
I
Hablar de libros en Venezuela hoy es referirse a librerías que cierran, pocas novedades o falta de incentivos; pero, a pesar de las limitaciones, cada tanto aparecen y persisten iniciativas que promueven la lectura, que se traducen en espacios culturales, librerías pequeñas o grandes con libros nuevos o usados, festivales, decenas de editoriales independientes y escritores que hacen ver que es un sector en constante movimiento. Quizás en un futuro se estudiará y agradecerá el valor del trabajo hecho entre incontables conflictos políticos, una economía inestable y un sistema tan represivo que obliga a muchos a censurarse.
Tales esfuerzos se ven representados en librerías como Sopa de Letras, la Pulpería del Libro, El Buscón o Insomnia, en Caracas; La Rama Dorada y Temas, en Mérida; Puerto de Libros, en Maracaibo, y Enjoy Books, en Barquisimeto. Todas con diferentes enfoques y conceptos pero con el objetivo claro de vender libros y ofrecerles espacios a los lectores. Editoriales como Monroy Editores, Dcir Ediciones, Dahbar, Libros del Fuego, Letra Muerta, Sultana del Lago Editores, Eclepsidra o la editorial de Fundación La Poeteca dan cuenta de la variedad de proyectos para publicar, que se dividen entre el interés por los autores consolidados y emergentes, la narrativa, la poesía, el ensayo, la historia, la crónica, así como planteamientos más artísticos con la creación de libros objeto.
Están también, en un país repleto de bibliotecas deterioradas, los espacios dispuestos especialmente para los lectores, como La Poeteca o el Museo del Libro Venezolano, y ferias que reflejan el interés de la gente por seguir encontrándose en torno al libro, como la Feria de Editoriales Independientes de Venezuela, el Festival de la Lectura de Chacao, el Festival del Libro y la Lectura del Centro Parque Cerro Verde, la Feria del Libro del Oeste de Caracas, en la UCAB; la Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo, la Feria Independiente del Libro de Maracaibo o la Feria Internacional del Libro de Venezuela, organizada por el Estado en cada uno de los estados del país y el Distrito Capital.

La Feria del Libro del Oeste de Caracas se realiza desde 2016 en la UCAB | Manuel Sardá
Son pocas las librerías y editoriales que hay en el país si se hace una comparación con el panorama de hace 25 años.
En la actualidad, hay un registro de 52 librerías en el país, sin contar las papelerías, según datos ofrecidos por la presidenta de la Cámara Venezolana del Libro (Cavelibro), Adriana Mara. Sumadas a datos de los distribuidores que incluyen las papelerías, que en muchos casos también venden libros, hay más de 260 en el territorio nacional. La cifra contrasta de manera significativa con las aproximadamente 1.000 librerías y papelerías que había solo en el interior del país en 1998: Caracas tenía unas 300 en aquel momento.
Una cifra extraoficial de Cavelibro indica que en la actualidad, entre servicios editoriales, editores independientes y fundaciones editoriales, hay aproximadamente 57 emprendimientos que producen libros.
La poeta y ensayista Carmen Verde Arocha, directora de Eclepsidra y autora de la investigación Empresas editoriales venezolanas: apogeo y ocaso (1958-1998). Notas de historia cultural (Abediciones / Eclepsidra), señaló que Venezuela fue un país vanguardia en la edición de libros en las décadas de los 70, 80 y 90. De acuerdo con la investigación de la profesora, de 1892, año en que se fundó El Cojo Ilustrado, al 2000 se crearon casi 200 editoriales en el país, entre aquellas que en la primera mitad del siglo funcionaron como imprentas y editoriales, y luego las que operaron solo como editoriales de la década de 1960 en adelante, como Monte Ávila Editores, Biblioteca Ayacucho, Fundarte, Ekaré, además de las editoriales de las universidades o las alternativas, entre muchas más.
II
Adriana Mara ve con optimismo la situación del libro en el país. Desde que comenzó a trabajar en Cavelibro —fue antes vicepresidenta de la organización—, ha visto un resurgimiento del sector que, considera, explotó luego de la pandemia del coronavirus, porque las personas, en Venezuela y el mundo, tenían la necesidad de desconectarse de Internet y leer libros en físico.
“Se ha visto un aumento del consumo del libro físico, sobre todo en las generaciones centenial y alfa, así que aumentaron las necesidades de nuevos títulos y de contenido. Ahora los autores son como más rock star, es decir, que sabes de ellos incluso más que de la editorial. Ya ha habido un cambio incluso en el modo en que se maneja el mundo editorial en general”, dijo.
En el caso de Venezuela, la presidenta de Cavelibro señaló que hay un poco de retraso en ese sentido por problemas como las limitaciones para importar libros, la falta de producción o la migración de autores y editores. Sin embargo, en 2023 crecieron los emprendimientos editoriales con empresas independientes o autopublicaciones. “Comenzó a ordenarse el tema de la importación de libros. Gracias a la ley vigente que tenemos hay exoneración del IVA para importar libros, pero no para la producción interna. Producir libros en Venezuela es caro”.
Las circunstancias, dijo, han motivado a los distribuidores a comunicarse con los representantes formales de compañías como Planeta o Random House para que los libros que se editan en el extranjero lleguen a las librerías, por lo que ahora es más habitual ver en los estantes reediciones de la saga Harry Potter o los muy vendidos libros de la psiquiatra Marián Rojas Estapé.
Otro fenómeno que ha registrado la cámara es el de las librerías digitales. Tomando en cuenta requisitos como la venta de libros originales y no enviar PDF, han registrado un total de 30 entre las que menciona Libromanía y Libros.ccs. Es un número difícil de manejar debido a los casos de personas que ofrecen títulos no autorizados. Por otro lado, Cavelibro ve como algo positivo el movimiento BookTok que se ha desarrollado en Venezuela, pues promueven la lectura y dan cuenta del interés de los jóvenes por los libros. Hasta ahora, la organización ha censado 150 creadores de contenido de entre 17 y 35 años que difunden sus lecturas en redes sociales.
No maneja en este momento Cavelibro un registro sobre el comportamiento lector del venezolano, sin embargo, Mara apuntó que los principales gustos se dirigen hacia la autoayuda, las novelas juveniles, las finanzas y los libros infantiles. “Algo que he tenido como bandera en el gremio editorial es el cambio generacional, por tanto, hay cambios sobre cómo hacer editoriales, distribuir y vender libros. Sobre todo ha cambiado el perfil del lector venezolano, algo que tenemos que estudiar. En Cavelibro tenemos la tarea pendiente de generar el estudio del comportamiento del lector venezolano”.
III
Hay contrastes entre las respuestas de los libreros y dueños de librerías del país con respecto a la situación del sector. Algunos consideran que es necesario ser optimistas y otros perciben que la crisis sigue igual o que ha empeorado. Aunque hay coincidencias en cuanto a que este momento es mejor que años como 2016 o 2017, así como que no es fácil sostener una librería en un contexto inflacionario de pocas ofertas.
Rómulo Castellanos, dueño de la Gran Pulpería del Libro Venezolano, dijo que están viviendo momentos buenos y regulares, pero cree que el sector está encaminado hacia el regreso de las editoriales y señaló que en su establecimiento ha procurado mantener los mismos precios porque quiere que la gente siga acercándose. Muchos de sus clientes, contó, son jóvenes que se sorprenden cuando se encuentran con los laberínticos espacios de la Pulpería, por lo que es habitual que publiquen videos en redes no solo para hablar de lo que compraron o vieron, sino de la experiencia de estar en el lugar.
“Son chamos con edades de entre 15 y 25 años. Leen bastante y de distintas temáticas. Pero es que la idea de la Pulpería siempre ha sido que el libro elija justo a las personas que están llegando. Subir los precios más bien los alejaría, porque la gente también tiene que comer”, explicó el librero, para quien sostener la librería significa, además, conservar el legado de su padre, Rafael Castellanos, que fundó este espacio en 1981.
Castellanos, poniendo como ejemplo la naciente librería El Cuervo en El Hatillo, afirmó que cree que el libro se seguirá moviendo y que van a aparecer más establecimientos. Le da mucho dolor cuando una librería cierra, pero no lo atribuye a la falta de lectores sino a problemas con los precios de los alquileres. Quien vende libros, subrayó, no tiene la pretensión de hacerse rico y más bien busca ofrecer un servicio para la gente. “Yo no trabajo, estoy jubilado aquí, manteniendo el legado de mi padre, llevando el negocio de la familia. Estoy en mi pecera de libros, en mi mundo perfecto”.
El precio de sus libros varía entre los 5 y 10 dólares y los clientes buscan principalmente literatura universal o autores venezolanos clásicos como Miguel Otero Silva —subrayó que Casas muertas es uno de los libros más vendidos—, Rómulo Gallegos y Rafael Cadenas, así como escritores más contemporáneos como Rodrigo Blanco Calderón, Eduardo Sánchez Rugeles, Fedosy Santaella, Ednodio Quintero o Inés Quintero.

