
Ilustración: Juan Diego Avendaño
El 29 de marzo pasado la Universidad de los Andes celebró 240 años de la fundación de la Casa de Educación, su origen, por el primer obispo de Mérida, fray Juan Ramos de Lora. Había sido la respuesta, en aquella tierra alta, propicia al estudio y la reflexión, al lamento de los vecinos por el cierre reciente de su colegio y a la necesidad de formar “a los jóvenes inclinados al estado eclesiástico” que requería la diócesis. Puso tal empeño –la primera cátedra (con 17 alumnos) se abrió en abril del año siguiente– que pronto (1787) Carlos III autorizó la erección del Seminario.
El Seminario que se convirtió en Universidad
Al tiempo que se levantaba la Casa, en 1789 Carlos IV dispuso que los “cursos ganados” en aquel Colegio Seminario se admitieran “para recibir los grados correspondientes” (en la Universidad de Caracas). El 2 de noviembre de 1790, fray Ramos de Lora instaló el instituto e impuso las primeras becas. Murió días después, pero la obra se mantuvo. Progresó mucho durante el ejercicio de Hipólito Elías González, provisor y vicario en sede vacante. Se organizó su funcionamiento, se crearon las cátedras, aumentó el número de estudiantes (62 en 1795 y 97 en 1800). La ciudad tenía (en 1803) 3.430 habitantes. Mientras tanto se enviaban solicitudes a la Corona para su conversión en universidad. Insistió el Obispo Santiago Hernández Milanés. Carlos IV sin darle el título, le concedió en 1806 (18.6) la gracia de otorgar grados mayores y menores. Los primeros se entregaron en noviembre de 1808 (61 hasta 1810).
El 21 de septiembre de 1810 la Junta Superior Gubernativa, que había asumido la soberanía de la Provincia, amplió la gracia real y otorgó título de Universidad al Instituto (de 134 alumnos en 1809). El proceso político, el terremoto de 1812 (26.3) y la guerra dejaron sin efecto aquellas decisiones. Caída la República, los partidarios del Rey, solicitaron el traslado de Mitra y Seminario a Maracaibo, lo que efectivamente se produjo en 1815. Allí se instaló con el nombre de “San Fernando” (y confirió 48 títulos). Cuando aquella se recuperó, el Congreso de Cúcuta ordenó la restitución a Mérida de ambas instituciones. Lo cumplió el Obispo Lasso de la Vega, ya pasado al campo republicano. Restauró y amplió el edificio y puso a funcionar las cátedras. Consultado el gobierno de Bogotá advirtió que se trataba de una “academia”. Como tal otorgó 28 títulos. Pero, continuó bajo la autoridad del Obispo que era su Rector. Es de notar que 97 de los alumnos (1786-1831) se ordenaron sacerdotes.
La Universidad de Mérida
En 1832 el gobernador Juan de Dios Picón, de los graduados en Filosofía en 1810), ante la “acefalia” de la Universidad (por la expulsión del Obispo Buenaventura Arias), solicitó del gobierno nacional la designación de un Rector provisional. Por decisión del presidente J. A. Páez se nombró a Ignacio Fernández Peña, con el encargo de elaborar nuevos Estatutos. Aprobados que fueron en 1837, se separaron Seminario y Universidad, ésta de carácter oficial y dependencia nacional (con autoridades electas periódicamente). Comenzó un largo período de muchos frutos. En un país afectado por continuas guerras civiles, empobrecido y enfermo, aquella pequeña Universidad se empeñó en formar hombres útiles y difundir ideas: maestros, juristas, curas, médicos, agrimensores. Fue, lo dijo un mandatario ilustrado, “machu picchu del espíritu”, faro de luz en tiempos oscuros. Tras los estudios correspondientes la Universidad otorgó (de 1832 a 1900) 619 títulos de bachiller y 330 de grados mayores.
A partir de 1872, la intervención gubernamental perturbó el funcionamiento del Instituto. Clausurado el Seminario por A. Guzmán Blanco, la Universidad que funcionaba en el mismo local, debió buscar alojamiento, hasta que se le atribuyó en definitiva el levantado por los Obispos. En 1883 se le dio el nombre actual, pero se le privó de autonomía y se le arrebataron sus bienes – ¡fueron rematados! – a cambio de una asignación presupuestaria, que casi nunca llegó. Sin embargo, los maestros mantuvieron abiertas las aulas, animados por la tenacidad heroica de Caracciolo Parra Olmedo (rector durante 18 años); y dictaron los cursos con regularidad (incluso, abrieron los de agrimensura y farmacia). En 1904 el gobierno (que pretendió un cambio de nombre) suprimió los estudios de medicina. Con inmensas dificultades subsistió en las primeras décadas del siglo XX. Hizo esfuerzos notables Gonzalo Bernal (rector y director del Liceo, recién abierto). Entonces, la rescataron sus antiguos alumnos.
