Yajaira Laprea morirá este lunes 30 de septiembre. Lo decidió en pleno uso de sus facultades. Lo comunicó a su familia y escribió un mensaje de WhatsApp que envió a sus amigos, donde les explicaba que sufría de ELA, una enfermedad degenerativa, que la había dejado sin fuerzas y dependiente de ayuda para todo.
«Tras una profunda reflexión, he decidido programar mi eutanasia para el 30 de septiembre. Es un día después de mi cumpleaños y me permite cerrar un ciclo de vida. Agradezco tener esta opción, viví la vida como quise y quiero vivir la muerte como quiero», dijo.
Entre los destinatarios estaba la historiadora Inés Quintero, compañera de la secundaria de Yajaira. «Nos graduamos juntas, en la promoción del San José de Tarbes de 1973. Y, como grupo hemos estado en contacto por más de 50 años. Conocemos los recorridos de todas, nuestras vivencias, alegrías, tristezas, éxitos y fracasos. Por eso, somos conscientes de los logros de Yajaira como empresaria, su empeño, su vitalidad, su creatividad y su capacidad de salir adelante en un espacio innovador. Y hemos sabido también de su enfermedad, del rápido deterioro de sus condiciones, así como de su fortaleza, su alegría, su facilidad de comunicar. La biografía y el temperamento de Yajaira constituyen un referente de lo que ha sido el coraje de las mujeres venezolanas».
Yajaira Laprea, toda una arquiterca
Yajaira Josefina Laprea Barrios de Pineda nació en San Fernando de Apure, el 29 de septiembre de 1956. Su abuelo llegó al llano proveniente de Maratea, pueblo al sur de Italia, a buscar plumas de garza. En Venezuela se casó con una hija de italianos, de apellido Finamore y formaron una familia de diez hijos. Uno de ellos, el ingeniero Mario Laprea Finamore, es el padre de Yajaira. Su madre, también descendiente de italianos avecindados en Apure, es la odontóloga Carmen Teresa Barrios Díaz.
Esta entrevista se hizo en Madrid, en el anexo que ocupan Yajaira y su esposo, también ingeniero, desde el año 2021, cuando salieron de Venezuela. Además de su testimonio, recogimos el de su hija Andreína y el de su madre, quien viajó a Madrid para acompañar a Yajaira en su último trance.
A pesar de encontrarse en semejante predicamento, Yajaira se muestra enérgica y sarcástica, incluso de muy buen humor. Es evidente que la presencia de alguien ajeno a su familia le permite retomar su talante de siempre; y no porque la familia esté sombría o quejumbrosa. Ahí todo el mundo está activo, pendiente de ayudarla y dispuesto a replicar sus puyas, que son constantes.
No todos los días son tan buenos para ella. A veces, me dicen, permanece callada y sumida en sus pensamientos. Pero el día de la entrevista rebosa carácter, fuerza interior y ganas de expresarse. No puede hablar tanto como quisiera. Se cansa. Cada frase es una lucha. Optamos por dejar que la hija contribuya con datos, informes y precisiones. De manera que la conversación no es entre dos, sino con Yajaira, con su hija Andreína y, en cierto momento, con su madre.
«Mi padre -dice Yajaira Laprea- era ingeniero del MOP (Ministerio de Obras Públicas). Nos cambiábamos de ciudad según los lugares donde estaba la obra que lo ocupaba. Por eso, yo de niña viví en Valera y en La Guaira, hasta que nos instalamos en Caracas, donde yo hice la primaria en una escuela pública y, luego, la secundaria en el Colegio San José de Tarbes».
Estudió Arquitectura en la UCV. «Soy arquiterca», dice. Se graduó con una tesis sobre la sede de la Corte Suprema de Justicia, diseñada por Julián Ferris y construida por su padre. De hecho, los tutores de tesis fueron Ferris y su padre, Mario Laprea.
