El presumido intento de crear una economía que opera mediante mecanismos políticos y no de mercado ha demostrado, esta vez por la experiencia venezolana, la inconsistencia de la ideología socialista para solucionar los problemas de la vida de la gente.
Los resultados obtenidos han inmerso a la población venezolana en una pobreza que podría explicarse por circunstancias históricas específicas si la práctica de sumisión al neocolonialismo cubano no hubiese prevalecido bajo la ilusión de integrar un “sistema socialista internacional” fundamentado en una frustración inducida por enriquecimiento ilícito, por el método de la expropiación, cual atropello sistemático del ejercicio del poder. Para perseguirlo e imponerlo, el mentir se ha transformado en un arte de soporte de la dictadura inspirada en una falsa concepción científica bajo la cual la palabra “libertad” se confronta con las palabras “socialista y social” en una mescolanza de ideas, actitudes, propuestas y conductas cuyas antítesis se volvieron en estereotipos emocionales para “no perder el tren de la historia”, como la interpretaría Trotski.
Pensar y hablar dos cosas diferentes, miedo al mundo, engaño de las gentes, menoscabo del arte y de la vida, en La verdad de Aquiles de Alfonso Reyes, se ha antropomorfizado sin escrúpulos para apuntalarlo a una idiosincrasia y una moral con inversión de valores, maquiavelismo o perversión que asfixia toda consideración y principios solidarios para el prevalecer del hombre sobre el hombre, antípodas de lo que dicen ser.
La libertad adquirida en el curso de la historia con luchas y sacrificios de generaciones se ha involucionado en servidumbre y en miseria, y se ha desperdiciado el patrimonio de la fortaleza espiritual otorgada por la parcial “soberanía” conquistada en el tiempo y que ha sido reducida a una fórmula retórica de soporte que anula los valores de la independencia y perjudica la misma identidad de la nación: no se logra encontrar su definición ni en los artículos de la Constitución. La vida política y social se ha reducido a un eufemismo que vulnera el “contrato social”: éste, en palabras de Mario Vargas Llosa, se vuelve en “estafa social”. La libertad, la democracia, la legalidad y el derecho, la equidad, la igualdad, la ética en perspectivas deformantes se ubican en las casetas de espejos de los parques de atracción de los discursos de los políticos que practican la ficción como método. El diferente condicionamiento religioso presente en las décadas o los siglos no ha permitido superar el atraso y el progresivo aumento de la pobreza, así como demuestra en Venezuela la evanescente explotación del petróleo.
Los liberales y los conservadores, los socialistas de diverso orden y grado llenaron la gerencia oligárquica y mercantilista del capitalismo del momento para propiciar el intervencionismo del Estado en formas del sistema, y así transformarlo progresivamente en devorador de las energías, iniciativas y movimientos del ciudadano. En definitiva, una instrumentación para conservar sus clientelas y, una vez conquistado el gobierno, distribuir privilegios y prebendas para acumular otro poder, utilizando también el expropio de vastos sectores públicos que drenan importantes recursos de la sociedad civil y aumentan el déficit fiscal y la inflación.
Por obvia consecuencia se ha evidenciado la responsabilidad del Estado en su manifiesta incapacidad de crear riqueza: se ha desplazado el eje de la vida económica del productor al funcionario y estimulado la corrupción. De este modo, la legalidad se ha convertido en utopía distribuida por un Poder Judicial que dirige y administra la justicia entronizando la discriminación entre los ciudadanos comunes y los proxenetas del régimen. Se ha incrementado la economía informal al margen de las leyes, una solución primitiva de supervivencia de un capitalismo popular engendrado en la práctica del mercantilismo.
¿En un Estado siempre más débil e ineficaz como pregonar una recuperación económica, un desarrollo que fundamente sus raíces en un efectivo sistema democrático en el cual a la responsabilidad del ciudadano corresponda el esfuerzo y creatividad de las instituciones? Si la creación de los marginados y los pobres de una economía de aparente libre competencia y un capitalismo popular ha sido promovida para ejercitar el control del poder a través del sobredimensionamiento estatal, cualquier forma de autonomía resulta contrapuesta al Estado, y la libertad individual y colectiva, fundamentada en la legalidad controlada, se ha transformado en parasitismo y pasividad servil.
