El socialcristianismo de Luis Herrera Campins le permitió políticamente manifestarle a la jerarquía católica venezolana su angustia ciudadana en la década militarista de Marcos Pérez Jiménez (1948-1958).
“No ignora su excelencia los hechos: centenares de venezolanos permanecen recluidos en las cárceles por supuestos delitos políticos; centenares de hombres y mujeres de todas las ideologías nos encontramos en injusto y arbitrario exilio. Jamás unos y otros fuimos sometidos a juicio ante ningún tribunal; la libertad y garantías ciudadanas son ilustres ausentes en la vida nacional; la persecución policial ha llevado la angustia, el hambre y la zozobra, cuando no lutos y llanto, a dignos hogares venezolanos de toda condición social.”
El interés de Luis Herrera Campins era estimular un pronunciamiento de la jerarquía eclesiástica. Especie de pastoral conjunta de arzobispos y obispos. Al respecto, sólo se manifestaría el arzobispo de Caracas, monseñor Ramón Arias Blanco, a propósito del 1º de mayo de 1957, día de «San José Obrero», inspirado en la encíclica Rerum Novarum del papa León XXIII, en cuanto a las obligaciones de la Iglesia de intervenir en los asuntos sociales de la sociedad marcando distancia…
“Entre el socialismo materialista que considera al individuo como una mera pieza en la gran maquinaria del Estado y el materializado capitalismo liberal que no ve en el obrero sino un instrumento de producción…” Y, en ese sentido, al observar la realidad económica del país, señala:
“Ahora bien, nadie osará afirmar que esa riqueza se distribuye de manera que llegue a todos los venezolanos, ya que una inmensa masa de nuestro pueblo está viviendo en condiciones que no se pueden calificar de humanas. El desempleo que hunde a muchísimos venezolanos en el desaliento y que a algunos empuja hasta la desesperación; los salarios bajísimos con que una gran parte de nuestros obreros tienen que conformarse mientras los capitales invertidos en la industria y el comercio que hacen fructificar esos trabajadores aumentan a veces de una manera inaudita”.
La respuesta a la pastoral merecería la protesta del entonces ministro de Relaciones Interiores de la dictadura Laureano Vallenilla Planchart, trasladándose posteriormente a los editoriales de los periódicos El Heraldo (gobierno) y La Religión (Iglesia) los primeros, escritos por el mismísimo Vallenilla Planchart, cobijado bajo el seudónimo de “RH”, sosteniendo que las organizaciones políticas estaban muertas, y los segundos por el presbítero Hernández Chapellín, para quien: “Lo que acontece es que esos partidos no encuentran clima propicio para trabajar a la luz pública”. “Que tengan campo libre de acción y veremos si es cierta la falta de vitalidad…”
Diatriba que se mantendrá hasta más allá de la caída de Pérez Jiménez el 23 de enero de 1958. Y desde entonces son de antología los documentos, homilías y otros escritos que reflejan la posición de crítica democrática al proceso político venezolano a la fecha, repitiéndose como ayer el rechazo del régimen (2012), por ejemplo, el presidente Hugo Chávez llamándoles “curas con sotanas diabólicas” o ante una denuncia del entonces cardenal Jorge Urosa Savino, arzobispo de Caracas (2012), de que:
“El Estado socialista marxista es totalitario, pues copa todos los espacios, tal como sucedió en los países sometidos al régimen socialista o comunista (…) llevarnos por este camino implicaría dejar a un lado importantes principios consagrados en la actual Constitución”. “El presidente Chávez quiere llevar al país por el camino del socialismo marxista”. “Algunas leyes contrarían el espíritu constitucional (…) pues incorporan la concepción socialista”, ratificándola ante la Asamblea Nacional, sin pasar más allá de la misma.
En cualquier caso, lo importante en señalar es la atención de la Iglesia Católica venezolana frente a sus gobiernos republicanos que violan expresos principios constitucionales, como los derechos políticos y sociales, por los que en su momento Luis Herrera Campins escribiera su propia pastoral, advirtiéndose la vieja expresión cervantina — Sancho, con la Iglesia hemos topado— suficientemente interpretada.