Como muchos venezolanos afirmaban y alertaban desde el siglo pasado, el chavismo carece de talante (en todas sus acepciones) democrático. La razón es simple: su líder y fundador, Hugo Chávez, no creía en la democracia. Fue el autor de dos golpes militares, los demócratas no hacen eso. Demócratas fueron los políticos venezolanos que le abrieron las puertas a la participación electoral. Entonces nadie fue tan mortífero en el uso de la demagogia, en la mentira política.
Nicolás Maduro, su sucesor, es una copia al carbón de su progenitor político, aunque quizás no haya habido en Venezuela un político más desangelado. Tiene un grave defecto para ejercer la política: miente mal. Padece del síndrome de Casandra, nadie le cree. Por esa razón, mientras más se expone, más apoyos pierde. Las dos campañas electorales reales, aquellas en las que la abstención no ha sido su principal aliada (contra Capriles y Edmundo González), las ha perdido no obstante haber contado con un ventajismo descarado.
Contra Capriles se salió con la suya porque la campaña fue muy corta y Chávez le había dejado un legado de 3 millones de votos. Fue derrotado, pero el candidato opositor aunque le arrebató la herencia no le sacó una gran ventaja. Tampoco hubo la pistola humeante que demostrara lo que muchos sostuvieron: que había cometido un fraude.
Contra EGU el pasado 28 de julio, la historia fue distinta. Le metieron más de 4 millones de ventaja por el pecho, sin los 3 o 4 millones de los votos del exterior. Con ese boquete, hasta los cirujanos políticos más hábiles hubieran pasado trabajo, de hecho, habrían considerado la opción más conveniente para todos: aceptar la derrota y entregar el poder.
Pero los chapuceros aman la chapuza y desde la misma noche del 28J no cesan de hacerlas. Ni Jorge Rodríguez, ni Amoroso, ni Delcy, ni Diosdado han sido capaces de construir algo creíble. La señora que dirige el TSJ y la Sala Electoral montó una comedia, mejor dicho, tragedia de enredos a la vista de todos los venezolanos y extranjeros que siguen el proceso ¿Qué pena con esos señores?
Nicolás Maduro y sus colaboradores serán los responsables de que la crisis política, que Venezuela ha venido padeciendo desde que Chávez apareció en el horizonte (que ha destruido su economía, todas sus instituciones y convertido en viacrucis la vida de los venezolanos), se prolongue de manera aún más trágica y destructiva.
El veterano estadista Julio Sanguinetti observó con gran acierto, hace un par de días, que “a Nicolás Maduro lo sostiene la bayoneta y no la gente”. La pregunta a formular a quienes sostienen la bayoneta es obvia: ¿De verdad van a empujar a Venezuela al abismo insondable de la inestabilidad económica y social por mantener en el poder a un presidente que fue amplia y clarísimamente derrotado por la misma gente a la que pretende gobernar?
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