La Pulpería del Libro fue fundada en 1981 | Cortesía Rómulo Castellanos
Katyna Henríquez Consalvi, gerente de El Buscón, dijo que la situación ha sido y sigue siendo muy deprimente. “Somos un país sin libros y esa es la peor lectura que puede hacerse de un país”, lamentó. Las librerías, explicó, se mantienen a flote gracias al esfuerzo de unas pocas editoriales independientes y de contadas empresas distribuidoras.
Dentro de este panorama advirtió que las librerías que siguen en pie están gravemente amenazadas, porque además no hay suficientes políticas para la promoción del libro y la lectura, y “sin protección a la sana circulación del libro y el estímulo a las editoriales independientes vamos a la deriva”.
“Cada librería que se cierra es una ventana cerrada al progreso intelectual, al conocimiento y al resguardo de nuestra memoria colectiva. Las librerías no somos islas. Somos un ecosistema vivo y nos necesitamos unas a otras para retroalimentarnos entre nuestro mayor capital, que son los lectores. Los esfuerzos son inmensos para sostenerlas y va más allá de un tema de buena o mala gerencia”, dijo.
En el caso de El Buscón, Henríquez Consalvi recordó que siempre han sido, desde que la fundó hace 22 años, una librería de ocasión, es decir, que compra y vende libros usados, entonces se alimentan de bibliotecas privadas que les permiten ofrecer obras en 5 dólares o títulos preciosos, antiguos o agotados que suben de precio según su rareza. Las ganancias, dijo, solo alcanzan para sostener el concepto de la librería, porque los costos operativos y los impuestos se llevan prácticamente todo.
Situada en el ecosistema del Trasnocho Cultural, donde hay cine, teatro, arte, café y vino, El Buscón sobrevive gracias a que es uno de los espacios de la ciudad en el que se reúnen escritores, editores, investigadores o historiadores para participar de conversatorios o presentaciones de libros. La búsqueda va igualmente por que los lectores sientan que tienen un lugar de encuentro y diálogo cívico y democrático.
Para ella, a pesar de las dificultades, la librería está más viva que nunca, y sus 22 años la comprometen con la fidelidad de los lectores. El concepto de librería de ocasión lo sostienen no solo por un asunto estético, sino por el interés en el rescate bibliográfico venezolano en cuanto a memoria, que es lo que les confiere, subrayó, una identidad particular.

