Al día siguiente lo pasaron a tribunales y ahora lo están acusando de incitación al odio, terrorismo y obstrucción de la vía pública. Después de eso, lo mandaron a una cárcel que nos queda más lejos».
“Logré ver a mi hijo 15 días después de la detención. Y esos días fueron fatales para él porque tuvo fiebre y nunca fue atendido por un médico ni lo llevaron a un hospital.
Me enteré de eso porque conozco a una persona que está detenida allí y ella me avisó que él estaba enfermo. Yo tengo 5 hijos además de él, que es el primero. La más pequeña tiene 1 año. Como no tuve con quien dejar a la bebé, mis hermanos fueron a llevarle unos medicamentos que le compré.
Le mandé a mi hijo fenitoína, un medicamento contra las convulsiones. Él tuvo meningitis a los 8 meses de nacido y cuando cumplió 15 años, volvió a convulsionar. Esa vez se cayó, se partió el labio y la frente.
A él no le puede dar fiebre muy alta ni dolor de cabeza porque la convulsión puede venir.
Él tenía gripe el día que lo agarraron, le dolía la garganta, así que le mandé de todo: antibióticos, antialérgicos, vitaminas y pastillas para el dolor de cabeza.
Mis hermanos pidieron verlo y no los dejaron. Le dijeron a los policías que lo llevaran al hospital y no hicieron nada. Mi hijo estuvo dos días y medio con fiebre. Yo fui después y cuando me dejaron pasar, le expliqué cómo tenía que tomarse todo porque yo estudié Enfermería y sé cómo tratarlo.
La siguiente vez que pude visitarlo, el niño tenía un absceso en la frente y un ojo inflamado. Hablé con la abogada y ella pidió que lo llevaran a un hospital, pero tampoco hicieron nada. Entonces le di un tratamiento de antibióticos, con la colaboración de un policía, y con los días mejoró”.
El primer mes en prisión
“Hoy mi hijo cumplió un mes detenido. Pude verlo y lo noté muy triste. Se pasa el día llorando y hoy me enteré de que le da su comida a otros presos porque ya no quiere comer.
Eso me lo contaron sus compañeros, otros adolescentes que también cayeron presos después de las elecciones, igual que mi hijo. Todos están muy deprimidos.
Yo he estado llevándole comida todas las mañanas. Su abuela y yo tratamos de prepararle todo lo que sabemos que le gusta: arepa, pastelitos, sánduches. Pero los compañeros me dijeron que solo se come las chucherías.
Mi hijo está compartiendo celda con ocho muchachos más. Hay tres literas de cemento y duermen dos en cada una. También hay unos muchachos detenidos por tumbar la estatua de Chávez, pero esos están aparte.
Como no tienen un baño, hacen sus necesidades en bolsas. Hay una especie de letrina que se tapa a cada rato y cuando ellos la destapan con un chupón para cañerías, la celda se les inunda de aguas negras.
No sabes el miedo que me da de que le dé una infección.
Les llevé una cortina vieja que tengo en la casa, para que tengan algo de privacidad. Cuando están haciendo sus necesidades, todos están expuestos a las miradas de los demás.
Mi hijo me dice: “Mamá, sácame. ¿Por qué estoy aquí si no he hecho nada malo?”. Me pregunta qué es un terrorista, ni siquiera sabe lo que significa eso. ¿Qué va a saber mi hijo de terrorismo? “Mamá, explícame”, me dice.
“Mamá, habla con alguien y sácame de aquí”. Y yo no tengo una respuesta que darle.
Yo me fui con las mamás de otros niños a Miraflores (el palacio de gobierno). Queríamos hablar con Maduro o con Diosdado (Cabello, ministro del Interior y Justicia), para decirles que están cometiendo un error.
Pero no pudimos acercarnos. Todo eso está enrejado. Si pudiera hablar con Maduro, le preguntaría por qué está metiendo presa a gente inocente, como mi hijo”.