«Todo será para el bien» era la frase favorita de la mística inglesa Juliana de Norwich, que vivió entre los años 1342 y 1416. Sus encuentros con Dios los dejó escritos en un libro llamado Revelaciones y visiones, que me acompaña desde hace tiempo. Viene a propósito de las necesarias reflexiones que uno hace en estos tiempos trémulos que vivimos y que sentimos que son de un profundo aprendizaje.
Las revelaciones de esta mujer que le tocó vivir en tiempos recios, para todo el mundo, pero sobre todo para su condición de mujer, se centran en que: “El pecado es necesario, pero todo acabará bien, todo acabará bien, y cualquier cosa, sea cual sea, acabará bien”. No es simple optimismo, ni siquiera fe, es el convencimiento de que existe una especie de predestinación positiva, que tiene su basamento en su visión de que Dios es amor, y toda la obra de Dios está constituida por esa cualidad que lo envuelve todo, incluso las amargas situaciones que sufren las personas y las sociedades.
El cambio espiritual de los venezolanos es una realidad, que se ha expresado una decidida voluntad de vivir en libertad, en democracia y en justicia, tal como lo reza la Constitución. Son muy pocos los que están apartados de esta decisión mayoritaria y al final tendrán que aceptar las decisiones de la soberanía popular.
El cambio es tan profundo que involucra la superación de años sometidos a la ideología del populismo, del rentismo y al modelo de Estado interventor, centralista y omnipresente. Ese cambio es como un doloroso parto que no deja nacer sin dolor a las nuevas realidades. Quienes viven del viejo modelo no permiten que emerja de manera natural la nueva cultura, la del trabajo honesto, la decencia y la de un poder distribuido en la sociedad y el territorio.
Esto que vivimos son los dolores y las angustias del nacimiento de una nueva república, más parecida a la que soñaron los fundadores que a la que se construyó apartada de esos ideales primigenios. Se trata de un volver a las raíces con la mirada puesta en un humanismo más integral, más consciente de sus poderes de transformación que vibra en medio de una toma de conciencia global que clama por una ecología integral, donde el ser humano sienta que pertenece a un sistema total de interacciones, donde sin solidaridad nadie sobrevive.
La transformación espiritual de los venezolanos es de verdad, la estamos viviendo y es auténtica y sencilla. Queremos vivir, simplemente vivir, y tener la oportunidad de realizarnos a plenitud en nuestros propios lugares. Poder desplegar nuestro enorme potencial para mantener nuestras familias y que estas no se disgreguen. Queremos tener un país decente, donde nos tratemos con decoro y honestidad.
La experiencia del dolor y la tristeza de la separación de los seres queridos hizo su trabajo. La angustia de estar sobreviviendo en medio de tantos sobresaltos transformó su manera de ser. Tantas frustraciones durante tantos años la liberó del miedo. Como consecuencia está llegando el tiempo de la paz, del sosiego y del buen trabajo.
Todo acabará bien, sin ningún lugar a dudas. La naturaleza del ser humano es su dignidad y la posibilidad de su realización, y tendremos esa realidad porque la soñamos, la vimos, la luchamos y decidimos. Por eso está vigente la seguridad de las visiones de Santa Juliana de Norwich: “Todo será para el bien”.
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