El Buscón ha sostenido durante 22 años su concepto de librería de ocasión | Katyna Henríquez
Andreína Melo, dueña de la librería Sopa de Letras junto con Marina Bockmeulen, señaló que en el último trimestre de 2024 y lo que va de 2025 las ventas de la librería, ubicada en la Hacienda La Trinidad, han disminuido debido a la crisis económica y política del país. “Muchos lectores han migrado y aquellos que aún permanecen enfrentan dificultades económicas que limitan su capacidad para adquirir libros”.
Consideró que tras la pandemia los hábitos de consumo cambiaron: si bien entre 2021 y 2022 hubo un repunte en las ventas, el número de visitas se redujo significativamente, creen que debido a que los clientes prefieren quedarse en casa.
Pese a las adversidades, Melo recordó que hay editoriales que siguen produciendo obras fundamentales para entender la realidad del país. Menciona entre ellas Dahbar, Abediciones y Curiara, que fundó con Bockmeulen y en la que han publicado títulos como Hija de revolucionarios de Laurence Debray o La perra de Pilar Quintana. “Además, algunos distribuidores siguen importando libros, lo que nos permite contar con ciertas novedades en el mercado nacional”.
Las dueñas de Sopa de Letras son optimistas sobre el futuro de las librerías por dos razones. Primero, creen en el poder de las historias: “Todos amamos una historia bien contada, pero a menudo no encontramos aquella que realmente nos interesa; ahí radica nuestra labor: conectar a las personas con su libro ideal”. La segunda es que los padres siguen deseando que sus hijos lean, y los jóvenes que las visitan disfrutan del aroma de los libros y personas que no mostraban interés por la lectura, subrayó Melo, ahora quieren empezar a leer. Para ellas son señales alentadoras.
En la librería especializada en textos infantiles y juveniles además promueven la lectura con actividades como cuentacuentos y talleres para adultos, y desde la pandemia ampliaron sus esfuerzos por mostrar en redes sociales lo que hacen, especialmente en su Instagram @lasopadeletras.
Jesús Santana, director de librería Insomnia, dijo que desde hace tres años, cuando abrió su nuevo establecimiento tras el cierre de Estudios, de la que se hizo cargo por 12 años, ha percibido que las ventas han estado estables. “No diré que hay un repunte bárbaro o que todo es una maravilla, pero se ha mantenido estable. Los que quedan compran siempre, les traes títulos particulares; en mi caso que no sean best seller porque voy a un público muy particular”, explicó el librero, que ofrece títulos de editoriales pequeñas pero de gran calidad como Ancatilado, Impedimenta o Valdemar.
Como vende libros que pueden ser costosos —ha ofrecido títulos como los dos tomos de entrevistas de The Paris Review, que en España pueden costar más de 80 euros—, suele traerlos en cantidades pequeñas. La inversión recae en el pedido y la ganancia, que no es demasiado grande, se reinvierte de inmediato. “Son pedidos pequeños. No es como cuando estaba en Estudios que se traían 60 cajas de libros. En este momento cada tres o cuatro meses traemos siete u ocho cajas, lo mejor seleccionado posible para que tengan salida”.
Hoy cerró definitivamente Estudios La Castellana, una de las últimas librerías disidentes e independientes de Caracas, donde se encontraban textos censurados y prohibidos por la dictadura.
La medida se toma de manera unilateral sin comunicarlo apropiadamente a la clientela. pic.twitter.com/sJ3Zs9uYrj
— Sergio Monsalve (@sergioxxx) April 15, 2021
En un mercado que en un momento se vio gravemente afectado, Santana destacó que hoy día hay varias librerías virtuales y editoriales. “Mientras el lector tenga más acceso a la oportunidad de tener el libro que quiere, mejor. En el caso de las editoriales, era inevitable que empezaran a aparecer”.
“Por ejemplo, el caso de La Poeteca —donde está ubicada Insomnia—. Creo que sin duda es la biblioteca más importante del país actualmente, sin quitarles méritos a las otras. La Poeteca sigue apostando por el libro, siempre tiene ediciones nuevas y es sin duda una editorial que es punta de lanza de las editoriales en Venezuela”, añadió.
IV
Treinta años tiene la librería Temas de Mérida y hoy día se encuentra de capa caída, reconocieron sus dueños Arinda Engelke y Eduardo Castro, quienes mencionan entre los factores la falta de editoriales, la influencia de los celulares y la inestabilidad económica.
“El libro no es reemplazable para los que valoran ese bien cultural. Aquí nos llaman héroes por mantener la librería. Es una empresa quijotesca, ya se trata de luchar contra los molinos de viento representados por la falta de incentivos para la lectura, o el hecho de que la gente tiene 20 dólares y prefiere usarlos en comida y no en libros”, explicó Engelke, también periodista.
Castro recordó que Temas fue una librería que ofrecía variedad de títulos y en la que se reunían profesores de la Universidad de Los Andes (ULA) y otras casas de estudio. Todavía, dijo, hay quienes se interesan en visitarlos porque conocen su historia. Consideró que las nuevas generaciones no tienen el hábito de leer en papel y en algunos casos prefieren los textos publicados en plataformas online que ofrecen “una literatura muy fácil, muy light, salvo raras excepciones”.
El librero espera que, tal vez por un “milagro”, la situación para el sector mejore. Sin embargo, señaló que las librerías siempre van a tener su nicho, a pesar del país. Para él, pasarán a formar parte del turismo cultural, algo que ya está ocurriendo, pero en Venezuela, dijo, aún no están dadas las condiciones. “Esperemos que se den los milagros y se retomen la industria editorial y las políticas editoriales, que haya una buena distribución y se vuelvan a instalar las librerías”.
Ser un librero en la actualidad, opinó, se convirtió en una utopía en un país en crisis. Pero, de todos modos, se trata de una vocación y quien nació con ella la sostendrá hasta el final. “El librero puede apoyarse en tecnologías y sitios web que difunden el libro y lo recomiendan, pero tiene que complementar con estudios. Aquí, de momento, es una utopía ser librero, no se puede vivir de serlo”.

Librería Temas tiene más de 30 años funcionando en Mérida | Arinda Engelke
Con la idea de promocionar el hábito de la lectura en Barquisimeto nació hace tres años Enjoy Books. Situada en el edificio de El Impulso, con 121 años el periódico más antiguo de Venezuela, es dirigida por Joyce Román, quien la define como una librería fresca y moderna especializada en textos infantiles en sus inicios, que luego se amplió a la novela, la poesía, la historia, la biografía, la autoayuda y la gerencia. Se inclinan, de hecho, hacia la gerencia y el liderazgo porque el lugar donde están tiene un público profesional que busca ese tipo de libros. La sección preferida es la de cuentos infantiles.
Román contó que al abrir en junio de 2022 se sorprendieron por la respuesta de la gente. Esos primeros dos años fueron muy satisfactorios. Pero desde las elecciones de 2024, dijo, la economía se ralentizó y afectó igualmente a las librerías. “Nosotros tenemos muchas limitantes para adquirir los libros, no tenemos presencia de editoriales en Venezuela. Existen distribuidores que nos apoyan, cuento con ellos para mantener la librería surtida de títulos. No siempre podemos tener lo que la gente busca o lo que está entre los best seller en el mundo”.
Espera, no obstante, que la situación mejore porque lo que los mueve es promover la lectura en el país. Han llevado a cabo, por ejemplo, presentaciones de libros y desde noviembre de 2024 realizan la actividad gratuita “Jueves de palabra”, que consiste en abordar temas a propósito de alguna fecha importante o tópicos que les interesa resaltar. Los sábados se leen cuentos infantiles y cuando crecieron en espacio dispusieron la librería para eventos corporativos.
En Barquisimeto, dijo Román, hay muchos lectores que comenzaron a interesarse en visitarlos cuando abrieron, muchos de ellos, afirmó, destacando la necesidad de espacios dedicados a los libros y la lectura. “Mucha gente que entra por primera vez dice que se siente en otro país, eso nos pasa mucho (…) A la gente le encantan estos espacios. Los niños que van disfrutan mucho el espacio infantil”, explicó.

