La tortura como una de las artes asesinas tiene un asiento privilegiado en el régimen bolivariano. El detenido arbitrariamente carece de garantías tras entrar en el calabozo. Su sentencia no necesita de un tribunal, pues su vida no vale nada para sus torturadores
En 25 años de oprobio, el opositor venezolano ha sido perseguido, silenciado, detenido, torturado en los calabozos y asesinado en el trayecto. El régimen militar-policial practica la represión como ley suprema contra sus enemigos. Legitiman su voracidad en la práctica de la tortura hasta la muerte del reo. Mantener el poder les permite cualquier atrocidad. Apresan a menores de edad, mujeres y hombre inocentes. Se defienden: “No son niños, sino adolescentes y sus padres son los culpables”. Estos canallas, asesinos sanguinarios, no tienen perdón en la Tierra. Tal vez, algún Dios los perdone, pero aquí y ahora no podemos tener tanta misericordia. Todo lo que imaginemos de la horrenda tortura en esos calabozos no llega a la realidad de su crueldad.
Tras las elecciones del 28 de julio, el régimen se desbordó deteniendo a todo opositor bajo la acusación de ser terrorista. El terror es la única medicina que sabe administrar esta dictadura. Los apresados a mansalva son entre 1.800 a 2.400, según fuentes. Ahora, pasados tres meses de la contundente derrota de Maduro bajo los más de 7 millones de votos, el sistema penitenciario libera a unos cuantos presos políticos. Ante la amenazante nueva administración estadounidense, el régimen se apresura a lavarse la cara, como si ese lavado lo calificara como defensores de los derechos humanos. Alardean de comportarse como un gobierno democrático, cuando continúan deteniendo arbitrariamente a ciudadanos por el hecho de ser opositores a la dictadura militar-policial dirigida por el castro-comunismo.
Los excarcelados siguen siendo presos en una libertad condicionada a no salir del país y a tener que presentarse cada semana ante las autoridades del régimen, no hacer declaraciones a los medios. Del total de apresados sin justicia de por medio, un centenar han salido de las diversas cárceles para volver a sus casas. El gesto, evidentemente da cierta tranquilidad a sus familias, pero el sistema judicial sigue teniendo el control de esos detenidos ahora bajo el techo familiar.
El «magnánimo» fiscal general, Tarek William Saab, ha dicho que gestiona la liberación de 225 detenidos para abogar por la reunificación familiar. Por ahora, han salido 107 presos políticos, publicó El Nacional. Entre ellos, 2 hispanos-venezolanos. Los españoles turistas siguen presos. Este gracioso fiscal, pasa por encima de que seguirán vigilados con el celo y eficiencia de su aparato represor dirigido por cubanos y militares venezolanos entrenados por ellos.
Es momento de recordar que, en esos días postelectorales, fueron asesinadas 28 personas opositoras y casi 200 resultaron heridas. Y, no es casualidad –en política nunca se dan casualidades– que esta operación de falsa liberación se produzca dos días después de la muerte bajo custodia de Jesús Martínez Medina (36), quien estaba detenido desde el 29/julio en los calabozos del estado Anzoátegui. El fallecido padecía diabetes tipo II y su crimen, para el régimen, fue ser testigo en una mesa electoral. Cómo este desgraciado suceso, es noticia que muchos de los detenidos hayan fallecido por torturas y a causa de complicaciones, como ha sido el caso del citado Martínez Medina.
Esos presos políticos han salido tras las rejas de cuatro cárceles infectas. Son agujeros donde la tortura es clave diaria para sacar información, que le lleve a detener a cómplices supuestos. Para el sistema militar un opositor siempre forma parte de una red que conspira contra ellos. Practican la tortura física y psicológica como método en el que son expertos. Esa es la verdadera cara del régimen. Que hayan dejado ‘libres’ a ese ciento de personas, no los libera a ellos del crimen sistemático que vienen cometiendo desde hace 25 años.
Este alarde de compasión es un mensaje a los nuevos nombramientos en el país del norte. No van a engañarles. Nadie va a creer que de repente Maduro y su camarilla de torturadores se han vuelto buenos. Ninguna confesión de arrepentimiento es creíble a estas alturas. Lo único que podríamos creer es que digan claro y alto que reconocen a Edmundo González Urrutia como el único presidente electo el 28 de julio.
Carlos Pérez-Ariza es doctor en Periodismo por la Universidad de Málaga.
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