Con los primeros gritos de indignación en Paiporta muchos ya se hicieron la pregunta: ¿a quién se le ha ocurrido encadenar la visita del rey a la figura de Pedro Sánchez (e incluso Mazón)? El descontento con la administración y la inoperancia que ha provocado la famosa cogobernanza calentaron la espera en la zona cero de la DANA que asola a Valencia.
Apenas había entrado la comitiva en el pueblo cuando empezó a llover barro. Se abrieron los paraguas, se tensaron los escoltas y, mientras el rey pedía avanzar, el equipo de Sánchez se llevó al presidente, que comprobó de primera mano el efecto de sus palabras en la Comunidad: «Si necesita más recursos, que los pida. No hace falta priorizar unos municipios sobre otros (…). Se prioriza cuando faltan medios y ese no es el caso», dijo 24 horas antes.
Después de aquello, con Pedro Sánchez huyendo bajo un paraguas y parapetado en «el protocolo», el rey (y también la reina) aguantarían cerca de una hora mirando a los ojos de aquellos que lo han perdido todo. Si el presidente del gobierno esperaba salir ileso de esta crisis delegando toda gestión en la comunidad (con los efectos ya conocidos), puede dar por fracasado el intento.
El rey aguantó el chaparrón de indignación y barro, entre gritos de «asesinos» y con insultos al ya retirado Sánchez. Con el presidente Mazón a un lado, Felipe VI escuchó incluso a aquellos que no deseaban su presencia. Para entonces ya habían herido en la frente a un escolta de la reina, cuyas lágrimas y abrazos con algunos de los afectados evidencian la gravedad y la tensión del momento. Los reyes soportaron la rabia de un municipio que se siente abandonado por parte de la política que ayer prefirió dar la espalda mientras otros daban la cara.
¿Por qué fue Sánchez?
En contra de lo que mucha gente cree, el rey no elige quién le acompaña en determinados actos oficiales. De hecho, tal y como publicó Almudena Martínez-Fornés, el plan inicial era visitar a los afectados por la DANA sin la compañía del presidente Sánchez.
Convertido en un activo tóxico desde hace tiempo, con serias dificultades para caminar por la calle con normalidad siempre que no sea en actos encapsulados, Pedro Sánchez comprobó en los pocos segundos que permaneció en Paiporta la magnitud del descontento de aquellos que son víctimas de la tormenta pero sobre todo de la falta de diligencia entre administraciones.
Sobre ese vacío se pronunció después el rey, en presencia tanto del presidente (sentado a su derecha) como de Carlos Mazón. En conversación con los coordinadores del Cecopi (Centro de Coordinación Operativo Integrado), Felipe VI dijo: «Por un lado transmitiros la gratitud y el orgullo de verlos trabajar (…) atendiendo este desastre tan monumental que ha afectado a tantas vidas, a tantos modos de vida (…) Hay que garantizarles que el Estado, en toda su plenitud, está presente». A buen entendedor…
Hace tiempo que Sánchez se instaló en la novedad, encadenando hechos inéditos de los que, a menudo, presume equivocadamente. Sánchez es el primer presidente en gobernar sin ganar las elecciones, el primero en sentarse con Bildu, el primero en tener a su mujer imputada así como a su fiscal general. Y, desde ayer, también el primero en abandonar un acto público para no afrontar el rechazo de la gente a la que, algún día, pidió el voto.
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