Enjoy Books pronto cumplirá tres años abierta en Barquisimeto | Joyce Román
La librería Puerto de Libros cuenta con dos sedes en Maracaibo, una en el Parque Vereda del Lago y otra en el Teatro Baralt. Dirigida por el poeta Luis Perozo Cervantes, comenzó en 2017 como librería virtual y llegó un momento en que tenían tantos libros que en 2018 decidieron convertirla en un espacio físico en la Vereda del Lago. Allí estuvieron un año y medio hasta que las autoridades, de tendencia oficialista, decidieron cerrarla: Perozo Cervantes es militante opositor.
“Luego de eso conseguimos un espacio en el Teatro Baralt de Maracaibo, que está frente a la plaza Bolívar, en el corazón de la ciudad, y después, cuando la oposición volvió a ganar, en 2021, el alcalde ahora preso, Rafael Ramírez, nos prometió que nos iba a devolver el espacio en la Vereda”.
“Entonces tenemos una sede en el Teatro Baralt, de la que no hemos salido, espero que no nos saquen nunca, mientras la universidad sea libre no creo que nos saquen, y estamos en la Vereda del Lago desde 2022. Este es el tercer año desde que reabrimos en la Vereda, en un espacio más grande, más bonito, parece una casa de cuento de hadas y hay muchos libros”, añadió el escritor.
La situación financiera para Puerto de Libros es positiva, subrayó Perozo Cervantes, quien lo atribuye a que no tienen competencia porque se han enfocado exclusivamente en vender libros y no papelería, han procurado crear comunidad con sus lectores y siguen teniendo la oferta virtual en su página web www.puertodelibros.com.ve. En el catálogo cuentan tanto con títulos usados como nuevos que obtienen gracias a distribuidoras como Edic-Ven y Océano. “Creo que hemos mantenido nuestros números negros. Hablamos de que nuestro proyecto de librería sostiene tres empleados en dos sedes, abre todos los días y financia proyectos como el Slam Poético (competición en la que el autor recita en directo y el público actúa como jurado) y desarrolla actividades culturales”.
Lo definió como un proyecto cultural autosustentable que no depende ni del gobierno ni de ONG. “Funciona porque hay lectores y porque intentamos hacer que los lectores se sensibilicen con el proyecto”.

Puerto de Libros en Parque Vereda del Lago | Rael Timaure

Puerto de Libros en el Teatro Baralt | Rael Timaure
Otra librería en Mérida, La Rama Dorada, ofrece principalmente libros usados y funciona también como coworking y café. Ubicada en la Quinta Ave María, diseñada por el arquitecto español Manuel Mujica Millán, tiene como gerente al profesor de la Escuela de Letras de la ULA Álex Bustamante, quien explicó que cuentan con bastantes títulos por ser Mérida una ciudad en la que hay un remanente importante de bibliotecas por las ferias de libros y los miles de profesores que en la ciudad y en el estado han desarrollado su carrera.
“En alguna medida eso ha sido un paliativo, que personas aliadas han aportado con sus bibliotecas y han servido a la sostenibilidad de la librería. Es una estrategia que conocimos después de entender la importancia del mercado del libro de segunda mano en el mundo y lo que eso implica en la ciudad”, dijo.
Ofrecen además café y han diversificado sus espacios con exposiciones de arte y el coworking. Gran parte de los libros que venden son de literatura universal que en su mayoría pertenecen a Libro Club, una membresía con más de 800 personas que ha generado una importante comunidad lectora. “Tenemos mucha literatura universal, española, autoayuda, los libros de la Biblioteca Ayacucho los estamos coleccionando. El fondo es como de unos 25.000 libros. Es un fondo importante con depósito y todo”.
El público que reciben es variado. Últimamente los visitan muchos grupos de estudio porque las bibliotecas están restringidas en horario, ellos, en cambio, operan de 8:00 am a 8:00 pm. “Últimamente algunos maestros de colegio han enviado alumnos a leer títulos de Rómulo Gallegos, Miguel Otero Silva o libros como Robinson Crusoe. Piden uno o dos ejemplares”.
A propósito del Día del Libro, La Rama Dorada organizó varias actividades: un taller de escritura de Carolina Lozada, un taller de poesía de Luis Moreno Villamediana y la conferencia “¿Por qué nos importa Jorge Luis Borges” de Víctor Bravo, así como un recorrido por librerías el 26 de abril que tendrá como punto de encuentro la plaza El Espejo.

Librería La Rama Dorada, en Mérida | Álex Bustamante
En un país de pocas y deterioradas bibliotecas también hay espacios dedicados exclusivamente a la lectura. Quizás el mejor ejemplo sea La Poeteca, donde las personas pueden sentarse a leer cualquiera de sus más de 10.000 títulos disponibles. También realizan eventos como recitales y ofrecen formación como el diplomado de Apreciación y Estudios Poéticos.
“A nosotros nos interesa ser un espacio de soporte, serenidad, templanza, un lugar donde puedas refugiarte, un lugar para leer, para pensar, estar en silencio, para descansar del ruido e incluso del dolor de tantas circunstancias”, expresó el escritor Ricardo Ramírez Requena, gerente de La Poeteca.
Sostener un espacio así, señaló, supone un reto que implica tener un calendario anual de actividades fijas, lo que incluye un número de publicaciones, un concurso, el diplomado, encuentros por fechas emblemáticas, asistencia a ferias, entre otros. Significa entonces contar con un presupuesto al que deben ajustarse, la búsqueda de aliados, hacer sacrificios y estar en constante reinvención. “De reinvención no cambiando tu misión, visión y objetivos, sino logrando identificar lo que hay en el aire, las necesidades que hay y lo que podemos disponer para atenderlas. Eso es lo que supone en Venezuela sostener un espacio como este”.
En seis años han tenido un promedio de 500 eventos, casi dos por cada cinco días, y mensualmente reciben al menos 50 personas sin contar las que van a las actividades que organizan. El perfil de sus visitantes es variado: estudiantes, investigadores, lectores aficionados y una frecuencia de vecinos que considera interesante. “Les parece insólito que exista un espacio como el nuestro, a veces a la gente le cuesta creer que es un espacio privado abierto al público y que puedes entrar y ya, no tienes que pagar”, dijo.
El Museo del Libro Venezolano, fundado por Ignacio Alvarado, es otro espacio al que las personas que aman los libros pueden acudir para leer. Allí disponen del área que es propiamente el museo en la que se pueden consultar libros antiguos, manuscritos o primeras ediciones de clásicos, así como libros en venta de la librería Libroria, que funcionó por años en Las Mercedes antes de ser mudada, otra librería – café recientemente abierta de libros usados, exposiciones, talleres y conversatorios. Inauguraron además una muestra permanente titulada Clásicos en la que se pueden ver rarezas como una primera edición de Doña Bárbara de Rómulo Gallegos.
Alvarado explicó que su interés en resguardar ediciones especiales de autores venezolanos se debe a que nadie lo está haciendo y advirtió que tales títulos “se necesitan, y necesitarán, para apreciar qué se ha escrito de valor en el país”.
Su visión del panorama actual del libro en el país es negativa en cuanto a producción local, pero destacó que hay focos muy positivos en el exterior con editoriales como Kalathos y muchísimas ediciones personales, electrónicas o en Amazon. “En cuanto a producción local quedan un puñado de cuatro o cinco editoriales entre las que destaca editorial Dahbar”, dijo.
Por eso señaló que es muy difícil sostener un espacio como el Museo del Libro Venezolano, que opera gracias a la venta de libros a través de Libroria y eventos como talleres y charlas. “Y sobre todo porque yo lo soporto personalmente porque es mi pasión”.

