Cuando se anunció el triunfo de Donald Trump en Estados Unidos estallaron los fuegos artificiales sobre la Casa Rosada en Buenos Aires. Pero, se apagaron las pocas luces encendidas en las sedes gubernamentales de La Habana, Managua y Caracas. No mostraba ningún sentimiento el portavoz de la Presidencia en México: “No causa ninguna preocupación en el país”, dijo. Hace años se olvidó el arrebato de la herencia hispana. “A democracia é a voz do povo e ela deve ser sempre respeitada”, escribió Lula da Silva en Brasilia. Pragmático, espera que el otro lo sea. Reacciones diversas, como América Latina.
No habrá una política específica de Estados Unidos en relación con América Latina (como tampoco en referencia a otras regiones). Estará orientada por los mismos principios de la política internacional global, que se resumen en la consigna electoral: “Make America Great Again”. Eso significa que tomará en cuenta para actuar, ante todo, los intereses de Estados Unidos. Es, en consecuencia, profundamente nacionalista. Y en materia económica, en esencia, proteccionista. Su plan de acción no se inspira en fundamentos ideológicos o filosóficos. Donald Trump no carece de principios: conservador en lo social, es liberal en lo económico. Adhiere a ciertas ideas básicas, generales: la libertad personal, la libertad económica, la abstención del Estado, el impulso a la iniciativa privada. Admira a personajes históricos que supieron enfrentar momentos difíciles y pareciera sentir simpatía por dirigentes y regímenes de fuerza. Pero, su acción estará dirigida por el interés de Estados Unidos.
De otro lado, tampoco se ha logrado definir (salvo ante algunos hechos concretos) una política global de los latinoamericanos frente a Estados Unidos. En ese sentido, se ha propagado – y está muy extendida – una visión equivocada de la realidad de la región, que impide toda consideración objetiva. Lo facilita el desconocimiento que tradicionalmente se ha mantenido sobre esa “otra” América (exótica, turbulenta). Esa visión utiliza ahora palabras que contribuyen a imponer la tesis de la debilidad de occidente. Así, el término “Sur-Sur” sirve para divulgar la imagen de un espacio geográfico y político – los países ubicados en el sur geográfico, muchos con regímenes populistas (y autoritarios) – que escapa al dominio (e intereses) de Europa y Norteamérica. Es contraria a los hechos: en efecto, el “sur” en América está ocupado por diversidad de pueblos y gobiernos, con alianzas o divergencia históricas, donde se practica también la democracia y se intenta el desarrollo.
Tiempo atrás, Estados Unidos miraba a América Latina como un vecino (“zona de influencia” o “patio trasero”), de cuya “seguridad” debía ocuparse. En el mundo bipolar que siguió a la segunda guerra mundial sus gobernantes trataron de evitar que alguna de sus piezas se moviera hacia el campo enemigo: con ese propósito construyeron un sistema colectivo de “defensa” (político y militar). Así, el tratado de Río (TIAR-1947), dispuso la asistencia de los estados americanos ante el ataque que sufriera cualquiera de ellos. Además, cuando consideraron que sus intereses se veían afectados actuaron directamente para suprimir la amenaza: ocurrió durante la crisis de los misiles en Cuba (1962). Incluso, cuando temieron algún peligro cercano ordenaron invasiones armadas (República Dominicana en 1965, Grenada en 1983 y Panamá en 1990), o dieron apoyo a militares (como en Chile en 1973) o fuerzas irregulares que se oponían a regímenes revolucionarios. Todas eran formas de intervención.
Desaparecida la Unión Soviética e iniciado el ascenso de China (gracias a las reformas de Deng Xiaoping) la supremacía global de Estados Unidos parecía asegurada. Surgieron entonces iniciativas para afirmar la vigencia de la democracia (Carta Democrática Interamericana. 2001) y mejorar la situación política, económica y social en América Latina (lo que permitiría mantener buenas relaciones con el Norte). Pero, ya habían aparecido nuevos movimientos revolucionarios (de carácter anti-imperialista). Llegados al poder por elección, manifestaron su voluntad de ejercer la soberanía y buscaron liberar sus economías mediante la apertura hacia otros mercados (China, Rusia, Japón, India). Sin embargo, la aplicación de modelos socialistas (con medidas populistas) condujo a la paralización del crecimiento y al empobrecimiento de la población. Comenzó una etapa de inestabilidad: se sucedieron ensayos de diverso tipo (democráticos, liberales, socialistas). Solo pocos escaparon a lo que parece un permanente movimiento pendular. Se perdieron entonces años y oportunidades.
