
El humor de Alejandra Otero suele tener tres características. Empatía con el público —las conversaciones con la gente parecen un encuentro entre amigos—, capacidad para sacar chistes tanto de las rutinas en casa como de la calle y sus populares imitaciones de personajes como María Corina Machado, Shirley Varnagy o Sascha Fitness.
Su forma de ver la vida es a través del humor, de ahí que todo lo que hace lleva detrás su risa espontánea, desde las clases que da hasta sus recientes recorridos en Caracas preguntando a las personas qué tanta “doñitud” hay en sus vidas para promocionar Doña, su nuevo unipersonal que la llevará a Barquisimeto, Valencia, Maracaibo, Caracas, Lechería y Margarita.
Si en Mejor que la original, su stand up anterior, los temas que tocaba eran de variedades junto con sus imitaciones, ahora se trata de mostrar que la “doñitud” es una actitud ante la vida que está bien, que pasa por tener un cuidado diario de la piel a ser extrañamente rigurosos con el mercado o hablar con las plantas mientras se riegan.
Pero el show no se enfocará solo en jugar con la idea de la doña, también habrá otros temas de la vida diaria, concursos e interacciones. “Trataré un montón de temas que podrían tener relación o no con las doñas, puede ser la maternidad, la relación de pareja con mi esposo (el humorista Jorge Parra) o cosas como lo que significa vivir en Venezuela”.

La comediante apuesta por un humor que sirva para todo el mundo | Abraham Tovar
“Estoy ahorita en una nota de ver cosas positivas de vivir en Venezuela (se ríe). Una de esas es que ahora sé mucho de mecánica. Porque todos tenemos un carro viejísimo que hemos llevado muchas veces al taller y ahora soy experta en mecánica”, añadió la también periodista, que estrena Doñas este 25 de abril en La Pulpería de Barquisimeto.
Las siguientes fechas son 26 de abril en Escenario, Valencia; 27 de abril en VIVO, Maracaibo; 8 de mayo en el Trasnocho Cultural, Caracas; 9 de mayo en El Toque, Lechería, y 10 de mayo en Alambique, Margarita.
Con la comediante argentina Clara Ulrich, Otero, que pronto cumplirá 42 años de edad, también tiene pautado en Madrid, España, grabar toda una temporada y hacer una presentación en vivo del podcast Mal dormidas, que en su mayor parte se ha hecho a distancia porque viven en diferentes ciudades, pero tienen el proyecto de llevarlo a la presencialidad.
Hija de Miguel Henrique Otero, presidente editor de El Nacional, y de la gestora cultural Carmen Ramia, la humorista afirmó que quizás no le diría que no de inmediato a su padre si le planteara dirigir el periódico fundado por su abuelo Miguel Otero Silva y su bisabuelo Henrique Otero Vizcarrondo. Tampoco sabe si diría que sí. La respuesta va más por su condición de improvisadora: “Sí y…”, ese principio de la improvisación que significa decirle que sí a lo que un actor propone para, entonces, construir a partir de ahí algo nuevo.
“No sé si le diría que sí de una, pero se trataría de ver cómo hacemos, vamos a ver qué equipo armamos, quizás no le diría no de entrada. Pero también soy de las que piensa que no puedes hacer nada obligado. Uno tiene que elegir las cosas que le den satisfacción, más en un trabajo. A todo aquel que veo infeliz en el trabajo le digo que trate de buscar otro o que intente disfrutar el que tiene. Porque es a lo que dedicas más tiempo en la vida”.

Alejandra Otero cree que todos tienen algo de doña en su vida, en asuntos como el cuidado de la casa o las finanzas | Abraham Tovar
—Este es su segundo unipersonal, luego de Mejor que la original, que tuvo mucho éxito. ¿Cómo se prepara con Doña y qué diferencia ve con el anterior?
—Con Mejor que la original descubrí que me gusta mucho tener interacción con el público. Más allá del crowdworking —estrategia en la que se suma la participación del público con preguntas divertidas del humorista—, que está muy de moda entre los comediantes, quiero involucrar al público para que juegue conmigo en el escenario. Era algo que hacía en Mejor que la original, de alguna forma, cuando una persona elegía papelitos al azar las preguntas que escribía el público junto a un personaje al azar. Entonces de repente Valentina Quintero te podía dar un consejo de los que pedía el público, o te lo podía dar Sascha Fitness o María Corina Machado. Todos esos personajes estarán. Pero de otra forma. Quiero que la gente se involucre, que juegue conmigo, porque esas son de las cosas que más disfruto y me parece súper divertido.
