(The Economist)
“Nihao, China” es el nombre del último esfuerzo del país por atraer visitantes extranjeros. El logotipo que acompaña a la frase (que significa “hola, China”) muestra un panda, una imagen siempre útil cuando China quiere parecer mimosa. Funcionarios chinos han estado de gira por Occidente para promocionar la campaña, ayudados por un video en el que extranjeros de aspecto alegre entonan el saludo chino. Quienes conozcan mejor el idioma pueden percibir un ambiente diferente, como las vallas publicitarias en las calles de las ciudades que advierten a la gente de que tenga cuidado con los espías extranjeros y la propaganda gubernamental en las redes sociales que insta a la vigilancia contra las amenazas a la seguridad nacional. El Partido Comunista suele decir a los chinos que turistas, periodistas y hombres de negocios podrían estar detrás de los secretos del país.
Más de un año después de que China suprimiera su política de “COVID cero”, que la había mantenido sellada a la mayoría de los visitantes extranjeros desde principios de 2020 hasta finales de 2022, el país avanza ahora en dos direcciones contradictorias. Algunos sectores del gobierno parecen ansiosos por atraer a los extranjeros. El mes pasado, China envió una amplia delegación al Foro Económico Mundial de Davos (Suiza). Li Qiang, el primer ministro, dijo en la reunión que “no importa cómo cambie el mundo, China… abrirá aún más su puerta al mundo”.
Al menos en un aspecto clave esto es cierto: el comercio de China en dólares es un 31% mayor que en 2019. Pero The Economist ha analizado una serie de otras medidas, desde las visitas a China de turistas extranjeros y el número de vuelos hasta los niveles de intercambio académico, los flujos de inversión e incluso el calendario de viajes personales del líder de China, Xi Jinping. Estos datos sugieren un país ensombrecido por un profundo cambio en su relación con Occidente, por un estilo de política interior más orientado a la seguridad y por el lamentable estado de su economía. China se ha vuelto más introvertida; Occidente, más receloso.
La crisis china
En el nivel más básico, cada vez son menos los extranjeros que cruzan las fronteras chinas. El año pasado, el país registró cerca de 62 millones menos de entradas y salidas de extranjeros que en 2019, antes de que comenzara la pandemia: un descenso de más del 63%. Detrás de estas cifras se esconden tendencias más profundas. Por ejemplo, el entorno geopolítico. En los tres años durante los que China cerró sus fronteras para evitar la propagación del COVID, y sus líderes se atrincheraron en casa, Occidente -liderado por Estados Unidos- se enfrascó en un replanteamiento de gran alcance sobre cómo hacer frente al ascenso de China como potencia global.
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