La política de Estados Unidos para América Latina no será uniforme. No habrá un patrón común de principios, reglas y prácticas. Dependerá de las condiciones de cada país y de las circunstancias de cada momento. En todo caso, dadas las decisiones tomadas durante su primer mandato, Trump no utilizará la fuerza armada en la región (ni en ninguna otra), aunque, afirmó recientemente, no excluye esa posibilidad. Sin embargo, sí amenazó – repetidamente – con aplicar otras medidas coercitivas (como las sanciones económicas). Sin incluir los miembros de la Comunidad del Caribe (13 muy vinculados al Reino Unido), es posible distinguir ahora cuatro grupos (por el régimen político y relación con Washington): Brasil y México, entre las primeras 12 economías del mundo; democracias liberales (encabezadas por Argentina), democracias de izquierda; y regímenes del socialismo real (Cuba, Nicaragua, Venezuela y Bolivia). Sin duda, frente a cada uno habrá una actitud distinta.
Casi todos los gobiernos de América Latina han manifestado sus sentimientos ante la elección de Donald Trump. Han sido variadas, como en el resto del mundo. A las de abierta hostilidad de los del socialismo real (que contrastan con la de clara simpatía de su “padrino” ruso), se oponen los de jubilosa esperanza de los gobiernos democráticos (Argentina, Uruguay, Paraguay, Perú, Ecuador, Panamá, Costa Rica y República Dominicana) y de El Salvador (que recibió duras críticas de la administración Biden). Muy cautelosos han sido los de orientación izquierdista (como Honduras y Guatemala). En Chile el canciller de Gabriel Boric (quien ha sabido madurar), con mucho aplomo, trató de disminuir los costos de una declaración del presidente (“Trump es un criminal mundial”) pronunciada cuando era un fogoso diputado comunista: las opiniones previas – dijo – “pertenecen al pasado”. Pero, en todas partes, preocupan los anuncios de medidas proteccionistas formulados durante la campaña.
No se esperan cambios en la relación con México. El gobierno de Claudia Sheinbaum, de fuerte orientación ideológica, quiere mantener la convivencia. Le resulta conveniente (ligado por el T-MEC con los vecinos del norte): a Estados Unidos va 83,1% de las exportaciones y de allí proviene 40,5% de las importaciones (julio.2024). Allá viven 10,86 millones de mexicanos que envían remesas ($63,3MM en 2023, 4,2% del PIB). Brasil presenta una situación diferente. Lula da Silva es un dirigente de izquierda, en buen entendimiento con Rusia y China (su principal socio comercial: 30% de las exportaciones y 22% de las importaciones). Pero, el intercambio con Estados Unidos suma $75MM. En fin, Colombia (hasta hace poco pieza privilegiada en el complejo hemisférico) comparte intereses estratégicos con Estados Unidos. Por eso, Gustavo Petro, otro militante, difícilmente puede cambiar la página. Refleja su posición el mensaje a Trump: mezcla de reconocimiento, amargura y reclamos.
El problema más delicado es el de la inmigración ilegal que llega ahora de Centroamérica y Venezuela. De aquellos países se van los amenazados por el hombre y la violencia (para 2020: 1,41 millones de salvadoreños, 1,24 millones de guatemaltecos, 778.000 hondureños); y del último los que huyen del régimen político que ha provocado una terrible crisis económica. En 2020 ya 505.000 venezolanos vivían en Estados Unidos (eran solo unos miles 2 décadas atrás). Y para mayo de 2024 (UNHCR) el número de refugiados y migrantes venezolanos llegó a 545.500. La expulsión masiva no es la solución, porque no detiene el movimiento, que continuará hasta que cesen las causas que lo producen. ¿Lo intentará Trump? En el mensaje de Petro hay una frase con la que concuerdan muchos: “La única manera de sellar las fronteras es con la prosperidad de los pueblos del sur”.
No cabe esperar una era de buenas relaciones, como las que alentaron Franklin D. Roosevelt (Buena Vecindad), John F. Kennedy (Alianza para el Progreso) y James Carter (Valores y Acercamiento). Tampoco la vuelta al “gran garrote”. Solo una de relaciones inspiradas en el interés de Estados Unidos, centradas en respuestas a los problemas que preocupan allí: inmigración descontrolada, aumento de precios, crecimiento económico. Aun así, podrían ser aceptables si en la Casa Blanca se llega a comprender, con “sentido práctico”, que pueden alcanzarse buenos resultados con la realización de un programa de desarrollo que devuelva esperanzas a los latinoamericanos.
X: @JesusRondonN
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