”A medida que se inicia el ascenso, Gavlovski va utilizando otro lenguaje, accede entonces a la vía alquímica, que da sentido al título del poemario, lugar de la transformación del sufrimiento en sabiduría de sí, le souci de soi de Foucault, el cuidado de sí, del NIgredo al Albedo y al Rubedo, transformación del cuerpo escindido y despoblado en cuerpo con ánima, sacerdotisa que conduce al pasajero de la noche, quien es en todo sentido el cuerpo mismo”
Por ANA MARÍA HURTADO
El hombre no tiene cuerpo distinto de su alma;
porque lo que llamamos cuerpo es un trozo de alma
percibido por los cinco sentidos…
William Blake
La enfermedad siempre ha estado emparentada con el misterio, como lo está la muerte y todo aquello que constituye el sufrimiento humano; desde la antigüedad esos tres elementos que conforman nuestro estar en el mundo han sido observados desde la perspectiva de lo sagrado, pues la humanidad ha vislumbrado que ellos son umbrales hacia otras realidades.
Por otro lado, y en íntima conexión, está el cuerpo, lugar de innumerables revelaciones: territorio multidimensional, no atravesado por la palabra, ni pensado en la instancia biológica, pero pensado a través del símbolo, en la instancia psíquica, alimentado de imágenes que lo conforman como territorio vivido, existido y pensado. Lugar del deseo, el placer y el dolor. Cuerpo del cual casi nada conocemos. Y más allá, el cuerpo significado desde la otredad psíquica y cultural que lo observa y lo delimita en el tiempo y en el espacio. Cuerpo que casi no nos pertenece.
No es de extrañar que, por diversas confluencias, esas experiencias humanas sean también afines al acontecimiento poético por medio del cual la palabra intenta abordar esas zonas de oscuridad. La poesía nace de la oscuridad, en tanto velada e inefable, de tal forma que este hecho conecta poesía y cuerpo de manera axiomática. Esta relación de zonas oscuras se presenta con diafanidad en estos textos que Johnny Gavlovski nos trae en sus Poemas químicos: el poeta indaga en su alma a partir del cuerpo y de su vivencia con la enfermedad. Asumir un poemario desde esas coordenadas, deriva en un evento conmovedor, pues nos muestra el tránsito doloroso junto al privilegio de sobrevivir y resurgir transfigurado. El cuerpo, que es el lugar inicial del no-lenguaje, nos habla a través de la enfermedad; pero el cuerpo también habla a través del lenguaje simbólico, oblicuo y tangencial de la poesía.
Es cierto que yo soy algo distinto a mi cuerpo, y puedo existir sin él, escribe Descartes, no obstante, más allá de este dualismo que ha marcado nuestra perspectiva en occidente, está la propuesta monista de William Blake, precisamente, de un poeta… El supuesto cartesiano de que en la enfermedad algo no funciona como debería, debe tomarse con cautela, pues es posible que la enfermedad tenga sitio como necesidad ontológica e incluso sea vía de una paradójica satisfacción.
Jean Shinoda en su libro El sentido de la enfermedad nos acerca a la idea de que padecer una enfermedad es un episodio que puede conducir a un proceso de transformaciones profundas, si se vive de manera consciente y ahondando en el misterio. Dado que la enfermedad nos conecta con el cuerpo, situándonos en el centro de la finitud, nos detiene para que regresemos a algún punto que no hemos vivido completamente o donde hemos leído con distorsiones alguna escritura de nuestra experiencia vital. Habría que aceptar que el cuerpo es un maestro silencioso, y que cuando se pronuncia lo hace en otra lengua que necesariamente debemos traducir; en ese sentido la palabra poética se erige como elemento privilegiado para la sanación por la singularidad de su lenguaje que intenta asir lo inefable.