Librería Libroria, ubicada en la sede del Museo del Libro Venezolano | Abraham Tovar
V
Así como librerías que se reinventan y que trabajan con pocos recursos, hay editoriales creadas o dirigidas por venezolanos que operan en el país, en el extranjero o de manera combinada que siguen publicando tanto autores nacionales como internacionales.
Libros del Fuego, fundada en 2013 en Venezuela, con operaciones también en Colombia, es uno de los sellos que mayor proyección internacional ha tenido, con libros como Al gran Gabo, un homenaje de 74 narradores y poetas griegos a Gabriel García Márquez, o la antología de textos Abrazo del escritor portugués José Luis Peixoto, pero no han dejado de publicar a venezolanos, con títulos como El último encuentro de Humberto Acosta o Parasitarias de Alejandro Castro.
Alberto Sáez, uno de sus editores y coordinador junto con el escritor Ricardo Ramírez Requena de la Feria de Editoriales Independientes de Venezuela, expresó que el sector editorial está funcionando en un mercado muy pequeño en el que hay iniciativas puntuales, autopublicaciones o ediciones realizadas desde el mecenazgo. “Creo que de las pocas editoriales que hace todavía un trabajo fuerte es Dahbar. Sin embargo, no hay un movimiento completo. Nosotros estamos imprimiendo y haciendo. Desde el año pasado hemos hecho siete libros y todos están en Colombia”.
El editor señaló que aunque quisiera traer algunos ejemplares para vender en el país, el retorno sería muy lento debido a lo pequeño del mercado. “Y las librerías te pagan en bolívares. Si pones como ejemplo el aumento del dólar que ha ocurrido estas semanas se pierde el valor final del libro. Es muy cuesta arriba hacerlo”. Sin embargo, adelantó que para la segunda edición de la Feria de Editoriales Independientes de Venezuela, pautada para junio, esperan traer novedades para los lectores.

Libros del Fuego ha publicado autores como el portugués José Luís Peixoto sin dejar de lado las voces venezolanas
“Ahora estamos trabajando para publicar autores venezolanos. Vienen unas novedades que no puedo decir, pero son autores canónicos de la poesía venezolana, vienen poetas con los que hemos estado trabajando en la editorial. Vienen nuevas voces venezolanas con las que no habíamos trabajado. Seguimos trabajando por mantener dentro del catálogo nuestras voces”.
Monroy Editor nació en el año 2014 por la coyuntura de lo que él llama “apartheid cultural” —en 2001, el fallecido presidente Hugo Chávez dio inicio a la llamada “revolución cultural” que derivó en el desmantelamiento de la autonomía y el deterioro de las instituciones culturales— que se ha prolongado hasta la actualidad, dijo su fundador, el editor y artista Douglas Monroy, quien asume la dirección de la editorial como una decisión política y estética.
El sello se ha especializado en los libros de fotografía, con títulos como El ojo de la ballena de Daniel González o Las paredes no mienten de Alexis Pérez-Luna, y narrativa, con una amplitud de libros de autores conocidos como La montaña de los siete tambores de Juan Carlos Méndez Guédez, Diorama de Ana Teresa Torres o Cálidas ruinas de Rubi Guerra.
Monroy, que reside en Nueva York, dijo que se interesaron en la narrativa por dos aspectos fundamentales, el momento que vive la literatura venezolana y la urgencia producida por la diáspora de escritores y lectores venezolanos: “Debíamos dedicarnos a esas urgencias y decidimos crear un área de narrativa. Es la colección que estuvo coordinando Violeta Rojo —la escritora y profesora falleció en 2024 y ahora está a cargo de Antonio López Ortega— de manera excepcional seleccionando títulos y autores. Con ello abrimos un canal importante de voces tanto de la diáspora como de aquellos que viven en regiones bastante apartadas de Caracas”.
Sostener una editorial en este momento, admitió el editor, es sumamente complejo, como atravesar un campo minado cada día. Para Monroy, eso significa no poder imprimir en el país por los altos costos, así que ha optado por hacerlo en números bajos que luego puede ir aumentando desde Bogotá, Colombia. Cuando los libros llegan a Caracas algunos son enviados a Nueva York con el objetivo de distribuirlos en esa ciudad.
“No podemos dejar soslayar que se trata de un trabajo de resistencia y estética, de política, de que hay que devolver lo que es Venezuela potencialmente. Entonces hay coyunturas difíciles, la distribución es casi un milagro porque hay que crear canales hacia muchos más sectores. Es como ir navegando casi que con los ojos tapados”, afirmó.

