Cada siglo parece tener su primavera y cada primavera parece conspirar contra sí misma, en medio de los incesantes cursos y re-cursos de la historia, hasta alcanzar -y de nuevo extraviar- el desquicio de la superfectación. Un extraño movimiento recogido en una extraña palabra que, quizá, sea poco conocida y tan sorprendente como su significado. Como en el caso de muchas otras, en las que detrás del manoseo cotidiano se oculta un mundo de auténticas maravillas. En todo caso, a pesar de esa inhabitual condición, su uso tanto en las ciencias médicas -especialmente en obstetricia- como en el campo de la zoología, no es del todo infrecuente. No así en el de la lógica simbólica o, por extensión, en el de aquellas disciplinas que han hecho del silogismo aristotélico una abstracción, un esquema, un “fundamento natural” que lo desdibuja y trastoca en punto fijo. Refugio o ficción de toda partida y de toda llegada. Un aut-aut, un A˅-A. Fin de la discusión. O llueve o no llueve. No se puede ser o estar y no ser y no estar en el mismo espacio y al mismo tiempo. Y sin embargo, la superfectación, a pesar de las precisas indicaciones prescritas por la teología filosofante, comporta la posibilidad cierta de que, por ejemplo, una mujer quede embarazada estando ya embarazada, a pesar de que cuando se produce la fecundación de un óvulo “se inicia una cascada hormonal, cuyo objetivo es impedir que sigan madurando nuevos óvulos y que se produzcan nuevas fecundaciones”. Más aún, “en ocasiones acaban anidando en el útero varios fetos en distinto estado de desarrollo. Así, la zoóloga Kathleen Röllig, del Instituto Leibniz de Berlín, ha descubierto con ecografías que las liebres preñadas pueden sufrir un segundo embarazo”. Se dice que durante su época de apareamiento, en el mes de marzo, las liebres macho boxean entre sí por el amor de las hembras. Otros aseguran que son las hembras las que, ya embarazadas, repelen a los machos ardorosos, que han perdido por completo “la cordura”. El estar “loco como una liebre de marzo” es una conocida metáfora popular, especialmente en los países de ascendencia anglosajona.
Unas cuantas liebres de marzo han terminado “boxeando” sobre el circunscrito terreno de la lógica formal, generando a la larga peligrosas superfectaciones que, poco tiempo después, han terminado en empreñamientos de doble factura, curiosas epifanías, Janos o “vuelvan caras”, cuyas insolvencias materiales y espirituales terminan produciendo esos extraños freakies del quehacer político que, tarde o temprano, ponen en peligro el buen nombre de la civilización. No parece haber dudas: estas liebres del presente son el resultado de curiosas experiencias históricas, de extraordinarios fenómenos, que hacen gala de la condición superfectada. Bolcheviques que son nazis, fascistas de izquierda, empresarios o gansters -no importa- devenidos líderes políticos de oficio que confunden la res-publica con su corporación de negocios. Son las alocadas liebres de este largo y prolongado marzo de la historia. Y no son pocos los curiosos casos dignos de estudio interdisciplinario, de las ciencias sociales, de las ciencias políticas y de la psiquiatría. La obra de unos cuantos filósofos de hoy adolece de una explicación creíble para esta engorrosa condición. Y mientras más populares se hacen, mayor resulta el enredo. Con razón decía Sartre, en relación con una obra como el Manifiesto de Marx, que se trataba de “la vulgarización de un pensamiento”. Y es que -para no tener que atravesar las aguas del insufrible barruntar posmoderno- bastará con señalar que cuando Marx postula la actividad sensitiva humana -la praxis– como núcleo central de su filosofía, con ello, y a fortiori, está declarando la bancarrota del materialismo. Pero si Marx -según lo que oficialmente sostienen los apologetas de la franquicia o la extensa tonalidad de sus detractores- es un materialista, entonces inevitablemente le pone fin a la actividad sensitiva humana como centro motor de su pensamiento. Más aún, cuando la filosofía ejerce su función como legítima teoría crítica de la sociedad, con ello desecha la vana manía de pretender predecir el futuro. Pero cuando ésta se dedica a predecir el porvenir, con ello cesa su función como teoría crítica y, por ende, como filosofía en sentido estricto. Una concepción filosófica no es, y no puede ser, una doctrina, una fe, un dogma, una ideología. Mientras la filosofía se esfuerza por denunciar –more geometrico demostrata, diría Spinoza- la irracionalidad, la injusticia o la decadencia de una determinada formación cultural, las llamadas doctrinas procuran sembrar esperanzas en un mundo construido, según la conocida expresión de Maquiavelo, “sobre las nubes”, garantizando con ello su propio beneficio y preservación.
Hace algunos años, un amigo de siempre contaba que, durante sus años de “formación” ideológica en la Juventud Comunista, el finado Pedro Ortega Díaz les decía, no sin severidad enfática: “el marxismo no es un dogma.. ¡Repitan conmigo..!”. Por supuesto, Lenin lo superaba con creces, ya que, según su ortodoxa opinión, “el marxismo es una ciencia exacta”. Pero, en todo caso, el cada vez más deshilachado “socialismo del siglo XXI” ha sido sorprendido, en relación con sus figuras precedentes, como la superfectación de una superfectación. La virtual inversión del espejo invertido de la Alicia de Carroll. Y, aunque así parezca, nada de esto tiene que ver con el pensamiento dialéctico. En primer lugar, porque no es pensamiento sino representación. En segundo lugar, porque no es dialéctica sino una mueca de grosero empirismo tomado de la más momificada versión del entendimiento abstracto. Heinz Dieterich, el arrepentido padre de la criatura del llamado “nuevo proyecto histórico”, en realidad solo compiló una sarta de recetas acerca del cómo se debería implementar un régimen neo-totalitario, en el mejor estilo del 1984 de Orwell: “desarrollismo democrático”, “economía de equivalencias”, “democracia participativa y protagónica”, organización de los “colectivos de base”, construcción del “Bloque Regional de Poder” como garante de la integración económica de los “Estados progresistas” latinoamericanos o el “Bloque Regional de Poder Popular”, suerte de coordinadora continental de los movimientos sociales en apoyo al “proceso revolucionario”. En fin, la ficción de una ficción resumida en una consigna: “liberalismo sin capitalismo; socialismo sin estatismo”. De nuevo, la duplicación de una superfectación, cuyo inevitable destino tenía que terminar en el Cartel de los Soles y en el Tren de Aragua.
Sin más fundamentación que la presuposición y el dar por sentado, y tomando como referencia immovile esa especie de alter ego de un Marx superfectado por la fértil imaginación del fanatismo estructurado por el aparato de propaganda soviético, el moribundo socialismo del siglo XXI, dejó de ser un legajo de sublimes -y ociosas- fantasías para terminar -puesto en manos de una liebre de las estepas barinesas- en el más cruel de los regímenes autocráticos, que ya solo puede alimentarse de las podredumbres de la corrupción, el terror y el crimen. Nada más le queda. Decía Hegel que los sueños más sublimes de la Revolución francesa terminaron en la pesadilla de la guillotina. Sí, “sublime, terriblemente sublime, pero no bellamente humano”. Dieterich declaró, entre brincos y saltos, que Lepus –la liebre galáctica- desvió el camino que él magistralmente había trazado. Doctor Frankenstein se negó a asumir las consecuencias de su monstruosa superfectación. A pesar del frescor, la primavera puede servir para la gestación de las más terribles monstruosidades.
@jrherreraucv
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