
“Asistimos así a un vínculo mucho más estrecho del poeta entre su pensamiento y su poesía, y el debate dialéctico que aflora al leerlo nos devela además un desdoblamiento del poeta en la figura de su padre que va alternando con las imágenes que afloran hasta fusionarse o ser sencillamente indistinguibles”
Por TIBISAY VARGAS ROJAS
“Quien olvida pronto es el corazón/ el amor perdura en la memoria…”. Así rezan dos versos del nuevo poemario de Adhely Rivero, y quienes hemos transitado su poesía desde 15 poemas iniciamos la búsqueda de esta afirmación.
Sabanas en el cielo es el sensible título del poemario que inicia con un poema que intitula “Pensando en el cielo”, y ya nos asalta un sesgo metafísico que apunta al sentido de morir: “Adónde va uno después de tanto Llano”, pregunta uno de los versos destacando con mayúscula la palabra llano, ya constante poética y ontológica de su obra. Asistimos así a un vínculo mucho más estrecho del poeta entre su pensamiento y su poesía, y el debate dialéctico que aflora al leerlo nos devela además un desdoblamiento del poeta en la figura de su padre que va alternando con las imágenes que afloran hasta fusionarse o ser sencillamente indistinguibles.
Más adelante en la lectura, nos topamos con el desarraigo, el hombre de llano sembrado en una ciudad a la que llega por asuntos meramente humanos: “Hazme invisible contra el peligro/ y el miedo en esta ciudad/ adonde vine a estudiar y a vivir”. Vivir… queda atrás en apariencia el lar natal, mas la recurrencia a la planicie en su poética dice otra cosa, y así “el anciano que tiene el nombre grabado/ en el paisaje de la infancia”, es nuevamente el poeta del llano intacto, porque Adhely es ese Llano con mayúscula, Llano de no paisaje, Llano de recurrir, Llano de ser, Llano del padre que no desaparece, salvo físicamente, y termina quedando en el hijo que prolonga memoria, la única tierra donde podría estar bien, donde nunca envejecería ni moriría, en la intacta condición de los recuerdos pues “Solo el hijo será joven/ de él depende la memoria”, que como ya dijo el poeta, es donde el amor perdura.
El amor unívoco al padre y a la tierra viene desde sus primeras publicaciones: “Pongo la cabeza a buscar/ la resonancia de mi padre”, leemos en su En sol de sed, que años más tarde, en su poemario Los poemas del viejo, consolida la voz de su padre hilando memorias cuando asiente y sentencia: “Se casan los hijos/ Es bueno que se vayan/ Nosotros somos pura sombra/ y necesitamos un tiempo de nostalgia”; un tiempo que llega, rotundo, en Sabanas en el cielo, que recorremos con un sentir inevitablemente vallejiano, trayendo a la memoria el pulso del padre en los versos del poeta peruano: “Hay soledad en el hogar; se reza;/ y no hay noticias de los hijos hoy./ Mi padre se despierta, ausculta/ la huida a Egipto, el restañante adiós./ Está ahora tan cerca;/ si hay algo en él de lejos, seré yo”. La evocación y la añoranza entretejidas como en el poemario de Adhely, o tal vez zurcidas como el mismo poeta señala en su poema “Creando”: “Cuando uno está creando/ la carne es blanda, sensible,/ se hace el oficio zurciendo,/ basteando con música de oído o academia./ Cuando estamos dando el puntal al poema…”; para concluir: “Y nadie nos toma el tiempo/ de morir como la chicharra cantando, porque El minero/ el médico/ y el poeta van detrás de la veta”, esa veta que solo aflora en la memoria, y que es quizá mucho más rica cuanto más se ha cavado, cuando el tiempo hace aflorar en la propia carne lo que vimos transitar en la ajena… La mina vive a ras del padre y de la tierra, esa dicotomía vital que el poeta aferra como hijo de ambos, y que la distancia no ha borrado ni distorsionado por mucho mundo y sentir recorridos pues “Perdura la vida, en la memoria”.
Mas, qué hacer cuando el hijo se siente envejecer, cuando el cuerpo cede al tiempo, cuando “cuesta pensar que tengo dificultad para mirar/ en la mañana sin gafas oscuras, cuando uno se mira a un espejo y sabe que le están cobrando/ la renta año tras año…”. ¿Qué hace el poeta con tanta memoria ocupada en el amor? Escribe. Enumera caballos, reses, pájaros y haceres atravesados por el padre, la tierra, y el transcurrir de la vida, pues “Tenemos mucha literatura sobre el tiempo/ y no sabemos cuándo se madura”, salvo cuando nace un libro como este.
