Mucho ruido ha habido alrededor de la película Emilia Pérez tanto en artículos de prensa como en memes o reseñas en TikTok. Desde las canciones que no riman, los bailes descoordinados o la trama a veces inverosímil hasta el español incomprensible. El fenómeno de esta película, nominada a 13 Oscar, va más allá de un divertimento, su viralización o las comparaciones con filmes igual de recientes como Wicked.
En este “narcomusical” se puede leer un resumen del tiempo que vivimos, donde lo feo, lo que está mal hecho, la ausencia de estética, la brusquedad o los guiones e historias incoherentes ganan cada vez más espacios en las grandes vitrinas, en las que es fácil encontrarse una al lado de la otra una película como Emilia Pérez junto a la segunda parte de Dune, que podrá ser muy criticada por su ritmo lento pero jamás por su trabajada estética.
Es interesante mirar hacia atrás y darse cuenta de que muchas de las películas que han sido nominadas a 10 o más Oscar hoy son consideradas obras maestras.
Por mencionar algunas: La lista de Schindler (1993), El paciente inglés (1996), Titanic (1997), El Señor de los Anillos: la Comunidad del Anillo (2001), Slumdog Millonaire (2008) o Gravity (2013).
Todas son diferentes, para distintos gustos, pero si hay algo en lo que coinciden es en la búsqueda de una estética que hoy ha cambiado, que antes apuntaba hacia la belleza como la definía Platón: “Es bello todo lo que, visto y oído, nos agrade”. No quiero con esto hacer ponderaciones sobre alta o baja cultura. Grandes piezas comerciales hoy son vistas con admiración. La lista que he puesto acá lo demuestra. Me refiero a la facilidad con que ahora se recibe lo que en otros tiempos era visto como feo, tan es así que el mismo público se da cuenta y lo comenta, es decir, no es un invento. La gente, en general, y sobre todo en una época en la que es más fácil acceder a películas y series, tiene ojo para la belleza, se percata de los errores en el desarrollo de las historias y sabe, asimismo, cuándo alguien está actuando mal.
El otro asunto es cómo en el cine lo que se está tomando en cuenta en ciertos casos es el activismo al que apunta o que rodea la película. Con Emilia Pérez uno de ellos sería la diversidad sexual que encarna su protagonista, Karla Sofía Gascón, tanto en la narración como en sus entrevistas. Pero luego están otros ejemplos como Romper el círculo o Barbie, la primera una historia bellamente hecha que habla sobre el maltrato a la mujer —al final empañada por la batalla judicial entre los protagonistas, Blake Lively y Justin Baldoni— y la segunda una comedia con huecos en el guion —hay que destacar, no obstante, la exquisitez con que se creó el universo rosado de la muñeca— que al final se convierte en una arenga sobre cómo deben o no ser las mujeres. Si se escudriña un poco más, nos encontraremos con el filme Sonido de libertad, que si bien no se destacó particularmente en la temporada de premios, sí fue utilizada por líderes políticos para alimentar sus teorías de conspiración contra sus enemigos, en este caso la idea de que existen élites vinculadas al tráfico de niños o que el mundo es gobernado por adoradores de Satanás que están en contra de Donald Trump.
El cine, y otras ramas del arte, siempre tendrá una posición política, aunque algunos creadores quieran negarlo, pero la creencia no debería ser la única motivación per se. Oppenheimer es evidentemente una película antibelicista y, sin embargo, nos presenta un Robert Oppenheimer pretencioso, mujeriego, vanidoso y, sí, también, un genio sin ninguna duda. No cae en el maniqueísmo de Emilia Pérez, que nos muestra al principio un narco atroz capaz de desaparecer personas para luego, al realizar su transición como mujer, convertirse en un ser que salva precisamente a las personas a las que les hizo daño. La hipocresía de esta película es más que evidente en la escena en que Zoe Saldaña —cuya actuación es lo mejor del filme— les canta a los corruptos los males que han hecho mientras Emilia Pérez la acompaña desde un podio como si fuera una santa.
“Miren al secretario de educación dizque ‘pública’ / Especialista en las empresas fantasmas / Hoy sus contratos, sí, sí, son reales / Pero las dizque ‘escuelas’ no se construyen / Ahora, cuéntanos, Chucho, ¿de dónde sacaste tu jet, tu alberca, tu hotel?”, canta Rita Mora Castro, el personaje de Saldaña. Rita, gran amiga de Emilia y abogada, es quien la ayuda en su transición, por lo que sabe muy bien que en su pasado mató y desapareció gente y que tenía un imperio de drogas: es esta mujer quien precisamente les canta a los corruptos, sin que el filme haga alguna indicación de que ella está en el mismo saco del tal secretario de educación.
Llama la atención que mientras Emilia Pérez ha sido nominada a 13 Oscar, Joker: Folie à Deux lidera las nominaciones en los Razzies, a pesar de que es una película que le da un sentido a la primera parte, a la que por supuesto no supera. En esta entrega Joker, el personaje de Joaquin Phoenix, sufre un quiebre. Tras convertirse en un líder revolucionario en el filme anterior, en esta película la fantasía que construyó se viene al piso estando en la cárcel cuando se da cuenta de que sus ideas son una farsa, lo cual decepciona a sus seguidores y entonces esa misma revolución que creó es la que lo mata. ¿Tiene sentido la música en Joker: Folie à Deux? Solo se entiende al final, cuando él y Harley Quinn dejan de cantar, porque la música es lo que justifica su fantasía. El peor enemigo de Batman es un resentido convertido en líder, pero ninguna de esas dos características lo salva de ser un criminal, como tampoco salvan a El Pingüino de Colin Farrell, que sufre de un rencor hacia otras figuras: los delincuentes que lo superan en dinero e influencia.
No digo que Joker: Folie à Deux deba ser nominada a 13 Oscar como Emilia Pérez, pero resulta extraño que ambas son películas regulares —la primera con un guion más logrado que el de la segunda— y terminaron en espacios totalmente distintos.
En El imperio de lo efímero, el filósofo Giller Lipovetsky, que si bien habla de la moda considero que estas líneas caben en este argumento, lo advertía: “Es el final de la era consensual de las apariencias. Tampoco es ya posible definir la moda como un sistema regido por una acumulación de pequeños matices, ya que al sistema de los innumerables pequeños detalles diferenciales de la elegancia se yuxtaponen unos códigos radicalmente disidentes que pueden llegar incluso a reivindicar la fealdad”.
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