
Si a lo largo de los siglos hubo solo cuatro casos de Jubileos no presididos por pontífices que ya habían firmado recientemente la Bolla Papale para inaugurarlo, la primera vez en la historia de la Iglesia que la Puerta Santa fue abierta por un Santo Padre y cerrada por otro diverso se concretó en 1.700. En ese caso, fue Clemente XI quien signó el Año Santo inaugurado por Inocencio XII, fallecido entonces. El tema es pertinente, porque podría volver a repetirse con el futuro obispo de Roma, resultado de un cónclave que dará inicio entre el 5 y el 10 de mayo aproximadamente.
En él, 138 cardenales (80% elegidos por Francisco) tendrán el cometido de alcanzar el quorum necesario -dos tercios- para la ansiada Fumata Bianca. No será nada fácil, sobre todo porque estamos ante el núcleo de purpurados más heterodoxo de todos los tiempos (65 países). Un colegio cardenalicio donde se respira la penalización de las grandes metrópolis en beneficio de países marginales pertenecientes a continentes africanos o asiáticos, entre otros. Un trazo geopolítico que señala lo que universalizaba su iglesia jesuítica y global: “El eje del mundo ya no está en Europa, en Occidente, sino mucho más allá”, rezaba Bergoglio. Es en esta clave compositiva que se debe leer el futuro sufragio custodiado por los frescos de Miguel Ángel. Quizás el más impredecible de la historia.
Una cosa está clara en medio de tanta -aparente- confusión y dificultades de incomunicación. Aunque muchos prelados no se conozcan entre ellos y probablemente no dominen la lengua italiana… aunque se anuncien arenas movedizas en el camino, siempre hay un elenco vivo y resplandeciente para los amantes de las quinielas. Algo pesado de lo que precisamente quieren huir los hipotéticos elegidos, ya que el proverbio italiano –chi entra Papa esce cardinale– siempre tuvo cierto peso y algo de verdad. Está por ver el referéndum de esta primavera romana, donde despuntan con fuerza nombres tanto del brazo progresista como del más conservador.
Según recoge el Corriere della Sera, en la lista de posibles candidatos emergen tres italianos (el último fue en 1978: Giovanni Paolo I). Son Pietro Parolin, Matteo Zuppi y Pierbattista Pizzaballa. El primero es hombre fuerte de la Curia, ya que Francisco lo nombró cardenal en el consistorio de febrero de 2014. Actualmente secretario de Estado Vaticano, se trata de un brillante diplomático que contribuyó a limar asperezas con China. También lo es Zuppi, líder de la Conferencia Episcopal Italiana y punta capital en calve geopolítica tanto en Moscú como en Kiev. Dos favoritos de casa, en definitiva, y un outsider (Pizzaballa), el patriarca de Jerusalén que dialoga con judíos y palestinos. Sin juicios morales ni religiosos. Sin corazas ni armas.

La Puerta Santa de la Basílica de San Pedro. Foto: Vatican Media Divisione Foto
La némesis de Francisco
El cónclave no eso una votación arbitraria. Es, quizás, la más importante y hermética del mundo. No solo es un ejercicio de religión e historia. Son intrigas, claroscuros y juegos de poder. No es de extrañar que Donald Trump haya anunciado recientemente su presencia en Roma para los funerales de Francisco, que se celebrarán días antes que su delfín Timothy Dolan -el potente cardenal de Nueva York- entre en la Capilla Sixtina para tratar de ¿condicionar? el veredicto final.
Del otro lado del Atlántico también llega Raymond Leo Burke, un ratzingeriano de hierro -patrón emérito de Soberano Militar Orden de Malta- considerado ultraconservador y, por lo tanto, siempre muy crítico con las posturas liberales que ha ido sembrando el difunto argentino desde que cogió las llaves de Pedro en 2013. “Vengo del fin del mundo”, espetó.
La lista de purpurados deluxe que emana de las mazmorras vaticanas se completa con un crisol de nombres extremadamente dispares entre sí. Desde Fridolin Ambongo Besungu (pastor de almas en Kinshasa contra la apertura homosexual), hasta el archiobispo de Budapest (el conservador Péter Erdö), pasando por el español misionero Juan José Omella Omella, el coreano Lazzaro You Heung-sik (hizo dialogar norte y sur en su país) o Luis Antonio Tagle, un filipino de 67 años, prefecto del Dicasterio para la Evangelización, y capaz de recoger el importante cometido que le encomendó el bonaerense Francisco: “Asia es el futuro de la Iglesia”.
Una figura relevante, pues, por su capacidad y habilidad en el diálogo, su apertura y gran inteligencia. Y es que Tagle estudió filosofía con los Jesuitas de Manila y, más tarde, teología en Washington. En 2001, Juan Pablo II lo nombró obispo de Imus… Una década después fue Benedicto XVI quien le hizo cardenal. Para cerrar el círculo, el testigo lo recogió el difunto Padre, otorgándole primero la presidencia de Caritas Internationalis y, a posteriori, el mando de Propaganda Fide, una Congregación para la Evangelización de los Pueblos. Sí, estamos ante una de las figuras más interesantes y con más posibilidades de erigirse Papa. Relieve no le falta.
Será siempre con permiso de Anders Arborelius (carmelita arribado de un país secularizado como Suecia), Blase Joseph Cupich (archiobispo de Chicago) o Jean-Marc Aveline, el teólogo de Marsella nacido en un oasis que despuntaba en el Sahara argelino. Su mote episcopal escogido es este: “Se cumpla para mí lo que dice tu palabra”. Efectivamente, solo las maravillosas pinturas que financió Julio II sabrán si las almas de los cardenales operarán con justicia y harán correctamente su trabajo evitando así el influjo y la seducción divina del poder, que normalmente huele a podrido y está envuelto en connivencias, alianzas promiscuas y agrupaciones de votos macabras. De ahí saldrá el guardián que cerrará el 6 enero de 2026 la famosa Puerta Santa para proseguir liderando la Curia, entre guerras y tempestades. El mundo, sin embargo, seguirá regido siempre por el famoso -y ligero- dicho romano: “Cuando muere un Papa se pone otro”.
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