La ciudad de las maquinitas
Su hija, Andreína Pineda Laprea (Caracas, 1987), estudió Economía y Derecho, en la Universidad Metropolitana, en Caracas. Hace ocho años se trasladó a Madrid para hacer un MBA y se quedó. Con su esposo -venezolano- compró un apartamento en la capital española, que tenía un curioso añadido, utilizado por los antiguos dueños como depósito de chécheres. Cuando dudaba sobre la conveniencia de esa adquisición, Andreína le envió los planos a su madre, quien de inmediato le recomendó hacerlo. El último trabajo de Yajaira sería remodelar aquel desván ruinoso para convertirlo en el apartamento bello y luminoso que es ahora.
No es de extrañar. Yajaira Laprea fue la diseñadora de los quioscos de La Parada Inteligente, iniciativa en colaboración con El Nacional, que tenía en estas casetas un vector idóneo para la distribución de sus productos. Llegaron a tener 150 en todo el país. Algunas quedaron en poder de la casa matriz, pero la mayoría eran franquicia.
—¿Cuál fue el criterio que privó para el diseño y concepción de La Parada Inteligente?
—Tenía que durar toda la vida. En 1990 yo había creado La ciudad de las maquinitas, un local de juegos, en el estacionamiento del CCCT, pero llegó un momento en que la era de las maquinitas terminó, porque había llegado el Nintendo. Fue un golpe, porque ese era el mejor negocio del mundo. Decidí que lo próximo que haría sería un emprendimiento no sujeto a obsolescencia y, entonces, diseñé los kioscos, donde además de periódicos y revistas se vendían otros productos de consumo masivo. En 2003 abrimos los primeros quioscos.
Te me bajas de esta vaina
«Mi mamá ha tenido un solo matrimonio», explica Andreína: «Con mi papá. Se casó a los 20. A los 21, tuvo a mi hermano y, unos años después, en 1987, me tuvo a mí».
Al pedirle que describa su vida en sus tiempos de normalidad, Yajaira dice: «Gozaba una bola. No me echaba palos, no rumbeaba, pero estaba todo el tiempo echando vainas. Y, claro, era buenamoza, con un culito y buenas tetas». Aún tras años de enfermedad, Yajaira Laprea tiene el cutis y el cabello preciosos, el vientre plano y esa mirada que parece destellar como ascuas en la noche del páramo.
—Andreína: «Conoció a mi papá cuando ambos eran estudiantes. Mi mamá vivía en Las Mercedes y pedía cola para ir a la universidad. Mi papá, que iba en la misma dirección, le daba la cola…».
—Yajaira: «Dos meses después no me sabía su nombre. Estábamos en la autopista cuando se lo pregunté. Él frenó y me bajó del carro. Me dejó en la autopista y arrancó. Pero lo jodí, porque me casé con él y ahora me tiene que cuidar y llevar cargada al baño. Lo jodí completo, pa’ que no me baje en la autopista más nunca».
—¿Ha sido un matrimonio feliz?
—Siempre lo quiero matar, pero cuando no es así, lo quiero mucho, mucho.
El de Yajaira es un caso raro
En septiembre de 2021, Yajaira y su esposo fueron a Madrid, donde ya vivía su hija, a buscar ayuda médica. En Caracas había consultado 47 médicos y cada uno le daba un diagnóstico distinto. Un psicólogo le dijo que ella lo que estaba era abrumada por la situación de Venezuela, que su problema se terminaría en el Aeropuerto de Maiquetía… El último al que acudió había trabajado con un médico español que hacía investigación en enfermedades neurológicas.
—Andreína: «Todo empezó con una especie de debilidad en una muñeca. No podía sostener un vaso. Después le empezó un dolor en el hombro y mucha inseguridad en las escaleras, temía caerse, era como un vértigo».
—Yajaira: «Era como si las líneas horizontales se movieran».