Toda enfermedad y sufrimiento humano implica cruzar umbrales, establecer rituales, atravesar ordalías, reconocer fisuras, para lograr transformarse y emerger. Gavlovski lo hace y logra convertir una experiencia biográfica en experiencia universal. Y si hablamos de universal nos adentramos en el territorio del mito, Joseph Campbell hablaba de buscar el mito que nos define, y al observar con atención podemos hallar en la enfermedad las líneas vacilantes de algún mito. Los antiguos griegos creían que la enfermedad es concebida como don por el dios que hemos descuidado, si ignoras un arquetipo o lo maltratas, el dios representado en ese arquetipo aparece en el cuerpo en forma de enfermedad .El poeta Gavlovski, quien también es psicoanalista (es decir, que ha trabajado su alma), sabe cómo hablar con esos dioses olvidados. El Dios que enferma es el mismo que cura, decían.
Y hablar desde el cuerpo siempre es desnudarse, el cuerpo que habla no acepta hojas de parra ni vestimentas, ni artificios, ni alhajas. La poesía admite velos, pero no admite ficción, dice el poeta… Veladuras que muestran para seguir ocultando. Así que el cuerpo mismo puede convertirse en el velo último a ser develado por la palabra poética. Colocar al cuerpo enfermo como hablante nos hace testigos de una escucha ante la enfermedad, y sabemos que no es una propuesta fácil pues tratamos con materia incierta. Se trata de acceder al anonimato del cuerpo profundo.
Cuerpo expuesto
anónimo
mirada perdida
…
Cuerpo expuesto
Desnudo
Comienza el poeta hablando del umbral y recordemos que el cuerpo es un umbral: ese intersticio liminal que conecta una zona con otra, el cuerpo árbol entre dos mundos, puerta que conecta lo visible y lo invisible, lo nombrado con lo aún no atravesado por el verbo. El poeta desde la turba del lenguaje nos acerca progresivamente al Umbral, al cuerpo —soma, territorio preverbal—, página en blanco, cuerpo recién nacido, donde no era yo. Aquello que Freud sintió más cerca del inconsciente, donde no reconocemos esta zona liminal como propia, como inscrita en la identidad. Él no yo… De inmediato, introduce los días oscuros y la prefiguración del Hades en el horizonte:
Pasos calculados en el Hades
Descender hacia la oscuridad es parte inevitable del viaje al inframundo, el rapto de Perséfone se manifiesta como lo inesperado, el advenimiento de la enfermedad es vivido con sorpresa y terror ante la presencia del dios que no tiene rostro. Mundo desdibujándose, como si de pronto un golpe, brusco, torpe, vertiera agua sobre una acuarela, dejando una extraña niebla sobre el papel.
Niebla que lleva a la ceguera
No entiendas
ojos ciegos
…
No entiendas
la noche se hace larga
tan larga
El poeta habla desde la noche y la ceguera, del no entender, nos introduce en una región larga ubicada más allá del lenguaje y de la consciencia.
Dolor
carne
sangre
muerte
Los días oscuros
En estos cinco versos está cifrado el poemario: viaje hacia el cuerpo que siempre es inframundo, lugar de profundidades insospechadas, donde pueden esconderse monstruos, criaturas insólitas, enemigos insondables, así como también trincheras construidas a lo largo de la vida, zonas de batalla, al lado de zonas de deleite y placer olvidados o desatendidos.
Tras un intento de conexión con el afuera, la Dramatis personae del poeta lo lleva a la interioridad en tanto expresión del cuerpo —Los cuerpos eran fondo— pero alcanzar esa zona donde somos, donde todavía nos reconocemos segundos ante de pisar el umbral que lleva al otro territorio donde somos naturaleza en proceso de creación permanente, ahoga el aliento. El poeta nos lleva a renunciar a la seguridad de la polis:
Los cuerpos corren
… Más allá la plaza
Ir más allá de la plaza, el lugar conocido que nos protege de lo real, de lo innombrado, enfrentarse a esa identidad escondida – escindida, interpretada como habitante: el cuerpo que me habita pasa a sustituir la idea del cuerpo que habito… Quizás la enfermedad nos conduzca al cuerpo que somos.
un gorrión busca donde morir
solitario
donde poder despojarse
Despojarse como la diosa babilónica, Inanna, quien convocada por la enfermedad de su hermana, desciende al inframundo, dejando atrás cada posesión, cada significante, cada nombre, hasta dejar la propia piel colgada. ¿Qué me cubre?
