Tara Calico era amante del ciclismo. La joven de 19 años compartía esa pasión con su mamá Patty Doel. Las dos mujeres solían salir a pedalear la ruta 47 de Nuevo México. Allí, iban madre e hija cada mañana con sus cascos y su ropa deportiva de cara al sol por el desierto del sur de Estados Unidos a finales de la década del 80.
Por infobae.com
Allí, en esa zona cercana a México llueve poco muy poco. Las grandes extensiones de arena y algunos pastizales no crecen más allá del metro de altura. Por esa ruta iban las dos mujeres con sus bicicletas preparadas para rodar por la carretera en una rutina diaria. Son escenas parecidas a las que millones de espectadores vieron en la serie Breaking Bad. Allí cuando el profesor de química y el joven se internaban en el desierto con la casa rodante para cocinar la droga.
Verano del 88
Algo cambió en el verano de 1988. Durante ese mes de julio en sol pegaba fuerte sobre la tierra reseca de Nuevo México, Patty dejó de salir a pedalear. Tara, en cambio, siguió con su rutina y más de una vez usó la bici de su mamá que tanto quería.
Todo estaba tranquilo, era época de receso universitario, y Tara tenía tiempo para sumar a su gran pasión: la bicicleta. La chica recorría el mismo tramo soleado por el que había estado recorriendo durante años y nunca había pasado nada malo. La chica se apuraba por volver a casa. Ese mediodía tenía un partido de tenis con su novio a las 12.30. Pero el mediodía llegó y pasó y Tara Calico nunca volvió a su casa.
La tarde de ese 19 de julio se dispararon las alarmas en la familia Calico. Patty y John, los padres de Tara, dieron aviso a la policía. Enseguida los oficiales recorrieron la ruta que casi todos los días la chica hacía en su bicicleta. Sin embargo, pese a todos los esfuerzos, los Calico no supieron nada de su hija durante unos 10 meses. pero ese era solo el inicio del calvario.
El grupo que recorrió los desiertos de Nuevo México nunca pudo hallar a Tara. Algunas personas recordaron haber visto a Tara en su ruta habitual. El testimonio de un hombre dio una primera pista débil. Dijo, ante la policía, que vio una camioneta junto a la ciclista.
La policía rastrilló los costados de la ruta 47 y cerca de una banquina, justo debajo del único árbol que se veía en muchos kilómetros, encontró piezas del walkman de Calico y un casete, que Patty más tarde se convenció de que estaban rotas y caídas deliberadamente, como parte del esfuerzo de su hija por dejar un rastro.
La búsqueda desesperada
Los detectives no encontraban ningún indicio. Es como si la tierra se hubiera tragado a la chica en algún lugar cercano al árbol en el que hallaron el walkman a la vera de la ruta 47 de Nuevo México. Entonces, la policía, empezó a investigar a la familia de Tara. Los oficiales interrogaron a John y Patty. Le preguntaron cómo era la adolescente en la vida cotidiana. ¿Estaba feliz su hija? ¿Alguna vez habló de viajes? ¿Se fue con alguien conocido? ¿Había recibido amenazas?
Los detectives empezaron a tejer un mapa de la vida social de Tara. Sospechaban que la joven de 19 años se había escapado de casa. Los padres de la chica lo negaron en forma vehemente. “Nuestra hija no es capaz de eso. Nosotros siempre le dimos libertad y nos hubiera contado sus planes”, decían a coro ante las preguntas de los oficiales que se repetían todos los días.
Patty y John esperaron durante largos meses. Cada bicicleta que pasaba tenían la esperanza que era la chica que volvía. La investigación policial no pudo recolectar más pruebas. Sus amigos declararon y describieron a una estudiante normal de la carrera de psicología de la Universidad de Nuevo México. Tara Calico simplemente había desaparecido. “No pudo habérsela tragado la tierra”, repetía su mamá entre dientes.
Casi un año después se acercaba nuevamente el verano. A Patty y John la cercanía de esa estación le removía otra vez todo lo sucedido con Tara. Era el tiempo en que ella tenía vacaciones de la universidad y pasaba más tiempo en casa.
Una foto, una esperanza
La familia Calico ante la desesperación se aferraba a cualquier indicio o rastro de Tara. Tanto fue así, que se esforzaron para ver a la chica en una foto. Unos nueve meses después de la desaparición, El 15 de junio de 1989, apareció una polaroid tirada en el suelo en Florida, a unos 2.400 kilómetros de donde Tara había desaparecido.
La foto mostraba a una chica y un niño acostados. Estaban amordazados y atados, como si estuvieran secuestrados. En sus caras no se veía miedo, ni golpes. Miraban a la cámara con un rostro que transmitía cierta tranquilidad. Parecían estar posando para un simulacro o un juego.
Cuando Patty Doel vio la foto por primera vez trató de hacer foco con sus ojos. Intentó que esa chica que aparecía amordazada en primer plano fuera Tara. Buscaba un hilo de esperanza. Una prueba de que su pequeña estaba con vida y había que seguir con los operativos policiales para hallarla.
La chica de la foto tenía una marca descolorida en el muslo, una cicatriz igual a la que Tara se había hecho en un accidente cuando era una niña. Y luego estaba el libro de bolsillo manoseado junto a ella: V. C. Andrews, uno de los autores favoritos de Tara.
Toda la tecnología disponible en Estados Unidos se puso a disposición del caso. La polaroid fue investigada en forma minuciosa. Los expertos del Laboratorio de Los Álamos dudaron que fuera ella y el FBI no pudo ofrecer pruebas concluyentes sobre la identidad de la chica de la foto.
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