La Universidad Moderna
Tras el cierre de la Universidad de Caracas (1928), allegados al Gral. Juan Vicente Gómez, tachirenses antiguos alumnos en la de Mérida, pensaron que esa olvidada Casa podía suplir la falta. Para ello se requería convertirla en una institución moderna, como las de países avanzados. Abel Santos le escribió al dictador, y logró interesarlo. El 19 de marzo de aquel año dictó un decreto, ordenando proceder a construir los edificios necesarios para que allí funcionara una universidad como las existentes en Europa. De inmediato se puso en ejecución el proyecto: no solo comenzaron las obras del nuevo edificio (inaugurado en 1937), sino que se contrataron profesores y se adquirieron equipos en el exterior. Porque se reorganizaron los estudios de derecho y farmacia, se reabrió la Escuela de medicina y se creó la de odontología. Todo estuvo a punto en septiembre siguiente, cuando la Universidad abrió sus puertas para 110 estudiantes.
A partir de 1928 se produjeron notables cambios en la vieja Universidad. Comenzó un crecimiento continuo y un proceso de modernización. La matrícula aumentó cada año y los estudiantes comenzaron a llegar de todas partes, como también los profesores necesarios. Se abrieron nuevas carreras: Ingeniería (1932) y Ciencias Forestales (1952). Al morir Juan Vicente Gómez la Universidad – con 275 alumnos – acogió el debate político. Puede decirse que los partidos nacieron (o se fortalecieron) en sus aulas. Nuevo impulso recibió al producirse otro cierre de la Universidad de Caracas (1951). Centenares encontraron refugio en Mérida. De entonces son los edificios destinados a las facultades de Medicina e Ingeniería, así como el magnífico Edificio Central, dentro del cual destaca el Aula Magna. Profundo impacto provocó en la ciudad la transformación de 1928. En los 8 años siguientes duplicó su población (hasta 12.006 habitantes) y nuevamente en los siguientes 14 años (hasta 25.064 habitantes).
Centro Universitario de alto nivel
El establecimiento de la democracia (1958) provocó la transformación de la Universidad (el mejor tiempo de su historia): se restableció la autonomía (académica y administrativa), se declaró la gratuidad de los estudios (que permitió el acceso de todos), se construyeron modernas instalaciones. Se abrieron nuevas escuelas y facultades (Humanidades, Economía, Arquitectura, Ciencias), se prepararon miles de nuevos profesores (muchos en el exterior), se dio impulso a la investigación, los posgrados y las tareas de extensión (especialmente cultural). Se crearon núcleos en San Cristóbal y Trujillo. La matrícula pasó de 1.352 estudiantes en 1958 a 32.600 en 1998 y se formó a miles de profesionales. Durante 22 años la institución tuvo por Rector a Pedro Rincón Gutiérrez: garantizó el debate de las ideas (que fue intenso y degeneró en ocasiones en violencia) y estimuló la vinculación con la ciudad que creció al ritmo del instituto. Supo obtener la colaboración del gobierno central.
Tras el ascenso del coronel Hugo Chávez al poder (1999), apoyado por grupos contrarios a la libertad y la democracia comenzó otro intento de sometimiento de la universidad (centro autónomo, docente y científico, de pensamiento crítico). Se eliminó la autonomía en las experimentales mientras se creaban nuevas dependientes. En la ULA, ante la resistencia a los halagos, el régimen tomó medidas para impedirle cumplir su misión: limitó la autonomía, suspendió el proceso de renovación de autoridades, redujo las asignaciones presupuestarias (incluidas las referidas a sueldos y beneficios estudiantiles). Como consecuencia se cerraron servicios y se abandonaron instalaciones. No claudicaron los universitarios. Aunque miles de profesores y estudiantes debieron emigrar – en la última década, la matrícula se redujo en dos tercios – la vieja Casa resiste, fuerte en su historia: aún se dictan clases, se investiga. Se discuten proyectos, se agregan estudios (de arte en 2006), se forman profesionales. Es su desafío.
No imaginó el fundador las dificultades que encontraría en la historia la Casa de Educación que estableció en 1785. A tiempos de plenitud seguirían años de decadencia. Pero, la dotó del espíritu de permanencia, necesario para superar las pruebas. Por eso, ha podido cumplir su misión: formar generaciones de relevo (más de cien mil profesionales) para hacer a Venezuela. En las últimas décadas se ha tratado de impedir esa acción, lo que ha causado daño inmenso al país. Sin embargo, se han mantenido y continuarán abiertas sus aulas. Fracasarán aquellos intentos, como otros del pasado. Y la Universidad andina será protagonista del futuro.
X: @JesusRondonN