La política comercial del presidente Trump ha generado un debate intenso, y reacciones de todo tipo, incluyendo una caída dramática de las bolsas de valores internacionalmente. Para muchos, sus decisiones reflejan un giro proteccionista que amenaza el orden económico mundial establecido. Sin embargo, al observar su estrategia con mayor detenimiento, se revela una intención más matizada: utilizar los aranceles como herramienta de presión para reequilibrar el comercio internacional en favor de Estados Unidos. Más que cerrar la economía estadounidense, todo parece indicar que Trump busca abrir un proceso de renegociación global con la meta de eliminar barreras y lograr un sistema de comercio más equitativo.
Desde su perspectiva, el comercio global ha funcionado durante décadas bajo un esquema desequilibrado. Estados Unidos, como potencia económica, ha permitido un acceso relativamente libre a su mercado, mientras que muchos de sus socios comerciales —como China, la Unión Europea, México o Canadá— mantienen altos aranceles, subsidios internos y otras barreras no arancelarias que restringen el ingreso de productos y servicios estadounidenses. Esta situación no solo afecta a las grandes empresas, sino también a los trabajadores y sectores industriales que han sufrido la deslocalización y la pérdida de competitividad.
En este contexto, los aranceles se convierten en un mecanismo de negociación. Lejos de ser una medida aislada o de carácter ideológico, parecen forman parte de una estrategia de presión. Trump no parece tener la intención de imponer aranceles para sostenerlos indefinidamente, sino para crear incentivos —o amenazas— que lleven a sus socios a revisar las condiciones actuales del comercio. La tensa relación con China, con la que Estados Unidos mantiene el mayor déficit comercial en bienes de cerca de 300.000 millones de dólares anuales, es un aspecto importante de esta estrategia. China recibió en 2024 importaciones de Estados Unidos por 143.000 millones de dólares, mientras que exportó 439.000 millones. Si bien Estados Unidos tiene un superávit comercial en servicios, su déficit en bienes deja un balance comercial total fuertemente deficitario.
Quizás el momento que mejor sintetiza la visión comercial de Trump tuvo lugar durante la cumbre del G7 en 2018, celebrada en Canadá. Allí, en un gesto que sorprende incluso a sus críticos, propuso eliminar todos los aranceles, barreras comerciales y subsidios entre los países miembros. “Que no haya aranceles, no haya barreras, no haya subsidios. Sería lo último en términos de justicia”, declaró. Esta afirmación, lejos de ser contradictoria con su política, refleja su verdadero objetivo: forzar una transformación del sistema para alcanzar un libre comercio auténtico, no un sistema asimétrico disfrazado de apertura.
Además de los aranceles, Trump también apunta contra las barreras no arancelarias, como los subsidios, las regulaciones técnicas, sanitarias o ambientales que funcionan como obstáculos encubiertos para los productos estadounidenses. Muchas de estas medidas son utilizadas por otros países para proteger sus industrias nacionales mientras se exige a Estados Unidos abrirse completamente. Frente a esta situación, su enfoque es directo: confrontar, negociar y, eventualmente, llegar a acuerdos más balanceados.
Es importante destacar que esta estrategia no está exenta de riesgos ni de costos. Las represalias comerciales, la incertidumbre en los mercados y el aumento de precios para ciertos bienes pueden afectar tanto a consumidores como a empresas estadounidenses. Sin embargo, desde la óptica de Trump, estos costos son temporales y necesarios si se quiere corregir un sistema que ha perjudicado durante años a la economía estadounidense. Su apuesta es que, una vez alcanzados nuevos acuerdos, esos costos desaparecerán y se abrirán oportunidades más sostenibles a largo plazo.
El balance comercial negativo desfavorable para Estados Unidos es la expresión del desplazamiento de industrias a otras partes del mundo, especialmente a China, desde la década de los ochenta, con la consecuente caída de la producción industrial en Estados Unidos. Los obreros americanos han sido los más afectados por este trasvase del aparato industrial. Y son esos mismos obreros los que forman la base política más sólida de Trump. No es de extrañar que un objetivo central de su presidencia sea estimular la inversión en Estados Unidos para dar oportunidades a este sector de la sociedad. Un terreno más equilibrado en términos de protección comercial, la reducción de impuestos y un clima regulatorio favorable al sector privado, parecen ser herramientas con las que Trump esperaría aumentar los incentivos de inversión en Estados Unidos. Es previsible que los altos aranceles anunciados no se materialicen, aunque sí quede un nivel bajo de protección alrededor del 10% de aranceles en Estados Unidos, como medida de incremento de ingresos fiscales que pueden compensar la reducción de los impuestos.
En este contexto, es posible prever una negociación de gran envergadura para disminuir aranceles y subsidios, y darle prioridad a la capacidad de los países de aumentar su productividad para definir las oportunidades comerciales de cada uno en un futuro de mayor apertura económica, no de más aislacionismo. La negociación con China definirá en buena medida el éxito de esta estrategia.