—Algo que le caracteriza es que mantiene al público atento: habla con ellos, improvisa y no pierde el personaje.
—Me gusta ver cada función como una oportunidad para crear un show con el público. Desde el minuto uno les digo que son parte de mi vida personal. Son mis mejores amigos. Vinieron a ver mi show y quiero que se sientan en confianza. Que sientan que nadie los juzgará. Los invito a jugar conmigo. Más allá de pararme en una tarima y decir mis chistes, que, sí, siento que es el concepto del comediante de stand up, a mí me gusta que sea interactivo. Que sea un trabajo en equipo. Creo que eso me lo dio la impro. Desde que trabajé con Improvisto hace años la improvisación teatral me cambió la mentalidad y mi forma de ver la vida en todo sentido. Es una herramienta que siempre me acompaña.
—¿Sigue sintiendo nervios antes de subir al escenario?
—Creo que no existe un comediante que no sienta nervios antes de subirse a una tarima. Esos nervios son necesarios. Claro, de repente no son los nervios que sentía cuando empecé, que no eran nervios sino un pánico profundo (risas) de arrepentirte 10 segundos antes, pánico a sentirte mal físicamente. Te puedo enumerar la cantidad de comediantes a los que les da diarrea antes de cada función. Es un miedo muy fuerte que se te pasa una vez te subes a la tarima y te relajas. Ves que todo fluye. Pero ese pánico antes, en ciertos niveles, está. Creo que es la adrenalina que necesitas para que te vaya bien. Me preocuparía si me sintiera demasiado relajada. Cuando estás creando un show nuevo es más el miedo. Es algo completamente nuevo. Es la sensación de estar probando material constantemente. Cuando uno está probando chistes, porque a pesar de que uno sabe más o menos qué funcionará y qué no, el miedo siempre estará.
—¿Qué tal ha sido la receptividad de la gente en escenario y en la calle?
—Ha sido muy cómico con la “doñitud”. Esto de preguntarle cosas a la gente en la calle era algo que tenía rato queriendo hacer. Amo hablar con la gente. De hecho, es algo que extraño del periodismo: los periodistas están todo el tiempo entrevistando y conversando con los demás, entonces quería involucrar eso en mi carrera como humorista. Siento que ahí está la magia, ahí donde la gente te da su opinión, donde la gente juega contigo. No me gusta criticar o juzgar. Más bien vamos a divertirnos. Todos somos los mismos. Siento que todos somos doñas, vamos a abrazar esa realidad y a reírnos de lo que nos pasa a todos.

La gira cierra en Margarita el 10 de mayo | Cortesía
—¿Qué características tiene la “doñitud”?
—Sé que uno quizás asocia la palabra doña con una señora mayor súper elegante. Insisto, no tiene nada que ver con la edad, tal vez sí con la elegancia, pero no con la edad. Vivimos en una sociedad en la que estamos demasiado pendientes de los productos que usamos, estamos más pendientes de nuestro bienestar, de lo que comemos. En estos días conté que ahora no estoy comiendo gluten y lácteos, y dije, no, vale, llegué a un nivel de doña que ¡el “doñómetro” se disparó! Claro, puede verse como una moda, pero no, al final tiene que ver con que nos dimos cuenta del daño que nos estábamos haciendo con la alimentación. Me da risa porque son muchas manías que tiene la gente y no se da cuenta: la manera en que ordenas las cosas, el anotarlo todo, el clásico de que guardas las bolsas dentro de bolsas, reciclar los lazos de regalo para usarlos después o el clásico de ahorrar, eso es muy doña. Es decir, qué chévere que estés pensando en las finanzas de tu hogar, pero a veces hay casos en que pides una cosa online que costaba 2 dólares y para no pagar el delivery que cuesta 3 fuiste al centro a comprarlo y tardaste una hora llegando en el carro. Son esas incongruencias de la vida.
—¿Siempre se ha sentido doña?
