
“Recuerdo sus clases sobre el movimiento de la Comuna de París, que gobernó la ciudad en 1871, tras la derrota francesa en la Guerra franco-prusiana. En un plano de París seguimos día a día las incidencias de los dos meses y días del gobierno de los comuneros parisinos y los violentos episodios callejeros de la ‘Semana Sangrienta’, las barricadas y los incendios que destruyeron cientos de edificios y monumentos”
Por MARÍA ELENA GONZÁLEZ DELUCA
Conocí primero a Chelita. Más bien, nos tratamos ocasionalmente en los pasillos de la Escuela de Historia, a principios de los sesenta. Ella recién graduada, yo, a punto de los veinte años, comenzaba, o recomenzaba, los estudios de Historia. Con un mes o poco más en tierra venezolana, sin conocer todavía bien Caracas, empecé mi larga relación con la Escuela y con la Universidad Central de Venezuela. Allí encontré el mundillo de profesores y compañeros, muy distinto del que acababa de dejar, el de la Universidad de Buenos Aires, más troquelado en la horma del mundo intelectual, un poco snob y elitesco, pese a la apertura que comenzaba en esos años. Chelita me parecía a veces próxima a ese mundo, y tal vez por eso también me sentí cercana. Pero definitivamente era una persona enraizada en este distendido, alegre, espontáneo y rebelde mundo venezolano en el que rápidamente me sentí cómoda.
Poco después fui alumna de la profesora Graciela Soriano, en Historia Universal Contemporánea. Recuerdo sus clases sobre el movimiento de la Comuna de París, que gobernó la ciudad en 1871, tras la derrota francesa en la Guerra franco-prusiana. En un plano de París seguimos día a día las incidencias de los dos meses y días del gobierno de los comuneros parisinos y los violentos episodios callejeros de la “Semana Sangrienta”, las barricadas y los incendios que destruyeron cientos de edificios y monumentos. Todo explicado al detalle por la profesora Soriano, rigurosa y disciplinada. En la relación profesora – alumna nos conocimos mejor.
En 1968 la UCV pasó por su propia “Comuna de París”. El movimiento de la renovación que apoyamos desde que comenzó en la Facultad de Ciencias, derivó, en algunas escuelas y facultades, en episodios violentos y en tomas y ataques verbales a algunos profesores. En la Escuela de Historia, entonces dirigida por Germán Carrera Damas, no se llegó a esos extremos, pero sí hubo uno que otro episodio de violencia verbal contra profesores arbitrariamente ubicados en “la derecha”. La profesora Soriano dejó la Escuela de Historia al primer grito que escuchó contra ella. Encontró las puertas abiertas para seguir desarrollándose como profesora en el Instituto de Estudios Políticos, fundado por Manuel García Pelayo, a quien yo consideraba una eminencia, antes de saber que lo era, por su libro El reino de Dios, Arquetipo Político, que leí con admiración desde la primera a la última página. Fue una asignación, de esas que se cumplen con entusiasmo, para las clases de Historia Medieval con José Luis Romero en la UBA.
A finales de los 60, o principios de los 70, no recuerdo bien, pasó a ser Graciela Soriano de García Pelayo. Cuando Manuel García Pelayo fue nombrado el primer presidente del Tribunal Constitucional del Reino de España, que comenzaba sus primeros años de la democracia postfranquista, pidió excedencia en la UCV y acompaño a su esposo a Madrid, donde vivió en los ochenta. Era ahora la esposa del magistrado don Manuel García Pelayo, presidente del más alto tribunal de justicia de España. Una vez vi su foto en una revista Hola, en una recepción con un elegante vestido strapless, compartiendo mesa con los reyes de España, Sofía y Juan Carlos. Pero no estuve en contacto con ella en ese tiempo. Pensé que se quedaría siempre en ese mundo, ya no el de la teoría política, sino el de la realidad de la alta política.
En 1986 García Pelayo decidió renunciar a su cargo y regresar a Caracas, ahora él acompañando a su esposa. El esposo de la profesora Soriano, según declaró en una entrevista, no quería separarse de ella que debía reintegrarse a su plaza profesoral de titular en la UCV.
Volvió a vivir en Caracas, con ocasionales visitas a Madrid. En esta etapa, enriquecida con la experiencia española, la profesora Soriano de García Pelayo desarrolló a plenitud su carrera de historiadora en el Instituto de Estudios Políticos, allí formó a gran cantidad de doctorandos en sus seminarios sobre los personalismos. La vida de Chelita en Caracas era “su” vida, compartida con su esposo “Manolo” enfermo muchos años hasta su muerte en 1991, con su familia, y con el círculo de profesores y estudiantes del IEP. Luego su dedicación a la obra de Manuel García Pelayo y a la Fundación García Pelayo. En esos años nos conocimos mejor, disfruté su compañía, sus perfectos almuerzos, sus reuniones y su conversación, con toques de ironía crítica, en la que solía atravesarse una que otra palabra muy castiza, incluso de aquellas…. Conocí su personalidad, franca, cálida, interesante, su carácter fuerte que yo misma tuve ocasión de comprobar. Chelita es una de esas personas cuya presencia marca, aunque no lo intente.
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