Antes de que se desarrollaran las intervenciones «anti-D», uno de cada dos bebés diagnosticados con la enfermedad hemolítica del feto y del recién nacido moría.
Por alguna razón no determinada, aunque algunos lo atribuyen a la cantidad de transfusiones que Harrison recibió por su operación de tórax, el cuerpo de este hombre producía enormes cantidades del antígeno D, que previene las enfermedades por la incompatibilidad Rh.
Y cuando donaba sangre, su cuerpo producía aún más anticuerpos.
Si un donante promedio salvaba la vida de 17 personas, según la Cruz Roja Australiana, cada donación de Harrison le salvaba la vida a más de 2.000 bebés.
Para prevenir que contrajera anemia, el plasma se retiraba de la sangre donada y las células rojas le eran reinyectadas.
Como no le gustaba ver el pinchazo, en cada sesión miraba a las enfermeras, al techo o a las manchas en la pared.
«Es demasiado macabro, pienso, verte a ti mismo siendo pinchado con la aguja», señaló en una ocasión.
James Harrison había superado las 1.000 donaciones de sangre y continuaba. No tenía intención de abandonar esa práctica que había salvado a miles de niños y niñas.
Entre ellos estaban sus nietos, ya que la hija de Harrison había tenido que recibir la vacuna anti-D durante el embarazo de dos de sus hijos.
«Tengo mucho tiempo. (…) He dicho que lo dejaré de hacer cuando tengan que usar las dos manos para introducir la aguja y no quieran usar mi pierna», declaró en 2017 al diario The Sydney Morning Herald.
Pero al año siguiente, y después de 1.172 donaciones, llegó el día de la última.
«Seguiría adelante si me dejaran», declaró entonces, con 81 años, en una emotiva ceremonia en la que estuvo acompañado por algunas de las madres y padres cuyos bebés nacieron gracias a su plasma.

Harrison conoció a muchos de los bebés cuyas vidas salvó, aunque fue un pequeño porcentaje en los 2,4 millones de niños que vivieron gracias a él. Servicio de Sangre de la Cruz Roja Australiana
Y es que todas o casi todas las inyecciones de la vacuna anti-D en Australia tenían plasma de James Harrison.
No pudo continuar porque los médicos temieron que le provocara problemas de salud.
«Es un día triste para mí. El final de una larga carrera», afirmó James Harrison mientras su sangre fluía desde su brazo derecho hacia la máquina.
Del total de donaciones, solo 10 veces le habían quitado sangre del brazo izquierdo. Todas las demás eran de su brazo derecho, el «brazo de oro».
«Puede ser que todo esté en mi cerebro, pero puedo sentir el pinchazo cuando es en el brazo izquierdo, así que solo me han lo han hecho 10 veces en ese brazo. En el brazo derecho no lo siento», explicó a The Sydney Morning Herald.
«Hay un poco de mí en cada donación que llega a las madres que lo necesitan, y eso me hace sentir bien», dijo en una entrevista en 2009.
«Es realmente el regalo de la vida. Es muy importante», afirmó en otra oportunidad.
En 1999 fue condecorado con la Orden de Australia y en 2005 obtuvo el récord mundial Guinness de mayor cantidad de plasma sanguíneo donado.
«Es el único récord que espero que sea superado», le dijo al Canal 10 de Australia en 2011.
Once años más tarde, su sueño se cumplió cuando fue superado por otro hombre en EE.UU.
Su hija dijo que él estaba «muy orgulloso de haber salvado tantas vidas, sin ningún costo ni dolor».
Con información de Kelly Ng