Paz y guerra son palabras y acciones que sirven a cada quien según la realidad o sus intereses. Verdad que noveló León Tolstoi en su clásico Guerra y paz (1869) combinando historia y ficción.
El presidente Donald Trump considera sin reservas ni opciones la firma inmediata con el invasor de Ucrania, el tovarich capitalista Vladimir Putin, para evitar la tercera guerra mundial y sin dudas, cobrar el costo de la ucraniana guerra defensiva -invertido por Estados Unidos- en minerales “raros” necesarios para prescindir de productos chinos. La película El aprendiz (2024) biopic, guion de Gabriel Sherman y dirección de Ali Abbassi, basada en testimonios fílmicos y escritos, se interna de raíz en las costumbres de su familia para mostrar los traumas afectivos que forjaron el carácter del mandatario proyectados en su actuación de empresario privado llevada a la política pública como un ejercicio comercial de toma y dame. Lo demás no cuenta, suma cero.
A su vez, el presidente Volodimir Zelenski, comediante de oficio, en sus videos El sirviente del pueblo (2015), todavía emitidos por varios canales del mundo libre, se puede disfrutar su talento actoral. Hizo suya una profesión muy frecuente en su tradición cultural judía que mediante el humorismo serio percibe y divulga detalles de su entorno corrupto para propiciar pacíficos arreglos, enmiendas, conservando siempre -incluso antes de elecciones libres- la libertad de expresión como imprescindible premisa del Estado democrático. En su ética, la libertad personal y colectiva bajo estricto control legislativo se empareja con la necesaria riqueza material del país, no son excluyentes. La guerra moral o bélica defensivas de estos valores le resultan indispensables frente a todo intento por eliminarlos. Es capaz de tragar lo amargo a fin de preservar la independencia de su nación.
En síntesis, Trump activa una rendición ucraniana firmada con Putin, mentiroso habitual. Zelenski solicita paz, incluyendo su dimisión presidencial si es necesaria, pero por su experiencia de tres años en guerra, sólo con garantías de al menos una mediana duración.
Venezuela , secuestrada y diaspórica, ya suma 9 millones bajo el usurpador chavismo empoderado desde un cuartel principal y su palacio de aspecto civil, por paradoja cruel, afilia su patriótico “socialismo del siglo XXI” al trumpismo ultraconservador, aislacionista, segregador en lo étnico, político, sexual y educativo, pues económicamente depende por ahora del oportunista, fáctico, minero “business is business”. El generalato -en muchos sentidos equivalente al partido supremacista blanco estadounidense- justifica su populismo belicista repitiendo que hoy por hoy es el único medio para conservar su dulce y pacifista gestión, al mismo tiempo que provocan incidentes en Guyana, sector territorial venezolano entregado a la dirigencia actual de ese país por Hugo Chávez inducido por Fidel Castro. Lo inventan para distraer la atención del foco delictivo que protagonizan. Si es necesario enviarán al sitio soldados de sus cuadros medios o inferiores, como carne de cañón.
Numerosos testimonios documentados de este pacifismo en permanente farsa trágica se encuentran desde hace años y aumentan día a día, en el ciego y mudo Tribunal Penal Internacional de La Haya, solo para este caso venezolano. Para otros, reaccionan al instante.
Y sobre todo, el pacifismo impostor se registra en múltiples obras artísticas continuas, tan abundantes, que merecen referencias en un espacio aparte.
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