Los actuales cambios tecnológicos representan, dicho sea sin exagerar, un parteaguas en la historia humana. Plantean asuntos que resignifican la vida de nuestra especie, suscitando desafíos e interrogantes en todos sus ámbitos.
En este sentido, resulta imposible no hacer referencia a lo que está ocurriendo a partir de los avances en el campo de la digitalización. Como ha sido ampliamente descrito y analizado, vivimos en una era dominada por Internet, los teléfonos inteligentes y las redes sociales, que han transformado nuestra forma de comunicarnos y acceder a la información, creando una “segunda” realidad. Desde la filosofía se nos dice que el espacio y el tiempo han sido reemplazados por la simultaneidad y la inmediatez.
La adicción a los dispositivos digitales (la Infodemia) altera la estructura del cerebro, afectando áreas relacionadas con la atención, debilitando nuestra posibilidad para desenchufarnos y reflexionar.
Los aranceles “artificiales” de Trump
En semejante contexto emerge una gran preocupación en torno a la inteligencia artificial que, junto con sus evidentes ventajas y beneficios, asoma una gran discusión que, condensada en una frase, remite a los riesgos que envuelve la sustitución del Homo Sapiens por el Robot Sapiens.
En efecto, aunque la inteligencia artificial ofrece, como digo, instrumentos muy útiles, también está mermando nuestro potencial en el campo cognitivo, al ofrecernos principalmente una información encapsulada que nos llevan a tomar soluciones rápidas y automáticas, sin que medie la reflexión.
La IA es diferente de cualquier otra tecnología inventada previamente. Se trata de una herramienta que progresivamente se ha ido convirtiendo en un actor cada vez más independiente. En efecto, en los últimos años los diversos modelos de IA han empezado a superar a los humanos en varios escenarios (el diagnóstico médico es un buen ejemplo) y algunos especialistas creen que dentro de muy poco se habrá creado una inteligencia artificial general (AGI, por sus siglas en inglés), que podrá llevar a cabo casi todas las tareas cognitivas que realizan las personas y estas perderán, por tanto, la exclusividad en el uso de la inteligencia.
A propósito de lo anterior, leo que un grupo de destacados economistas norteamericanos teme que la Casa Blanca haya echado mano de la inteligencia artificial, para diseñar la política arancelaria de Trump, alegando que coincide con lo que recomiendan estos modelos de IA cuando se les solicita una solución «fácil y rápida» para eliminar déficits comerciales.
No debe asombrar, entonces, leer en una revista mexicana que dos pequeños islotes poblados por pingüinos y focas que se encuentran a 4.000 km al suroeste de Australia, y que no han sido visitadas por humanos en casi una década, también serán afectados por los nuevos aranceles.
Ni tampoco debe sorprender que un libro recientemente escrito por el filósofo Jianwei Xun, sobre la hipnocracia – un régimen que actúa directamente sobre la conciencia mediante la modulación de la atención y la sugestión hipnótica -, no fue escrito por él. En efecto, gracias a la tenacidad de un periodista que quería hacerle una entrevista al autor chino, se descubrió que el texto había sido elaborado por el italiano Andrea Colamedici, también filósofo, quien lo redactó valiéndose de la IA y lo firmó como traductor.
El transhumanismo
Para uno de sus exponentes contemporáneos más reconocidos, Michael More, el transhumanismo es un movimiento intelectual y cultural, respaldado por millones de dólares, por cierto. El mismo señala la posibilidad y deseabilidad de mejorar fundamentalmente la condición humana, mediante el desarrollo y la amplia disponibilidad de tecnologías para eliminar el envejecimiento y mejorar en gran medida las capacidades intelectuales, físicas y psicológicas humanas. En otras palabras, espera que como seres humanos seamos más que el propio cuerpo que nos soporta. Se trata, en suma, de una transformación nuestra especie, a través de la integración del ser humano con la máquina o bien, mediante la modificación del acervo genético para generar en un futuro mediato, una especie diferente de la nuestra a semejanza : el “Homo Excelsior”
En estas breves líneas queda planteado el desafío que tiene planteada la humanidad frente a los nuevos desarrollos tecnológicos. Para enfrentarlo no sirven ni el optimismo perezoso ni el pesimismo catastrófico. No se trata de demonizar la tecnología, sino de usarla con conciencia. Su desarrollo debe ser mirado más allá del “determinismo tecnológico”. Se requiere de una brújula que lo oriente y regule desde la perspectiva ética, ontológica y jurídica
Como lo ha declarado la Unesco, la cuestión no es si legislar o no sobre la IA y las tecnologías convergentes, sino cuál es la mejor manera de hacerlo. Necesitamos una verdadera coordinación mundial y compartir conocimientos para construir un ecosistema de IA responsable que beneficie a todos.
HARINA DE OTRO COSTAL
Hace pocos días falleció Mario Vargas Llosa, figura importante de la literatura universal, cuya obra literaria resulta imprescindible, sobre todo en el escenario hispanoamericano. Fue ganador del Premio Nobel y también de la primera edición del Premio Rómulo Gallegos.
Además de novelista, dejó escritos varios artículos y columnas de opinión, sobre el fútbol, describiéndolo como un fenómeno social, capaz de movilizar masas, construir identidades colectivas y generar emociones profundas como las que produce una obra de arte. Lo entendió como una “religión laica donde los fanáticos proyectan sus anhelos, frustraciones y sueños”, de allí la devoción por un equipo, los cánticos, los estadios como templos y los ídolos deportivos como santos modernos.
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