Poemas de Sabanas en el cielo
Sabanas del cielo
El hueco en la pared de barro,
es un huraco, una ventana
por donde el perro ladra en la madrugada.
Entra el frío.
Se ve el que pasa por el camino real
de viaje hacia la luz del amanecer.
Es Padre a caballo con una capotera de dril
llena de velas para alumbrar su olvido.
Padre quiere vivir en su hacienda,
—no sabe si con la misma gente—.
Cumpliría un deseo por encargo de Dios,
atender la sed de los animales desamparados.
Señor ya es medianoche, no truene ni llueva,
no moje el bosque, él anda desguarnecido
arreando animales y luceros descarriados
en las sabanas del cielo.
Mentira en el sueño
Al límite
en la perezosa
puedo crear antes de dormir
y bostezar la rígida tarde.
Lo hago en la memoria
para no ocupar un musculo
que está relajado.
Pensando el amor
que parece pertenecer a la pureza,
creer que la vida
va a cambiar con el primer viaje
o la segunda mentira en el sueño.
Nada es realidad mientras dormimos.
El viaje
Mi madre me decía: avíseme
cuando salgas para acá de viaje.
Siempre me lo repetía.
Un día le pregunté,
para que le avise.
Y me dijo:
Para rezar con Dios
todo tu camino
La lámpara
Hay una lámpara en la terraza que ilumina
más que una estrella en el cielo.
Con su lumbre me siento seguro en el patio,
puedo leer los poemas de un libro,
las mujeres están bordando medias de hilo
para sus hijos.
Una noche salí a caminar,
quería pensar en Dios
y sus ocupaciones para ayudar a la humanidad
y concluí que debía acercarme para ver
cómo darle una mano en mi vecindario
con la oscuridad del ser.
La lámpara no usa carburo ni bencina ni petróleo,
solo se alimenta de sentimiento
y buen corazón.
De regreso todos estaban alegres por retornar la luz
y entendieron dar una ayuda
porque Dios se está poniendo viejo
y no debe trabajar solo para el mundo.
Venirme a poner viejo
Qué puede estar pensando en soledad,
entre recuerdos y retazos de vida.
Así se le hacen los años a una persona,
preguntándose por los que viajan.
Conozco este plano de tierra, su gentilicio,
su lenguaje compartido con los animales
que entienden y se alegran.
Uno se mira a un espejo
y sabe que le están cobrando
la renta año tras año,
lo anotan las arrugas.
Decía Padre,
ah vaina,
venirme a poner viejo
ahora que me está gustando habitar bajo este cielo.
Cumpleaños
Cumplir 70 años.
La brisa zumba en los oídos.
Mi padre a esa edad se paró en la sala
frente al espejo, con el sombrero en la mano
y en veinte segundos comento:
que vaina se traerá Dios conmigo
en este invierno tan solo y sin mujer.
Se puso a mirar lejos por el tapiado de la casa
hacia la sabana y el monte de El gadín,
muy callado.
Y se fue sin prisa al patio.
Ahora me toca y me acompaña la memoria,
las palabras suenan en el pensamiento
y veo por la ventana la montaña del cerro El café.
Pienso que el testigo no existe en la finca,
que la única prueba la tengo en el recuerdo
y busco el espejo en el apartamento para verme
los trotes de los años.
Pienso que llegar a esta edad
cuenta haber estado muy pendiente de usted mi Dios
y en buena con la naturaleza.
Brindo mi ánimo en el camino.
La fotografía
Como me habría gustado una foto,
padre y madre,
al lado un caballo
mirando su campo.
En esa vida de poca civilización,
la tierra estaba ajena
y alejada para soñar.
Tomo un recuerdo un poco borroso
y me limpio los ojos para aclararlo,
uso la memoria
y lo gualdo mientras viva.
Una foto sería herencia
para que los nietos supieran
que hubo amor una vida.
Los ángeles del cielo
Estos días me los paso cantando,
mirando al cielo por las gracias
a los ángeles.
Confieso mi entrega por una escritura
que exprese a mi gente.
Agradecer que nos criamos en familia,
en el olor de la tierra.
Compartiendo el rio y los peces,
aseando el cuerpo aprendimos a nadar.
Me decían nada tranquilo
con los ángeles del cielo.
Nunca extraviamos a nadie,
amigos o parientes navegando.
Cuando emprendimos el viaje,
miramos el universo
y en las nubes se encontraban los ángeles.
*Sabanas en el cielo. Adhely Rivero. Rubiano Ediciones, Venezuela. 2024.
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