Un automóvil dañado yace debajo de un edificio derrumbado en la ciudad de Shika en el distrito de Hakui, prefectura de Ishikawa, el 8 de enero de 2024, después de que un gran terremoto de magnitud 7,5 sacudiera la región de Noto el día de Año Nuevo. (Foto de Philip FONG / AFP)
El terremoto de Año Nuevo demolió edificios de madera en toda la península japonesa de Noto, pero un pequeño poblado de pescadores se mantuvo en pie gracias a su arquitectura tradicional.
Algunas tejas se soltaron pero ninguna de las 100 estructuras de Akasaki, en la costa oeste de la península, colapsó por el terremoto de magnitud 7,5, cuyo epicentro se situó a pocos kilómetros de distancia.
Después del temblor, Masaki Sato condujo toda la noche desde su casa a 300 km, en Tokio, para revisar la casa de 85 años que posee desde 2017 y que funciona como hostal veraniego.
“La casa está sobre un terreno muy estrecho y el edificio tiene muchas habitaciones pequeñas, con muchas columnas” que la fortalecen, explicó a AFP el hombre de 43 años.
Para soportar la fuerte lluvia, nieve y vientos marinos del mar de Japón, la casa de Sato y la mayoría de las otras de Akasaki tienen pocas ventanas de vidrio.
Sus muros exteriores están hechos de sólidas láminas de madera colocadas horizontalmente. La estructura se sustenta en postes gruesos que cruzan el techo.
El terremoto y sus varias réplicas mataron dejaron hasta ahora 165 muertos, 565 heridos y 323 desaparecidos, indicaron este lunes las autoridades.
Pero no se registraron víctimas en esta comunidad.
Ni las olas de tsunami causadas por el terremoto alcanzaron las casas, construidas en terrenos ligeramente elevados con respecto a los diques de hormigón y los espigones rompeolas que las protegen del mar.
En la casa de Sato, el piso estaba cubierto de loza de cerámica rota, aparatos caídos y una puerta corrediza de madera quebrada, pero nada más.
“Me sentí contento porque el pueblo estaba en pie”, expresó Sato.
“Creo que es gracias al diseño de las casas”, agregó, sentado sobre la polvorienta pero aún sólida encimera de su casa de huéspedes.
Parabrisas
Lo mismo se observó alrededor de la aldea, donde “el diseño de las casas es más o menos el mismo”, señaló el pescador retirado Seiya Shinagawa, poblador de la zona.
“Tradicionalmente tienen un cobertizo en la costa que protege del viento, con una estrecha casa principal atrás”, agregó el hombre de 78 años.
Ese sistema es un remanente de los días en que cada pescador lanzaba sus botes al mar directamente desde sus cobertizos, indicó Shinagawa.
Desde los años 1920, los pescadores de la comunidad optaron por una pesca de mar profundo, más lucrativa y lejos de sus casas.
Pero cuando estalló un incendio que destruyó gran parte de la aldea a fines de los años 1930, la gente reconstruyó las casas con un diseño unificado y más sólido.
Amenaza demográfica
Pese a su carácter resiliente, la aldea enfrenta un problema común en Japón: el envejecimiento de su población.
La mayoría de los residentes de Akasaki tiene más de 65 años, incluida Akiyo Wakasa, de 74 años.
“Mi vecino y el vecino de él también viven solos”, indicó la anciana.
Según Wakasa, parte del problema es que “reparar las casas cuesta dinero”.
“No estoy seguro de cuántas personas aquí realmente creen que vale la pena reparar la casa y seguir viviendo aquí cuando no tienen a quién dejársela”, explicó.
Para Sato, empleado de una firma de informática, es insoportable ver el lento declive de Akasaki.
La zona no es reconocida por el gobierno como bien cultural, pero es un sitio donde la gente lleva una vida simple y tradicional.
Y cuando no hay nadie que viva en una casa, la demuelen, lo que erosiona el encanto del pueblo, según Sato.
“Akasaki, que ha preservado un diseño de casa único e uniforme (…) está perdiendo su aspecto pintoresco”.
Para rescatar la especial apariencia de Akasaki, Sato compró cinco de las casas y cobertizos, y piensa abrir allí cafés y restaurantes.
“Esta aldea es demasiado preciosa para perderla”, afirmó. AFP