—Andreína: «La operaron de la columna y de esa cirugía salió con una distonía en el brazo izquierdo contraído. No pudo moverlo más. A partir de esa intervención, se le disparó la enfermedad. Se le aceleró. La operación fue un detonante, no intencional. Ella había tenido dengue y zika al mismo tiempo, y parece que el zika puede dejar secuelas neurológicas. Otro doctor pensó que, como ella había tenido diverticulitis, intestino permeable, quizá esto había sido otro factor… En realidad, el caso de mi mamá es muy raro, porque ella tiene síntomas de varias enfermedades, pero de ninguna presenta el cuadro completo. Al llegar a España, fuimos a la consulta del doctor José Obeso, especialista e investigador en Neurología y Neurofisiología, quien la sometió a una serie de exámenes con tecnología que en Venezuela no hay y llegó a la conclusión de que se estaba ante un caso de “perplejidad diagnóstica”, frase que a mi mamá le da risa. Buscamos una segunda opinión y el médico dictaminó que mi mamá tiene un “ELA primario”. El punto es que, la que sea, es una enfermedad que no se conoce del todo, que no se puede tratar y que empeora cada día».
—Yajaira: «Lo que yo tengo es como una derivación del ELA, más rara que el ELA, más destructivo… Tengo dolor, mucha incomodidad, me agoto. No puedo cargar a mi nieto [de cuatro meses]».
—Andreína: «En el camino, intentamos con medicina alternativa y nada funcionó. De hecho, aunque toma muchas medicinas, ninguna es para la enfermedad sino para los síntomas. Por ejemplo, toma muchos analgésicos».
—¿Cómo llegó a la determinación de recibir eutanasia?
—Al año de estar en España, -dice Yajaira- me enteré de que existía esa posibilidad. Lo vi en un programa de televisión, de Antena 3. Yo nunca fui dependiente de nadie. En ningún sentido. Mi primera empresa la tuve a los 18 años. La independencia, la autonomía total, ha sido muy importante para mí. Por un tiempo fumé, pero no soy persona de adicciones. Para mí es muy duro depender en todo de otras personas. Y, bueno, el ELA, o lo que yo tenga, es una enfermedad automática para la decisión la eutanasia».
—Andreína: «La ley exige que la decisión sea tomada por el propio paciente cuando aún esté en capacidad de hacerlo. Y, claro, que la enfermedad le dificulte mucho la vida y no tenga perspectivas de mejora. Mi mamá cumple con todos los requisitos».
—¿Cómo reaccionó su familia cuando usted les dijo lo que había decidido?
—Mi marido me odiaba. Cuando yo le dije que quería la eutanasia, dijo: “Claro, hagámoslo cuanto antes”.
El esposo, que ha estado al pie del cañón, atendiéndola, no se inmuta.
—Andreína: «Para todos fue difícil, pero a mi papá le costó más.»
—Yajaira: «Es muy difícil, pero es necesario. La minusvalía es horrible. Esta es una enfermedad cruel. Tu mente está perfecta y por eso ves cómo tu cuerpo se destruye. Yo tocaba piano y cuatro; dibujaba de maravilla. Ya no puedo hacer nada sola».
—¿Hay algo de lo que se arrepienta?
—La verdad, no. Bueno, tuve dos pelones…
—Andreína: «Toda la vida ha dicho que sus embarazos, mi hermano y yo, fueron dos pelones».
—Yajaira: «…pero no me arrepiento. Yo no pienso en lo que he perdido en la vida sino en lo que he ganado, como mis nietos».
—¿Usted es creyente?
—No mucho. Aunque espero que Dios no me vaya a joder por la eutanasia. En ese caso, me jodería en esta vida y en la otra.
—¿Qué va a ocurrir?
—Me duermen…
—Andreína: «Ese día, vamos al hospital. Le dan una habitación. Le ponen una primera inyección para sedarla y luego, una segunda inyección… Pero ella quiso ser donante de órganos y va a donar su cerebro para la investigación, así como otros órganos. De manera que, entre las dos inyecciones, irá a quirófano para hacer los trasplantes de riñones, hígado y, quizá, pulmones».