—Me empecé a sentir doña cuando comencé a ser más meticulosa al momento de hacer mercado en mi casa. Realmente eso lo hacía más Jorge, mi esposo, yo no le paraba mucho. De repente descubrí el mercado de los gochos (todo el mundo tiene un mercado de gochos cerca, y si no lo has descubierto, no sabes de lo que te estás perdiendo). Sabemos que esa es la zona del país que tiene las mejores frutas, las mejores verduras. Entonces empecé a hacer mercado con mis amigas después de entrenar, todo muy doña, lo sé, y disfrutaba el hecho de escoger las cosas que iba a comprar para mi casa. Descubrí lo maniática que era cuando de repente le decía a Jorge que fuera al mercado y me traía unos duraznos todos podridos. Entonces le decía: “Pero, Jorge, ¿dónde está tu criterio para elegir un buen durazno? ¿Qué es este morado que tiene acá?”. Me empecé a indignar y, bueno, nada, soy una doña, y generé toda una cantidad de chistes al respecto.
—Algo que ha marcado su carrera son las imitaciones de personajes como María Corina Machado, Sascha Fitness, Osmel Sousa. ¿Hay figuras que haya querido imitar y hasta ahora no ha sido posible?
—Hay imitaciones que me han pedido que he tratado pero quizás no me he aplicado tanto. Algunas imitaciones cuesta mucho más hacerlas, es un trabajo súper actoral, de observación, de ver primero cómo habla esa persona, cómo gesticula, qué palabras dice. Tiene un montón de capas. Lo he hecho con un montón de personajes. Hay unos que se me dan mucho más fácil, como mi mamá, porque es la persona que he visto toda mi vida y es la primera imitación que hice. Ahora hablo como Carmen Ramia (la imita) y se me da con una facilidad impresionante. María Corina también se me da con facilidad porque la he imitado por demasiados años, la gente cree que empecé el año pasado porque lo logró y (la imita) no, querido, de toda la vida, desde que la derecha no estaba de moda. Me han pedido mucho Carla Angola, es un personaje que me ha costado. No lo tengo todavía. Lo primero que hago es encontrarle el timbre de voz al personaje, es lo que más fácil se me da. Después la voz me lleva a otra cosa. Cada personaje tiene un gesto. No puedo imitar a María Corina sin hacer esto (pone sus manos frente al pecho con fuerza). Por ejemplo, Valentina Quintero (la imita) tiene una energía muy particular y entonces todo lo dice así (con la voz aguda). Todos te llevan a algo físico, pero la voz siempre primero.

Una de las características de la «doñitud» es el amor a las plantas | Abraham Tovar
—¿Tienen pensado hacer otras presentaciones con Mal dormidas, además de la de España? Es un podcast que tuvo un impacto importante en la gente por los temas que tocaron y la manera en que los abordaron.
—Mal dormidas, como nosotras (Alejandra Otero y Clara Ulrich) le decimos, es nuestro proyecto de la felicidad. Se convirtió hasta en una terapia. No solo para nosotras sino para la gente. Porque es un podcast de humor en el que somos dos amigas hablando de la vida, te ríes de nosotras, pero es un espacio para lidiar con cualquier emoción, entonces a veces terminamos llorando recordando a nuestras abuelas, nuestras mamás. La gente se conecta mucho porque es muy de verdad. Es un proyecto espectacular que queremos que crezca más. Clara vive en Miami y yo acá, entonces ha sido complicado llevar el proyecto a algo presencial, porque tenemos casi dos años grabando a distancia. Nuestro proyecto este año era hacerlo presencial, nos costará un poco, pero bueno, ya sabemos que en junio nos vamos a reunir en Madrid, vamos a grabar toda una temporada allá y vamos a hacer un show en vivo. La idea es que mientras resolvemos la situación y que Clara se mude a Venezuela (dice en broma, riéndose), vamos a ir resolviendo en otras ciudades eso que queremos.
—Esa distancia ha influido en que no graben con la regularidad de antes.
—Sí, no estamos grabando con mucha regularidad porque decidimos que quizás ese formato que pudimos sostener todo este tiempo nos estaba costando un poco. El tema del delay, el tema de que no es lo mismo cuando estamos juntas. Logramos tantas veces grabar juntas que dijimos ya, ahora solo queremos hacer esto, y claro, no es fácil pero estamos seguras de que el producto será mucho mejor si lo hacemos así, ese es el plan este año.