El reto entonces es cómo la opción liberal y democrática, ganadora de las elecciones del 28 de julio de 2024, puede moralizar y tecnificar en el engranaje de la sociedad el funcionalismo necesario para la recuperación económica, si debe confrontarse como corolario inevitable con la pérdida de la propia legitimidad del Estado. Del realismo vigente emerge la responsabilidad que, bajo una precisa finalidad política y programática democrática, la sociedad civil debe asumir para crear genuinas economías de mercado con reglas simples, claras y equitativas, eliminando cuando existan concesiones monopólicas y subsidios, y produciendo el cambio de su propia mentalidad para generar en el país y en el exterior la necesaria confiabilidad.
En el proceso toma significación la austeridad que debe caracterizar la sindéresis de la política del gobierno: la competencia de sus atribuciones debe sustentar, pero con esfuerzos y decisiones, las dos inflaciones que padecemos, la monetaria y la burocrática, que han convertido las instituciones estatales en sinónimos de incompetencia y corrupción. La reforma y el perfeccionamiento del sistema vigente en la Venezuela “bolivariana” está hambriento de un sistema de libertad democrática que puede encontrar en el régimen civil, en el pluralismo político, en los derechos humanos, en los poderes independientes, las condiciones de su éxito.
Las desigualdades y desequilibrios entre la socialdemocracia y el social cristianismo, los partidos conservadores no autoritarios y las dictaduras comunistas, soviética, china o bolivariana, se sustancian aparentemente en la ideología o doctrina que las identifica: pero en el mundo globalizado en el cual se desempeñan, solo se confrontan y compiten en el mercado para asumir espacios mediante la mayor o menor interferencia, la realidad de una competitividad sustentada por la tecnología y la capacidad financiaría, sin capacidad de ofrecer la mayor cantidad posible de oportunidades. Es la adopción de una estrategia que se manifiesta en la evolución de la historia de los pueblos y que se sobrepone a la noción de libertad, de la soberanía individual que sustancia la colectiva, de la posesión de la propiedad privada por la cual precisamente los ciudadanos adquieren un sentido concreto de la propia libertad, fruto de sus compromisos, de su capacidad de trabajo, de su aspiración a una vida correspondiente a su dignidad de hombres y a sus sacrificios, y que exige el reconocimiento propio de las leyes, de la sociedad y del sistema político.
Al intelectualizarse, por encima de su estado germinal de racionalización, la libertad, según lo postulado por Tomás de Aquino (1889), se hace más natural, mejor imitadora de la naturaleza, ya que en su obrar la voluntad más perfecta la imita (Natura ad unum), y que, como diría Bergson (1959), por la posesión del propio juicio es dueña en general de todos los actos y del propio ser del hombre. Ahora no se trata de considerar la pretensión metafísica del filósofo francés, “de una voluntad intuitiva, libre y creativa al margen o por encima de la inteligencia dotada de fines”, se trata de conquistar condiciones de operatividad de la propia existencia civil y social estructurada en el Estado para el ejercicio del poder. Se trata de asegurar al ciudadano la perspectiva de una democracia real, de una entelequia de la potencialidad de su humanismo, de la sustancia simple y compleja para la cual podría ser capaz de realizar en sí mismo y en su propio ambiente la propia finalidad. El estímulo a los valores, importante premisa para asegurar la necesaria tensión moral, debe contener proposiciones de cómo y con quiénes, a nivel nacional e internacional, se puede conseguir la recuperación y el desarrollo: la factibilidad se debe sustanciar en el conocimiento y en la experiencia.
Estamos frente y vivimos la más importante revolución de la historia y pasar de la utopía a la afirmación del realismo que exige la libertad: en Venezuela la conquista de la libertad es ahora la mas explícita exigencia del pueblo para la recuperación de su soberanía política, la afirmación del Estado de derecho, el desarrollo económico y social, el reconocimiento por haber sido forjador de libertades, al mismo tiempo en que en el devenir de la humanidad se transforma en el nuevo e irrenunciable mito del siglo XXI.
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