lujo y las ostentaciones de la burguesía”. Me comentó que para separarse del apoyo al proclamado socialismo del siglo XXI, bastó hacer con sus cuadros un análisis de la situación en que se encontraban las clases sociales y la economía. Me manifestó: “Lo principal es el derrumbe económico y social venezolano, generando un monstruoso retroceso de las fuerzas productivas, y en particular, de la fuerza productiva humana. En lo social hay una enorme desintegración social, la depresión ha diezmado socialmente las filas de los trabajadores. Este gobierno ha generado tal catástrofe que la supervivencia diaria se ha convertido en un calvario, y millones eligen el camino del exilio para huir del desastre”.
Hizo énfasis en que, sumado a ese desastre nacional, está el chantaje a la clase popular, pues una fracción importante de la clase obrera venezolana está controlada por el Estado. Centenares de miles de trabajadores estatales están amenazados con el despido por razones políticas. Y otros muchos (aproximadamente 3,5 millones, según cifras oficiales) están maniatados por el “carnet de la patria”, una suerte de cartilla de racionamiento manejada por los organismos estatales. Sume a esto la persecución y encarcelamiento de la dirigencia sindical o social que reclame sus derechos.
Me miró fijamente y soltó: “Estos que se llaman revolucionarios y antiimperialistas son una farsa, una gran mentira, en realidad, tiene razón la oposición al calificarlos de robolucionarios, son grandes corruptos, han formado una oligarquía autocrática, como tú la calificas, pandilla cívico-militar”. Finalmente, me dijo: “Ellos traicionaron a la clase obrera y a la clase popular, se robaron sus sueños de redención social y los sumieron en la miseria”.
De la conversación con mi amigo relato lo esencial, pues comentó muchas cuestiones, como enormes cantidades de dinero que dan a los jefes de colectivos, los que se salgan del redil son ejecutados, bien por ellos o por la policía, las grandes fiestas que organizan los de la cúpula y otras cosas más. Pregunté qué opinaba de las elecciones del 28 de julio. Sonrió y dijo: “Si mienten a la gente que los llevó al poder y roban a placer, crees que no van a mentirle a la derecha y robar las elecciones. Es ingenuo pensar lo contrario”.
Por lo relatado por mi amigo no hay duda de que el poder ha sido tomado por una pandilla criminal que le importa un bledo la democracia, que la Constitución y la Ley son lo que ellos digan en función de sus intereses, que no tienen pudor para mentir, que están dispuestos a cometer cualquier fechoría para mantenerse en el poder. No obstante, muchos de ellos quieren disfrutar de la riqueza y no dudarían en darle la espalda a sus compinches, total son gente sin escrúpulos.
Rodrigo Rivera Morales es doctor en Derecho. Miembro fundador del capítulo España. Bloque Constitucional
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