Después de huir del caos económico y político en Venezuela, Luisana Silva ahora carga tapetes para una empresa de alfombras de Carolina del Sur. Gana lo suficiente para pagar el alquiler, comprar alimentos, repostar gasolina a su auto y enviar dinero a casa para sus padres.
Llegar a Estados Unidos fue una experiencia desgarradora. Silva, de 25 años, su esposo y su hija entonces de 7 años desafiaron las traicioneras selvas del Tapón del Darién en Panamá, viajaron a lo largo de México, cruzaron el Río Bravo y luego se entregaron a la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos en Brownsville, Texas. Al solicitar asilo, recibieron un permiso de trabajo el año pasado y encontraron empleos en Rock Hill, Carolina del Sur.
“Mis planes son ayudar a mi familia, que lo necesita muchísimo, y crecer económicamente aquí”, dijo Silva.
Lo que cuenta su historia es mucho más que la ardua búsqueda de una familia para tener una vida mejor. Los millones de puestos de trabajo que Silva y otros inmigrantes recién llegados han ocupado en Estados Unidos parecen resolver un enigma que ha confundido a los economistas durante al menos un año: ¿Cómo ha podido prosperar la economía —que ha añadido cientos de miles de empleos, mes tras mes— en un momento en que la Reserva Federal ha aumentado agresivamente las tasas de interés para combatir la inflación, algo que normalmente es una receta para una recesión?
Cada vez más, la respuesta parecen ser los inmigrantes, vivan legalmente o no en Estados Unidos. La afluencia de adultos nacidos en el extranjero aumentó enormemente la oferta de trabajadores disponibles después de que la escasez de fuerza laboral en Estados Unidos dejara a muchas empresas sin la posibilidad de cubrir puestos de trabajo.
Además de ayudar a impulsar el crecimiento económico, los inmigrantes también se encuentran en el centro de un incendiario debate sobre el control de la frontera sur del país en un año electoral. En su intento por regresar a la Casa Blanca, Donald Trump con frecuencia invoca falsedades sobre la migración, ha atacado a los inmigrantes en términos a menudo degradantes, y los ha caracterizado como criminales peligrosos que están “envenenando la sangre” de Estados Unidos. Trump ha prometido terminar de construir un muro fronterizo y lanzar la “operación de deportación interna más grande en la historia de Estados Unidos”. Que él o el presidente Joe Biden gane las elecciones podría determinar si perdurarán la afluencia de inmigrantes y su papel clave en el impulso de la economía.
El auge de la inmigración tomó por sorpresa a casi todos. En 2019, la Oficina de Presupuesto del Congreso (CBO, por sus siglas en inglés) había estimado que la inmigración neta —llegadas menos salidas— equivaldría a alrededor de 1 millón en 2023. La cifra real, dijo la CBO en una actualización de enero, era más del triple de esa estimación: 3,3 millones.
Miles de empleadores necesitaban desesperadamente a los recién llegados. La economía —y el gasto de los consumidores— se habían recuperado con fuerza de la recesión causada por la pandemia. Las empresas tenían dificultades para contratar a suficientes trabajadores para satisfacer los pedidos de los clientes.
El problema se vio agravado por los cambios demográficos: el número de estadounidenses nativos en sus mejores años laborales —entre los 25 y 54 años—disminuía porque muchos de ellos habían rebasado esa edad y estaban cerca de jubilarse o entrando en esa etapa. Las cifras de este grupo se han reducido en 770.000 desde febrero de 2020, justo antes de que la COVID-19 golpeara la economía.
Ese vacío se ha llenado con una ola de inmigrantes. En los últimos cuatro años, el número de trabajadores en edad productiva que tienen un trabajo o buscan uno ha aumentado en 2,8 millones. Casi todos los nuevos integrantes de la fuerza laboral —2,7 millones, o el 96% de ellos— nacieron fuera de Estados Unidos. El año pasado, los inmigrantes representaron el 18,6% de la fuerza laboral —un récord—, según el análisis de datos gubernamentales del Economic Policy Institute. Y los empleadores agradecen su ayuda.
“No podemos hacerlo sin ellos”, dijo Jenni Tilton-Flood, socia de la operación.
Después de todo, por cada persona desempleada en Maine, hay un promedio de dos puestos vacantes.
“No tendríamos una economía, ni en Maine ni en Estados Unidos, si no tuviéramos mano de obra altamente calificada que viene de fuera de este país”, apuntó Tilton-Flood en una entrevista telefónica desde su granja con The Associated Press.
“Sin los inmigrantes —tanto los nuevos solicitantes de asilo como nuestros contribuyentes inmigrantes desde hace mucho—, no podríamos hacer el trabajo que hacemos”, agregó. “Absolutamente todo lo que afecta a la economía estadounidense está impulsado por y sólo podrá salvarse aceptando la fuerza laboral inmigrante”.
Un estudio realizado por Wendy Edelberg y Tara Watson, economistas del Hamilton Project (Proyecto Hamilton) de la Brookings Institution, que produce propuestas para crear una economía que crezca, concluyó que, en los últimos dos años, los nuevos inmigrantes elevaron la oferta de trabajadores en la economía y permitieron a Estados Unidos generar empleos sin sobrecalentarse ni acelerar la inflación.
