Ericka Olaya Andrade, colombiana con covid prolongado. FOTO: Cortesía
“No podía con mi alma”, recuerda Ericka, una colombiana residente en Milán, Italia, al pensar en el 3 de abril de 2020. Ese día, sola en su apartamento, no tenía fuerzas para respirar; el malestar la invadía.
Por El Tiempo
Caía la noche en la ciudad lombarda, cuyas calles daban cuenta de una cuarentena sin precedentes, donde las luces y el sonido de la ambulancia acercándose a su edificio eran lo único que podían darle esperanza. Estaba lista para abrirle la puerta al paramédico: “Me salvó esta persona que entró vestido como astronauta”.
Aunque le pidió subirse a la camilla, ella no quería hacer “show” frente a los ojos sorprendidos de los vecinos que se asomaban por las ventanas, con el miedo de estar cerca de una paciente de covid-19, el virus que generaba terror en el mundo. Ericka bajó las escaleras desde un quinto piso y, al llegar a la puerta del edificio, se desvaneció: “Me tuvieron que esperar con una silla de ruedas, ahí me puse a llorar. En mi vida había necesitado una silla de ruedas”.
En la ambulancia, camino al hospital Instituto Clínico Città Studi, les escribió a sus hermanos en Colombia y les envió los contactos de sus amigos, quienes estarían al tanto de su situación. No alertó a sus padres porque “los podía matar” con la noticia. “Yo esa bomba no la podía soltar”, recalca en charla con EL TIEMPO.
Tenía miedo de perder la consciencia, de ser entubada. Pensaba que podía ser el final.
“Era ver mi vida como en un video, pero ya no estaba sola e iba a recibir atención médica”, recuerda.Aquel 3 de abril completaba tres semanas encerrada en casa soportando un virus que le daría un vuelco a su existencia.
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