—Yajaira: «De paso, por fin dormiré. No puedo dormir».
—Andreína: «Eso ha sido de lo más difícil. Mi mamá no duerme corrido más de dos horas. Ella siempre ha sido hiperactiva y nocturna, y eso se exacerbó con la enfermedad. Hemos probado con montones de medicinas y nada funciona».
—¿Cómo hacen para vivir estas semanas, para tener la casa pulcra y ustedes, arreglados y bien peinados?
—Esposo: «Yo me levanto a las cuatro de la mañana y barro todo».
—La hija: «Está bromeando. Eso ha ido evolucionando. En este momento, tenemos mucha ayuda. Mi papá la asiste con las movilizaciones, incluso por la noche. Por la mañana viene Mary, quien la ayuda durante el día y echa una mano en la casa. Por la noche viene otra cuidadora. En mi casa cocinamos para las dos casas. En cuanto a mí, tengo la fortaleza de mi mamá y hago terapia sicológica desde hace tres años».
—Yajaira: «Me han recomendado pañales, pero me niego. Al médico le dije: primero muerta que usar pañales. Así que deme la eutanasia antes de que empiece a necesitarlos».
—Andreína: «Ella siempre ha sido así…».
—¿Tiene miedo?
—Sí, a estar viva y ponerme peor.
—Andreína: «Es que la enfermedad evoluciona mucho, muy rápido, muy mal».
—Yajaira: «Quien me vio antes y me ve ahora, llora. Tengo que pedir ayuda para ir al baño. Horrible».
Mi vida por la de ella
Van a llamar a la madre de Yajaira. Espero una señora temblorosa, vestida con una bata de popelina color lila. Llega una mujer embluyinada, con una franela pegada al cuerpo y una serie de collares. El cabello recién teñido, con un corte a la moda y peinado por mano experta. En esta familia, nadie es como uno espera. Ni dice lo que uno cree que dirán.
—Nací -precisa- en el hato Trinidad, estado Apure, el 10 de junio de 1936.
—Yajaira: «Es burda de vieja».
—La hija, refiriéndose a Yajaira: «Mira esa risa de mala».
—Carmen Teresa, la madre: «Burda de vieja, pero la cabeza en su sitio. Soy odontóloga y ejercí hasta hace tres años».
—Andreína: «Las dos se graduaron en la UCV con honores».
—La madre: «Y mi esposo también fue el primero de su promoción».
—El esposo, al pasar un instante por allí: «¿Qué es esto?, ¿un concurso de modestia?».
—La madre (como si el yerno no hubiera dicho nada): «Duramos 66 años juntos».
—Yajaira: «De terror. 66 años jodido. Él le decía “la macaurel”».
—La madre: «Falso. Me decía “la generala”. Ella es malandra y quería más a su papá que a mí».
—Yajaira, ¿eso es verdad?
—Sí, claro.
—Carmen Teresa, ¿cómo ha vivido usted la decisión de [su hija] Yajaira?
—Yo estaba en Caracas. Ella me llamó por teléfono y me dijo: “Tengo programada la eutanasia para el 30 de septiembre”. Así, de un solo golpe. Me causó un impacto tremendo, como puede imaginarse. No puede ser, le dije. Tiene que haber una cura. Quise ofrecer mi vida por la de ella. Yajaira es demasiado inteligente, todo lo bueno que puedas pensar de una persona ella lo tiene. Cuando vine a Madrid y vi las condiciones en las que se encuentra, me convencí de que está haciendo lo correcto. Si yo estuviera en su lugar, haría lo mismo. Claro que veo que el día se acerca y…
—Yajaira: «No queda otra».
Al entrar al apartamento, se ve una fotografía del cerro Ávila que ocupa buena parte de la pared del fondo.
—Todo el mundo quiere morir en su tierra. ¿Usted lo hubiera preferido?
—Venezuela no es mi país ya. Se lo robaron los chavistas. Mi país no existe, ya no es mi casa.
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