—¿Se esperaban la receptividad que ha tenido Mal dormidas?
—La verdad no me esperaba para nada que íbamos a conectar así, porque siempre fue un proyecto que empezamos a hacer desde la distancia. Ni siquiera nos conocíamos en persona Clara y yo. Nosotras nos conocimos e hicimos amigas por WhatsApp en la pandemia. Conectamos demasiado desde ahí y ambas coincidimos en su segundo embarazo. Siento que no hay nada que una más a dos mujeres que un embarazo. Estábamos todo el día enviándonos notas de voz larguísimas de todo lo que nos pasaba. Nos moríamos de la risa. Hasta que en algún momento dijimos por qué no hacemos un podcast. Lo que pudo haber sido un riesgo gigante porque no nos conocíamos, no sabíamos cómo seríamos juntas en un podcast, funcionó de manera increíble. Todo fluyó demasiado. Conectamos desde el día uno, empezamos a crecer en comunidad y llevamos todo esto con el humor, pero más allá de eso son un montón de cosas que nos unen. Creo que llegamos a un montón de generaciones porque es un proyecto muy auténtico, donde cada una se muestra como es, cada una muestra su vivencia, su manera de vivir, sin importar lo que piensen los demás. Ahí está la magia también.
—Y tenía la experiencia previa de Vamos pelo a pelo
—Sí, el proyecto que hice con Jorge en pandemia. El podcast de nosotros dos. Ahorita de hecho estamos maquinando otro proyecto juntos. No es un podcast, pero estamos ya creando algo nuestro. El formato podcast me encanta, porque a diferencia del resto de las redes sociales, donde todo es inmediato, aquí puedes desarrollar. Puedes hablar de lo que te dé la gana, y claro, profundizas, algo que me hacía falta, algo que de repente en un show de stand up también puedes hacer en una hora. Pero las redes, que es lo que más hago en realidad, son muy inmediatas, muy del chiste que te haga reír y ya. Está chévere, me encanta, pero el otro formato te da otra cosa.
—Muchos años haciendo comedia e improvisaciones después de haber pasado por el periodismo. Ahora es mamá, esposa: ¿eso lo ha incorporado a su trabajo o ha influido en él de alguna forma?
—Uno desarrolla su material dependiendo de las cosas que vive. Me pasó cuando tuve a mi primera hija, Paulina, que sentía que estaba hablando mucho del tema de la maternidad en mis redes sociales. Y mi hermana Ana Isabel me dijo “bueno, es lo que estás viviendo, después vendrá otra cosa y contarás esas”. Creo que uno tiene que ser muy honesto con lo que está pasando y aprovecharlo. Me acuerdo que el profesor Briceño, cuando quedé embarazada, me dijo que me preparara para el material que tendría. Pero claro, estoy todos los días con mis hijos y me dan demasiado material, la vida en pareja también. Quizás antes buscaba, al principio, más chistes sobre cosas que me pasaban, que observaba en otros o de mi alrededor, del país, cosas más externas. Últimamente creo más material y escribo sobre cosas que están pasando en mi vida personal. Me gusta hablar de eso porque hay mucha verdad allí.
—¿Y tener hijos la lleva a cuidar lo que dice en el escenario?
—No, no. Trato de conectar con quien sea. Si es un show en el que me van a ver a mí específicamente, ya saben por dónde voy. Cuando me toca hacer funciones para empresas sí trato de medir un poco al público. Si hay mujeres probablemente habrá muchas mamás, entonces me voy por ahí. Pero si hay muchos jóvenes, o muchos hombres, no toco de repente tanto el tema de la maternidad, me voy por otros. Es importante tener diversidad en ese sentido como comediante y poder hablar de distintos temas. Eso es importante sobre todo si quieres que tu comedia llegue a otros públicos, si quieres ser más universal, pero cuando es mi público el que me va a ver, me relajo y digo ay, ya ustedes me conocen, y si no me conocen juego con eso.

Otero también es conocida por sus imitaciones a personajes como María Corina Machado, Shirley Varnagy o Sascha Fitness | Cortesía
—¿Cómo es ser comediante en Venezuela y a la vez ser hija de un exiliado político?