Monroy Editor empezó a funcionar en 2014
Dcir Ediciones cumplió en marzo 10 años publicando poesía de una manera muy particular: anualmente lanzan dos títulos, uno de un autor consagrado y otro de un autor emergente. El par más reciente, de 2024, fueron los títulos La intención esquirlada de María Antonieta Flores y Último de aire de Reynaldo Pérez Só, fallecido en 2023. Cada entrega viene con colores, fotos y diseños especiales; por ejemplo, en la más reciente las portadas son amarillas y las de hace dos años, La caja de Carmen Leonor Ferro y La caída natural de Graciela Yáñez Vicentini, eran azules.
Edda Armas, escritora y directora del sello, señaló que editar en Venezuela es una odisea por trabas como el problema para conseguir presupuestos viables o algún patrocinio, porque los costos de producción de un libro han subido de manera proporcional a la inflación, lo que ha influido en que ahora se publiquen menos títulos. “Editar hoy día en Venezuela es un acto de sobrevivencia y persistencia. De cabeza dura. Se trata de apostar al conocimiento, al pensamiento, la reflexión, la civilidad”, expresó la poeta.
La editorial que dirige se ha propuesto, explicó, ser un registro de los temas de los que se ocupan los poetas venezolanos en la actualidad. “El año pasado tuvimos la primicia de publicar un libro póstumo, Último de aire de Reynaldo Pérez Só. Aparece en la colección como primer libro póstumo pero fue entregado por el autor dos meses antes de morir”.
En un contexto en el que es complejo distribuir libros y obtener ganancias de lo invertido, Dcir opera como un proyecto autosustentable también gracias al apoyo solidario y creativo de dos maestros, Carlos Cruz-Diez y Rafael Cadenas. Armas explicó que el artista fallecido en 2019 hizo una obra gráfica que acompaña el poema “Las paces” de Cadenas. La venta de esa pieza gráfica ha ayudado a financiar el sello, que también recibe donaciones y otras colaboraciones.
La proliferación de editoriales independientes, que se vio sintetizada en la Feria de Editoriales Independientes de Venezuela, es vista por la poeta como una manera de no dejarse encerrar en la oscuridad. En cada época, recordó, “escritores, editores, pensadores, filósofos, los místicos o los patrocinantes han encontrado la manera de que el libro se edite y distribuya”.
Ediciones Letra Muerta, fundada en 2014, tiene como enfoque explorar textos que no han sido editados o reeditados en mucho tiempo con un cuidado especial en los aspectos gráficos y tipográficos. De modo que han publicado títulos en los que reivindican el fenómeno-objeto: el lector tiene en sus manos una pieza artística que bien puede leer o contemplar. Codirigida por Faride Mereb y Oriana Nuzzi, el año pasado el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMa) adquirió su colección para su Centro de Archivos e Investigación.
En una entrevista conjunta, Mereb y Nuzzi dijeron que el proyecto propiamente no se sostiene, sino que existe de manera adyacente según sus posibilidades: “Actualmente Letra Muerta es un estudio de diseño y editorial independiente, esta estructura permite que continuemos publicando y el tipo de publicaciones que hacemos nos trae colaboraciones. Una retroalimenta a la otra, como el ouroboros. Hemos tenido que adaptarnos a nuestros contextos y las diferentes economías”.
Su propósito, explicaron, es que haya registros, que se publiquen libros de calidad y ejercer lo que aman hacer, así como generar una comunidad sólida y prolífica. Actualmente se mantienen porque funcionan como estudio de diseño, centro de archivo y de talleres. Son una empresa que presta servicios editoriales pero que aún publica, con un equipo que opera en Nueva York y Venezuela pero que asimismo colabora con personas de otros lugares de América Latina, El Caribe, Europa e incluso otras ciudades de Estados Unidos.
El sector del libro de Venezuela lo definen como históricamente prolífico pero actualmente activo solo gracias al empuje de iniciativas independientes: “El Estado acabó con todo. Ya la renta petrolera no sostiene la cultura (para bien o para mal). Queda la ruina”.
“Hay una necesidad de publicar, de generar diálogos. Hay herramientas tecnológicas que muchos implementan como es el caso de ‘print on demand’ y esto demuestra esa necesidad que mencionamos. La publicación impresa es una manera de resistencia extrema en la actualidad venezolana”, expresaron.
La poeta Carmen Verde Arocha, directora de Eclepsidra, afirmó que desde hace mucho tiempo es difícil sostener en Venezuela un proyecto editorial. El problema no es fundar un sello, explicó, sino mantenerlo. En el caso de Eclepsidra, que tiene más de 30 años funcionando, subrayó que nació por un mandato de la propia poesía. Durante estos años han recibido apoyo y colaboraciones para algunas publicaciones de universidades, fundaciones, empresas privadas, embajadas y particulares. Cada vez reciben menos.
“En Eclepsidra tenemos dos lemas: ‘Un día a la vez’ y ‘Los libros tienen su destino’, cuando un libro quiere salir publicado no hay manera de evitarlo. Mientras tanto, seguimos apostando por el libro y su destino, que no es otro que llegar a las manos de un buen lector. Apostamos también por el país. La oscuridad nunca es para siempre. Los poetas tenemos que afinar la intuición y ver”, dijo.
Señaló también que las trabas en el sector editorial son muchas. Desde antes de 2013, indicó, comenzó una caída que no se detiene. Entre los problemas menciona la falta de recursos por parte de las editoriales para ofrecerles a los autores una plataforma sólida, la mínima o casi nula importación de libros, el escaso apoyo de la empresa privada para la producción local, la migración, la pandemia y la inflación. “Han puesto al sector en un agotamiento que ha sido difícil de recuperar”.
A pesar de la crisis, no obstante, resaltó que los venezolanos siguen produciendo obras de gran calidad y se sigue recordando y celebrando a los escritores nacionales. “Las firmas que surgieron a mediados del siglo pasado y comienzos de este han sido merecedoras de importantes premios y celebraciones. Tenemos a nuestro poeta Rafael Cadenas, Premio Cervantes, un importante reconocimiento para nuestra literatura. Rafael Cadenas vive en Venezuela, es nuestro soporte, su palabra poética es nuestra oración”, expresó.
Eclepsidra, detalló, lanza entre cuatro o cinco libros al año. Siendo una editorial de culto, nunca les ha interesado publicar más de esa cantidad. Hoy día cuentan en su catálogo con 204 títulos y se siguen apoyando en las pocas librerías que quedan en el país, que fueron su primer puente con los lectores para darse a conocer. Los tiempos, reconoció, han cambiado y han tenido también que subir sus libros a Amazon.
“Mantener la presencia de nuestros títulos en papel es algo que para nosotros es entrañable y lo vamos a seguir haciendo. En Eclepsidra nos levantamos cada mañana pensando en que hay que ganarle al fracaso”, dijo la poeta, que publicó recientemente su antología Que el río responda en la prestigiosa editorial Visor Libros en Madrid.

Eclepsidra tiene más de 30 años funcionando
El poeta Luis Perozo Cervantes, director de Sultana del Lago Editores, consideró que la “manida frase” de que Venezuela tiene una crisis en el mundo editorial obedece a la idea de que “todo tiempo pasado fue mejor” y advirtió que se trata de la “trampa de la nostalgia”. Señaló que en cada época ha habido diferentes crisis y superarlas depende de la capacidad de los editores para inventar oportunidades.
“Hoy nos toca, gracias a la tecnología, tener la capacidad de ponernos al nivel de iniciativas editoriales independientes de todo el continente. Venezuela está en un buen momento porque tenemos una sociedad que no abandona ante la crisis la posibilidad de pensarse y escribirse”, dijo el escritor, que ha publicado toda su obra bajo su sello editorial.
En la actualidad, una pequeña editorial de Trujillo o Táchira puede competir con otras más grandes porque ahora el reconocimiento, opinó, es a través del mercado editorial y no por “los círculos de validación de la literatura”, que para él tenían que ver con la política o las instituciones públicas.
Sultana del Lago Editores, explicó Perozo Cervantes, abre su buzón de correo para recibir las propuestas de libros de personas que quieran publicar y no tengan dinero para hacerlo. La define como una gran casa de talentos que está en la constante búsqueda del “escritor de las 1.000 copias”, que no ha llegado pero mantiene la esperanza de que ocurra. En la actualidad, subrayó, tienen en catálogo 450 títulos que se imprimen bajo demanda
“Los imprimimos en Maracaibo. Somos dueños de ese proceso. Siento un poco de orgullo al decir que hacemos un libro completamente venezolano: imprimimos el libro en Maracaibo, donde hacemos el proceso de impresión de la tripa, la portada, la encuadernación, y el libro sale perfecto del taller a la agencia de envío en la que la persona recibirá el libro”, dijo.

