Me enteré de la muerte de Alberto Fujimori en Madrid, a través de las redes sociales, pero esa información para mí fue insuficiente. Intenté ver qué decían los programas de televisión, pero ese día, donde vivía, el servicio de televisión se malogró. Decidí comprar periódicos. Fui al kiosco que está entre la calle Bilbao y la avenida Alonso Martínez. Compré el ABC, antiguo periódico fundado por Torcuato Luca de Tena. También El País. Son los dos periódicos que más compro cuando voy a España, de vez en cuando “La Vanguardia Catalana”, añejo periódico fundado por el Conde de Godó. Leo en la parte alta de la primera plana del ABC, que ahora pertenece al grupo Vocento, digamos un diario de centroderecha: “Funeral de Estado para Fujimori condenado por violación de los derechos humanos en el Perú”. Debí sentir vergüenza ajena, pero sonreí.
Pensé: el Perú es un país especial, no sé si único en el mundo. Les rendimos homenaje póstumo a dictadores que han violado los derechos humanos y la Constitución, cuando lo que se debió hacer fue un entierro normal sin tanta pompa oficial, para que sus partidarios y simpatizantes le dieran el último adiós. El titular lo decía todo para mí y para los parientes de miles de peruanos inocentes que perdieron la vida durante el gobierno del dictador golpista y su compinche Vladimiro Montesinos. Desde luego se derrotó al terrorismo gracias a la estrategia elaborada por el general Antonio Ketín Vidal y su equipo de investigadores a los que ahora, sobre todo al primero, nadie les reconoce tal acto heroico.
Como se sabe, el fujimorismo dividió al país. Impidió superar a los antis que ahora se están agudizando. Basta entrar a las redes para darnos cuenta de ello. Muchos se preguntan si la muerte de Fujimori será el fin del fujimorismo o el inicio de uno nuevo. La historia lo dirá.
Pero su muerte no es el único acontecimiento que me “pilló” fuera, como dicen algunos españoles. Antes hubo otros: la muerte de Manuel Prado (presidente entre 1956 y 1962) y el golpe de Estado de Juan Velasco Alvarado contra el régimen constitucional de Fernando Belaunde en 1968, cuando vivía en París. Además del famoso shock económico en 1990 estando en Alemania y el video Montesinos-Kouri, en Cartagena (España). También leí en El País del mes pasado que el Papa había tomado la decisión de cancelar al Sodalicio por los abusos sexuales y otros cometidos por esa congregación que se hace llamar cristiano-católica, porque algunos de sus directivos violaron lo más sagrado de esta religión: el amor al prójimo y el respeto por su dignidad, una brutal ofensa a Dios. Sobre todo, si se hace voto de castidad.
Artículo publicado en el diario El Comercio de Perú
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