Gavlovski se vale, a medida que desciende, de un lenguaje cortante, sin conjunciones, con escasas preposiciones, telegráfico, un lenguaje fracturado en su sintaxis, que por momentos asume una indagación letánica.
Anónimo
pasillo de clínica
pálido verde
uniforme
bata blanca
bata de papel
desnudez
Pero el cuerpo en su desnudez lleva a lo eterno como decía William Blake en una de sus iluminaciones. ¿En qué te convertiste, mi pequeña eternidad? —se interroga el poeta poseído de un arrebato de inocencia. El cuerpo es puerta a la eternidad, precisamente, porque nos saca de lo conocido y nos introduce de bruces en el misterio, empezamos a vernos, escucharnos, sentirnos con otros sentidos… si las puertas de la percepción se purificaran… Conectarse con el cuerpo nos ubica, entonces, en el momento presente —esa pequeña eternidad. Si quieres alcanzar el infinito, explora cada aspecto de lo finito, escribió Goethe. El misterio de la eternidad en el instante y lo infinito en la finitud está en el cuerpo: el árbol que une al cielo con el infierno.
El descenso que prosigue el poeta pasará por el ritual de la quimioterapia, se hace necesario, según advierte Shinoda poder convertirla en un sitio sagrado donde se propicie el abandono ante el dios que enferma, donde exista un lugar para la reverencia. En un poema estremecedor Gavlovski evoca este espacio para la conmoción de lo sagrado.
Nueve querubines
nueve coros angélicos
son los próximos
A medida que se inicia el ascenso, Gavlovski va utilizando otro lenguaje, accede entonces a la vía alquímica, que da sentido al título del poemario, lugar de la transformación del sufrimiento en sabiduría de sí, le souci de soi de Foucault, el cuidado de sí, del NIgredo al Albedo y al Rubedo, transformación del cuerpo escindido y despoblado en cuerpo con ánima, sacerdotisa que conduce al pasajero de la noche, quien es en todo sentido el cuerpo mismo.
Háblame sacerdotisa
conduce al pasajero de la noche
al paisaje de albedo
Tú
mi guía
háblame para aferrarme al sonido.
Solicitar el habla, el lenguaje como asidero para esperar el sueño que devela y sana, como en los antiguos templos de Esculapio.
Ante mí un felino
grande
pequeño
—no lo sé—
una mano leve lo acaricia
develando en el cráneo
Su Nombre
Hermosa imagen onírica para dar cuenta de ese felino, cuya dimensión desconocemos y que no es otro que el propio cuerpo pulsional, realidad biológica que espera de nosotros la caricia, el cuidado, el reconocimiento, el nombre. La redención en términos rilkeanos. En este punto, el poeta ha encontrado la palabra, el cuerpo del inicio era sin nombre, a la expectativa de ser nombrado a través del habla de otros, diagnóstico que nombra: mármol, no… En efecto, en el diagnóstico hay algo estático y definitivo que se asemeja a una lápida, en cambio, hallar el mito, la imagen arquetipal, es hallar el nombre del alma, al fin y al cabo.
En conclusión, se trata de un libro potente que nos habla desde el cuerpo, a través de lo descarnado de una palabra rota, del encuentro directo con la muerte y del conjuro que es toda poesía, porque ella, como Inanna, Perséfone o Psique, baja al inframundo a traernos el inasible nombre del misterio.
La palabra rota
encontrará una cicatriz
para ser escrita
*Poemas químicos. Johnny Gavlovski. Prólogo: Edgar Vidaurre. Editorial Diosa Blanca, Venezuela, 2024.
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