Sultana del Lago Editores abre su buzón de correo para recibir propuestas de escritores que quieran publicar y que no tengan dinero para hacerlo
VI
Hay escritores venezolanos que viven en el país y otros que están dispersos, por diversas razones, en destinos como España, México, Argentina, Estados Unidos, Francia, Uruguay, Panamá, por mencionar algunos. Todos se han visto afectados por la crisis venezolana, desde la inestabilidad económica si están aquí hasta las dificultades para tramitar un pasaporte residiendo en el extranjero. También hay coincidencias en el interés de que su obra sea leída en Venezuela, sin importar donde estén.
Residente en México, para Alberto Barrera Tyszka ser un escritor migrante tiene como dificultad principal que, en general, se es un escritor desconocido, no local. Esto, sumado al proceso de cambios que vive la industria editorial, dificulta cualquier publicación. “Estar fuera del país significa, también, estar fuera de nuestro circuito natural de producción y consumo de la literatura; somos escritores sin mercado”.
Aunque es importantísimo para los autores venezolanos que sus libros circulen en el país, el novelista señaló que es una alternativa económicamente inviable. “La vía de la importación es engorrosa y cara. La producción de libros en el país también es muy costosa. A todo esto, además, hay que añadir la crisis económica: comprar un libro en Venezuela, hoy día, es un enorme lujo, un privilegio exquisito”.
Estar fuera ofrece más posibilidades de publicar por la cantidad de editoriales, revistas o eventos, lo que podría ser de gran ayuda, dijo, pero también está el problema de que en el mundo digital la comunicación, la información y la edición han cambiado. Así que para Barrera Tyszka y para cualquier escritor o escritora de Venezuela, salvo algunas excepciones, publicar es una tarea titánica, sin importar si están dentro o fuera.

Barrera Tyszka reside en México | Henry Delgado
Juan Carlos Méndez Guédez señaló que el panorama del escritor venezolano en un país como España, donde vive hace casi 30 años, ha cambiado mucho. Antes la literatura venezolana estaba oculta, ensimismada, encerrada en las fronteras nacionales, explicó el novelista. Ahora hay autores internacionales y una mayor curiosidad sobre lo que aquí se crea.
Méndez Guédez dijo que las dificultades que enfrenta no son distintas a las de cualquier autor que resida y escriba dentro de ese país, incluyendo los nativos. “Escuché no hace tanto que aquí se publican cada semana 100 títulos de narrativa para adultos. La competencia es brutal. Ya conseguir que se publique tu libro es una gran victoria, que se reseñe, que se divulgue, es una proeza. Ni hablar del tema de las ventas”.
El venezolano tiene un problema añadido: su propio mercado natural de lectores está dañado porque el chavismo, explicó, destruyó el tejido cultural del país. “Un autor no puede mostrar como carta de presentación en el exterior el recorrido que tuvo su libro en su propio sistema literario”.
Los escritores, ante lo que ocurre, deben seguir escribiendo, afirmó el narrador, quien subrayó que un autor venezolano que vive en el exterior y publica en Venezuela está haciendo un sacrificio importante. “Las condiciones económicas en las que se le edita son muy lejanas a las que puede tener en un país como España. No está en manos del escritor hacer nada más”.
Michelle Roche Rodríguez, también afincada en España, explicó que hace 10 o 15 años era raro que se hablara de literatura venezolana en ese país. Ahora sí se oye en escuelas de escritores menciones a autores venezolanos. La novelista menciona el caso concreto del español Eloy Tizón, que habló de un cuento de Luis Britto García. “Eso quiere decir que la literatura venezolana se vino en la maleta de los escritores venezolanos y que de alguna manera, quiero pensar, ha sido nuestra influencia en los últimos 10 años”.
El movimiento cultural de escritores latinoamericanos en España, y precisamente en Madrid, es bastante grande, dijo Roche Rodríguez: “Es un momento importante para la literatura latinoamericana en general, pero creo que para la literatura venezolana en particular porque los que estamos produciendo desde fuera hemos tenido que pasar por una profesionalización importante”.
Se refiere a la necesidad de “concebir el hecho literario también como un hecho editorial, como un asunto editorial”, pues “no siempre ambas dimensiones van casadas y nosotros nos formamos en un entorno un poco árido por la situación política, pero además no había una gran tradición editorial, era endeble”.
Tomando en cuenta que el esquema de la generación Boom se agotó hace tiempo, los autores de ahora, dijo la novelista, viven de talleres, de escribir para medios o hacer trabajos para el sector editorial. “Por ejemplo, 50% de mis entradas vienen de oficios en el mundo editorial: tienen que ver con correcciones, con lecturas para concursos, con trabajos en antologías. Luego, otra parte importante es del periodismo cultural y la academia”, explicó Roche Rodríguez.

Michelle Roche Rodríguez es autora de la novela Malasangre | Emilio Kabchi
Fedosy Santaella, residente en México, dijo que en su caso tuvo que empezar de nuevo: “Incompleto, borrado. Te enfrentas a un mundo donde todo lo que has hecho cayó en su saco roto al borde de una barranca oscura”. No queda más que, dijo, volver a demostrar su valía.
“Las bitácoras de tu viaje se fueron con el naufragio, ¿me explico? Debes salir a flote y nadar sin tregua hasta la orilla. He tenido la suerte de gustar en algunos concursos en España y a algunos editores. Ahí pude entrar hace algunos años en la lista corta del Herralde y gané el premio internacional de novela corta Ciudad de Barbastro, lo que me llevó a ser publicado por Pre-Textos y luego por Milenio”, recordó.
Si bien sabe que parte de lo logrado se debe a la posible calidad de la escritura, admitió que también hay mucha suerte, lo que agradece. En México, aunque le costó mucho por ser un extranjero “que llega como un mapa en blanco que nadie ha leído”, también ha logrado publicar dos libros con Norma de Santillana. Con ellos le ha ido bien. “No obstante, no puedo decir que la publicación de mis libros en México esté asegurada. Todavía hay mucho camino por recorrer”.
Señaló que para él es importante lograr que sus libros lleguen al país porque en Venezuela comenzó su camino, lo nombraron escritor y tuvo sus primeros lectores, por lo que suele estar en búsqueda de oportunidades en su lugar de nacimiento. En 2023, por ejemplo, publicó la novela breve El dibujo de la isla con Monroy Editor. “Esa colección de novela breve, que además fue llevada con excelencia por la querida Violeta Rojo, se distribuye en Venezuela. Pero, si se me permite el inciso, la literatura no es solo el escritor y sus libros”.
“La literatura es un sistema donde entran lectores, críticos, académicos, periodistas. Si bien entiendo la situación del país, la fuga de cerebros y el estado de desánimo que posiblemente predomina, debo señalar que es importante que ese sistema se ponga en funcionamiento”, expresó.
VII
La poeta y ensayista Graciela Yáñez Vicentini, que reside en Venezuela, recordó que un escritor está siempre enfrentado a la página en blanco. En el caso de los venezolanos, se suma el hecho de vivir en un país que no usa sus recursos para apoyar la cultura y los dirige a un sector de la población que no es la mayoría. “Esa mayoría se encuentra con un entorno que solo cuenta con las iniciativas privadas para promover y difundir la escritura y las artes en general”.
Además, continuó, la cultura es vista como un lujo o pasatiempo y no como un oficio o modo de subsistencia. “Difícilmente te van a pagar por recitar poesía o por presentar un libro, muchas editoriales no pagan los derechos de autor y cada vez hay menos medios donde un escritor puede desempeñarse profesionalmente”, explicó la también editora.
Las iniciativas con las que cuenta un escritor son las pocas librerías que quedan, los centros culturales, las editoriales que logran persistir, las ferias de libros o los pocos concursos que hay, dijo. “Las ferias del libro, por ejemplo, se han convertido en pequeños nichos donde el debate, la conversación y los eventos culturales en general llegan a ser lo más importante, pero también es importante que se consigan y se vendan libros”.
“Las librerías hacen esfuerzos descomunales por traer libros de afuera y por tener eventos y presentaciones donde se vendan los libros presentados. Lo que se puede hacer es aprovechar estas iniciativas, participar y apoyarlas, y crear consciencia sobre lo que es la escritura y todo el sector cultural: un oficio que debe ser tomado en serio”, añadió.

