En el tratamiento periodístico de la aparición en el panorama latinoamericano del puerto construido en Perú por China, han aparecido docenas de interpretaciones. Ha habido quien se atreviera a escribir que Chancay no es otra cosa que un regalo de “bienvenida” de Xi Jinping a Donald Trump, ignorando por entero que la obra se inició en el año 2007 en épocas en las que Xi aun no aparecía en el escenario y al candidato republicano le faltaba una década para hacerse con su primera presidencia.
Lo cierto es que se trata de una inversión de China de enorme calado efectuada por una empresa estatal de mucha incidencia en la escena marítima internacional. COSCO, dueña del 60% del nuevo puerto, opera en más de 100 puertos en los 5 continentes y en su evolución se ha asegurado incidir en dos elementos cruciales para su país de origen: tener acceso y presencia líder en todos los mercados del planeta y extender, a través de sus inversiones, una influencia decisiva en el país y en la región donde opera.
Pero antes de continuar es bueno precisar que la colonia china en el Perú es la tercera más numerosa en el mundo. Por delante solo se encuentran las colonias que operan en Estados Unidos y en Canadá, otros dos países ribereños del océano Pacífico. La Asociación Peruano-China asegura que se cuentan en más de 1 millón los ciudadanos en Perú que tienen ancestros de ese país de Asia. Ello configura una relación estrecha que va bastante más lejos de lo puramente comercial. Perú igualmente cuenta desde 2009 con un Tratado de Libre Comercio suscrito entre Lima y Pekín.
El que exista un entusiasmo importante en el Perú por el cambio que la entrada en operación de este nuevo puerto puede traer a su economía es totalmente razonable. Solo que la capacidad de incidir del mismo en el comercio entre Perú y China y entre la región y China no depende solo de la existencia de una mejor y más eficiente infraestructura portuaria sino de la posibilidad real de Perú, de cada país y del conjunto, de consolidar una oferta exportadora hacia Asia que sea significativa y creciente, además de transportarla eficientemente hasta el puerto que nos ocupa. Pareciera que Brasil es, de todos, el país que más estaría en capacidad de hacerlo.
El Puerto de Chancay obedece, eso es claro, al patrón de inserción estratégica de China en América Latina. China ha estado trabajando desde tiempo atrás y bastante antes de existencia de esta nueva facilidad portuaria, en el estrechamiento de los vínculos comerciales y ha sido exitoso en la tarea. Ello es así, gracias en parte a la tibia presencia de Estados Unidos en la dinámica regional de los últimos años. Cepal en un reciente informe sobre las Perspectivas del Comercio Internacional, señalaba que en el tiempo en que el comercio total de la región con el mundo se multiplicó por 4 –años 2020 a 2024- el comercio de bienes entre la región y China se multiplicó por 35.
Pero para muestra un botón: aun cuando México es por mucho el principal exportador manufacturero de América Latina, China ha pasado a convertirse en pocos años en el segundo proveedor, pero su comercio externo todavía se encuentra fuertemente concentrado con Estados Unidos.
Así las cosas, Chancay es una apuesta muy ambiciosa de Pekín en el vecindario latinoamericano. Pero de allí a que ello configure una garantía de liderazgo regional chino en lo comercial, aún queda un trecho largo por recorrer.
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