En el pasado, los economistas normalmente estimaban que los empleadores estadounidenses no podrían agregar más de 60.000 a 100.000 empleos al mes sin sobrecalentar la economía y desatar la inflación. Pero cuando Edelberg y Watson incluyeron el aumento de la inmigración en sus cálculos, encontraron que el crecimiento mensual del empleo podría ser de alrededor del doble este año —160.000 a 200.000— sin ejercer una presión al alza sobre la inflación.
“Hay mucha más gente trabajando en el país”, dijo la semana pasada el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, en un discurso en la Universidad de Stanford. En gran parte debido a la afluencia de inmigrantes, añadió, “es una economía más grande, pero no más ajustada. Es realmente algo inesperado e inusual”.
Trump ha atacado repetidamente la política de inmigración de Biden por el aumento de inmigrantes en la frontera sur. Sólo alrededor del 27% de los 3,3 millones de extranjeros que ingresaron a Estados Unidos el año pasado lo hicieron como “residentes permanentes legales” o con visas temporales, según el análisis de Edelberg y Watson. El resto —2,4 millones— llegaron ilegalmente, permanecieron en el país después de que sus visas vencieran, están en espera de procedimientos judiciales de inmigración o se encuentran en un “Parole Process” o proceso bajo palabra —un programa probatorio humanitario para solicitantes de asilo— que les permite permanecer temporalmente en el país y, a veces, trabajar.
“Ahí lo tienes”, escribió en febrero Douglas Holtz-Eakin, exdirector de la CBO y presidente del conservador American Action Forum (Foro Estadounidense de Acción), que proporciona información con base en datos sobre desafíos que definen la política interna de Estados Unidos respecto a diferentes temas. “La forma de resolver una crisis inflacionaria es soportar una crisis de inmigración”.
Muchos economistas sugieren que los inmigrantes benefician a la economía estadounidense de varias maneras. Generalmente desempeñan trabajos indeseables que son mal pagados —pero esenciales— que la mayoría de los estadounidenses nacidos en Estados Unidos no aceptarían, como cuidar a niños, enfermos y ancianos. Y pueden impulsar la innovación y la productividad del país porque es más probable que inicien negocios propios y obtengan patentes.
Ernie Tedeschi, profesor visitante en el Psaros Center for Financial Markets and Policy (Centro Psaros de Mercados Financieros y Política), que conecta a los responsables de políticas, líderes de la industria y académicos, de la Universidad de Georgetown, y exasesor económico de Biden, calcula que el estallido de la inmigración ha representado alrededor de una quinta parte del crecimiento de la economía en los últimos cuatro años.
Los críticos responden que un aumento en la inmigración puede obligar a bajar los salarios, particularmente a los trabajadores de bajos ingresos, una categoría que a menudo incluye a inmigrantes que han vivido en Estados Unidos durante más tiempo. El mes pasado, en el informe económico más reciente del presidente, los asesores de Biden reconocieron que “la inmigración puede ejercer presión a la baja sobre los salarios de algunos trabajadores mal pagados”, pero agregaron que la mayoría de los estudios muestran que el impacto en los salarios de los nacidos en Estados Unidos es “pequeño”.
Incluso Edelberg señala que una ola inesperada de inmigrantes, como la reciente, puede abrumar a los gobiernos estatales y locales y cargarles altos costos. Un sistema de inmigración más ordenado, dijo, ayudaría.
El reciente aumento “es una forma algo disruptiva de aumentar la inmigración en Estados Unidos”, explicó Edelberg. “No creo que nadie se haya sentado y dicho: ‘Vamos a crear una política de inmigración óptima’, y esto es lo que se les hubiera ocurrido”.
Holtz-Eakin argumentó que un alto en la inmigración del tipo que Trump ha prometido imponer resultaría en “un crecimiento mucho, mucho más lento de la fuerza laboral y un retorno al virulento equilibrio” entre contener la inflación y mantener el crecimiento económico que Estados Unidos ha logrado evitar hasta ahora.
Por el momento, millones de puestos vacantes son ocupados por inmigrantes como Mariel Marrero. Opositora política de Nicolás Maduro, el autoritario presidente de Venezuela, Marrero, de 32 años, huyó de su país en 2016 tras recibir amenazas de muerte. Vivió en Panamá y El Salvador antes de cruzar la frontera de Estados Unidos y solicitar asilo.
Con su caso pendiente, recibió autorización para trabajar en Estados Unidos en julio pasado. Marrero, quien laboraba en los archivos del Congreso de Venezuela, en Caracas, encontró trabajo vendiendo teléfonos y luego como dependiente en una tienda de conveniencia propiedad de inmigrantes venezolanos.
Al principio vivía gratis en casa de un tío. Pero ahora gana lo suficiente para pagar el alquiler de una casa de dos habitaciones que comparte con otros tres venezolanos en Doral, Florida, un suburbio de Miami con una comunidad venezolana grande. Después de pagar el alquiler, la comida, la electricidad y la gasolina, le sobra lo suficiente para enviar 200 dólares al mes a su familia en Venezuela.
“Cien por ciento — este país te brinda oportunidades—”, dijo.
Marrero tiene su propio sueño americano: “Me imagino teniendo una empresa propia, mi casa, ayudando a mi familia de manera más cómoda”.
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