La caída natural de Graciela Yáñez Vicentini, publicado por Dcir Ediciones
La escritora Andrea Leal, también residente en Venezuela, dijo que algunas de las dificultades con las que se ha topado son la falta de financiamiento, como la ausencia de becas para que los escritores puedan dedicarse a sus obras durante un período determinado, lo que resulta un problema en un país en constante precariedad económica. Mencionó también la falta de editoriales interesadas en publicar autores jóvenes. Por eso han surgido proyectos independientes en los que ellos mismos pueden dar a conocer lo que escriben. Y sumó además la censura que limita a los escritores a la hora de abordar temas que incomoden al poder.
Sin embargo, Leal señaló que se mantienen muchos espacios para los escritores en Venezuela como La Poeteca, el Banco del Libro o el Museo del Libro Venezolano. “Lo que veo particularmente es que hay mucha intención por crear espacios para escritores, para la difusión de la literatura venezolana, y son orgánicos, creados por los mismos escritores, los mismos artistas”.
Se refirió al caso concreto de la iniciativa Gato Negro Caracas, que dirige con sus colegas Gabriela Vignati y Verónica Flórez con el propósito de difundir la obra de los escritores jóvenes, en especial con un enfoque hacia los narradores porque, opinó Leal, solía ser un grupo marginado: “Hemos intentado crear canales para que exista una plataforma donde se conozcan los escritores. Veo también iniciativas en la Escuela de Letras de la UCV, donde hay chicos que están organizando recitales tanto en la UCV como en el Museo de Arte Contemporáneo”.
Natasha Rangel, que reside en El Paso, Texas, Estados Unidos, dijo que ser una escritora migrante, más que dificultades, obliga a enfrentarse a varios desafíos. Uno de ellos es el de construir una comunidad lectora para lo que es necesario hacer trabajo de campo, es decir, conocer la cultura local, leer autores de la región o asistir a eventos. “El resultado de eso, además del conocimiento, es que vas a terminar de alguna forma salpicado por los tonos y los personajes del entorno y es posible que eso devenga una escritura simbiótica”.

Natasha Rangel y Andrea Leal son dos de las nueve escritoras que aparecen en la antología Feroces: compilación de autoras jóvenes venezolanas
Hay casos en los que la misma diáspora venezolana termina apoyando a sus connacionales porque las comunidades de venezolanos son solidarias, pero esto todavía no es muy común en El Paso porque la lectura de libros en español no es tan popular, a pesar de que mucha gente allí habla español. “Así que parte de la ‘ventana’ para mí han sido las aulas, donde procuro exponer a mis alumnos a autores latinoamericanos. Tengo la convicción de que varios de esos alumnos terminarán formando esas comunidades de lectores que mencionaba al principio”.
Sobre la posibilidad de importar libros de venezolanos al país, puso como ejemplo la antología Feroces: compilación de autoras jóvenes venezolanas, en la que se reunieron textos de nueve escritoras, Andrea Leal y la propia Rangel entre ellas. Explicó que la periodista y estratega digital Luza Medina González organizó una gira de medios muy activa en la que las autoras estuvieron muy involucradas generando contenido o buscando lugares para hacer presentaciones.
Esa experiencia modificó su manera de percibir el viaje del libro una vez que sale de la imprenta, pues le dejó la idea de que las publicaciones necesitan el mayor acompañamiento posible.

Reggaetón, primera novela de Carlos Egaña | Jesús Navas
“Desde entonces, cada vez que puedo trato de participar de ese acompañamiento. Y sí, por supuesto que es vital para mí que mis libros se lean en Venezuela porque mi voz viene de allí. Escribir un libro es generar un diálogo y ese diálogo necesita un interlocutor. Mi interlocutor más directo es Venezuela”, agregó.
Carlos Egaña, radicado en Brooklyn, dijo que ser un escritor venezolano que vive fuera de su patria ha sido duro y a la vez muy nutritivo porque, después de todo, escribir jamás es un acto individual. El narrador y poeta explicó que si bien los autores se sientan ante la computadora, la tinta que cargan los bolígrafos es puesta por otros y lo mismo “ocurre con nuestras ideas y obsesiones”.
“Nuestros lazos sociales, nuestras costumbres y nuestros gustos no son solo del individuo que se sienta a teclear por horas. Así, pues, estar en Nueva York ha traído temas nuevos a mis textos, pero la comunidad que dio forma a lo que escribí cuando Caracas todavía me circundaba se fragmentó: no se me hace, digamos, muy común”.
Quisiera seguir escribiendo sobre las vivencias peculiares que tuvo en Venezuela, pero le cuesta no concentrarse en temas migratorios, en las encrucijadas que conlleva la latinidad en Estados Unidos y los dilemas políticos que se discuten frecuentemente en Nueva York.
Sobre su percepción del sector del libro en el país, dijo que aunque la censura, la violencia y el caos económico mataron varias librerías y editoriales, los libros nunca morirán. Resaltó, de hecho, que el sector del libro no rinde frutos económicos desde hace muchos años y varios círculos culturales han sido “codiciosos” o cerrados. “No han dejado de salir proyectos literarios que tal vez no duran mucho, pero mantienen viva nuestra producción literaria: tal como lo fue la Revista Arepa, tal como lo es el Museo del Libro Venezolano. Podremos estar muy hambreados, pero creo que Maslow se equivocó con su famosa pirámide: la literatura no es un capricho, sino una necesidad”.
Ante tales circunstancias, consideró que los escritores deben practicar en lo posible la solidaridad: “Tal vez los escritores y editores del país hemos tenido diferencias importantes en el pasado, pero en este tiempo —donde las dificultades del sector del libro se suman a la vulnerabilidad particular de quienes escriben, pues en el globo la libertad de expresión está retrocediendo— protegernos y promover nuestras palabras es un deber”.
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