Después de sellar inicialmente la sala para evitar la entrada de más polvo y suciedad, y tras montar enormes andamios frente al fresco, la restauradora y un pequeño grupo de asistentes hicieron pequeños agujeros en la pared para insertar cámaras diminutas y establecer cuántas capas de pintura cubrían la obra original.
«Trabajamos con pequeños fragmentos a la vez, con mucha dificultad, porque la pintura que estaba debajo (la de Da Vinci) era muy frágil, mientras que la que estaba por enima era muy robusta», explicó Brambilla haciendo un gesto con las manos que revela que el tamaño de esos fragmentos no superaba los 5×5 cm.
Laboriosamente, con ayuda de lupas, instrumentos quirúrgicos y toneladas de paciencia, el equipo fue retirando las capas de pintura y pegamento para revelar los colores originales de la obra, mientras que dejaron otras partes al desnudo, retocadas apenas con acuarelas.
Finalizar cada sección tomó meses o incluso años. Múltiples interrupciones afectaron además la continuidad del trabajo: desde dificultades técnicas y burocráticas hasta visitas de dignatarios extranjeros y miembros de la realeza europea.
La dedicación de Brambilla también impactó su vida y sus relaciones familiares.
«El trabajo me hacía pasar mucho tiempo lejos de mi marido y mi hijo. A veces trabajaba sola, incluso sábados y domingos hasta el mediodía. En un momento mi marido me dijo: ‘Basta, esto es suficiente para La última cena, quiero vivir un poco’. Pero yo estaba totalmente obsesionada», recordó Brambilla.

En ocasiones, Brambilla trabajaba en la restauración durante fines de semana. Getty Images
Finalmente, en 1999, después de poco más de dos décadas, cuando la experta ya tenía más de 70 años, dio la tarea por terminada.
Al quitar siglos de restauraciones dudosas, trazos que eran crudos e inexpresivos se volvieron delicados, refinados. Ahora se podía ver claramente la comida sobre la mesa, los dobleses en el mantel.
Algunos críticos creen que la restauración le quitó demasiada pintura a la obra, otros dicen que está casi como cuando Da Vinci la terminó.
Brambilla quedó satisfecha con su trabajo: «Ahora las caras de los apóstoles parecen participar genuinamente del drama del momento y evocar el abanico de respuestas emocionales que buscó retratar Leonardo ante la revelación de Cristo».
Pero, también confesó la tristeza que sintió cuando acabó el proceso.
«Cuando terminé de trabajar en la pintura, estaba triste porque tenía que abandonarla», dijo, reconociendo que es algo que le ocurrió no solo con Da Vinci.
«Por cada obra que restauro, una parte se queda conmigo, algo del artista. Distanciarme siempre es difícil. Es como si perdieses una parte de ti».