—Es duro, sobre todo cuando me toca hacer funciones fuera del país. Creo que me pongo a llorar en todas las funciones, te lo juro. Porque además veo lo que la gente vive. Para la mayoría no ha sido fácil. Estar en un país donde no quieres estar, donde te ha tocado difícil, has tenido que reinventarte, cambiar de carrera. Creo que esta es la primera vez que estreno un show en una gira en mi país. Y además la primera función es en Barquisimeto. Nunca había hecho eso. Pero después de hablarlo con mi productor, lo pensé y qué bonito estrenar un show en mi país, en ciudades donde sé que no la están pasando bien. Donde sé que lo necesitan. Eso también es un regalo para ellos. Es encontrarme con un público que tengo rato sin ver. Quizás hace dos años fue que giré por Venezuela, con Degenerados, el show que tenía con Emilio Lovera, Briceño, Carluis, y ese público del interior siempre es muy agradecido y espectacular. Amo hacer funciones en el país entero. Cuando me toca viajar fuera de Venezuela es otro público, son distintas realidades. Quizás tampoco la están pasando bien, pero conecto con ese venezolano que tiene familia en otro país, que al final son todos los venezolanos. Mi papá está en España y no puede venir a Venezuela. Eso es durísimo. No puede ver crecer a mis hijos. Los ha visto una vez en su vida. Creo que el humor nos conecta a todos de alguna manera. No sabes la cantidad de veces en que he salido de funciones de Madrid, o incluso Bruselas, donde me presenté una vez, y me han dado un abrazo y me dicen “gracias por traerme un pedacito de mi país”.
—¿Se puede vivir en Venezuela de la comedia tomando en cuenta el deterioro de espacios y la censura?
—Sí, se puede vivir del humor en Venezuela. Mi esposo y yo vivimos del humor desde hace 13 o 15 años. Claro, me encantaría decir que vivo de hacer shows. Pero tengo que tener otros ingresos más allá de los teatros o los bares, porque lamentablemente no hay tanta movida en ese sentido acá. Agradezco que he trabajado siempre en las redes y genero un montón de contenido por ahí. Trabajo con marcas, damos talleres para empresas, formamos gente que necesita comunicar a nivel de conferencia. Hay un montón de cosas que puedes hacer desde el humor, que a mí me llena mucho porque lo vivo como filosofía de vida. Es mi forma de ver la vida. Lo que sea que haga tendrá al humor ahí, así como la improvisación o el stand up. Tienes que trabajar bastante, de hecho, quisiera trabajar más de lo que puedo en este momento porque además tener dos niños chiquitos es complicado. Pero siento que siempre se puede, es un trabajo difícil pero que te da mucha satisfacción.

Alejandra Otero junto a su gata | Abraham Tovar
—¿Después del 28 de julio siente que debe cuidar más los temas que toca?
—Sin duda la censura y la autocensura son reales. Obviamente eso se acentuó en los últimos meses. Es algo que he visto hace muchos años y que, por más que se ha acentuado, como comediante, como humorista, siempre se pueden decir las cosas de otra forma. Siento que desde hace muchos años no se hace humor político. Pero creo que tiene que ver con lo que estamos viviendo como sociedad y creo que, sí, muchas veces es incómodo, o trabajas con marcas que también te censuran, los eventos empresariales ni hablar; pero bueno, uno aprende a vivir con eso y a decir las cosas de otra forma, a conectar con otro tipo de material y saber que al final todos estamos en lo mismo y todos estamos juntos. Creo que es una realidad que está ahí y que es importante no dejar de hacer el trabajo.
—¿En algún momento ha sentido que el peso de Otero, su apellido paterno, ha condicionado su manera de hacer humor?
—Ese apellido me pesaba más en el periodismo. Era un peso que me ponía yo al pensar oye, esta gente lo hizo muy bien, ahora tengo que dar la talla. Con el humor uno se conecta con la esencia de las personas y el ser vulnerable es algo que aprovechas a tu favor. Cuando uno va a hacer stand up siento que lo que más ayuda es que no te importe lo que van a decir, que cualquier cosa la puedes usar a tu favor. Tú mismo te vas a criticar a ti mismo. Qué importa que te critiquen si ya lo estás haciendo. Eso te da un súper poder, un súper poder que debería tener todo el mundo. Por eso yo siempre a todo el mundo le recomiendo tomar una clase o taller de impro, de humor, stand up, lo que sea. Te ayudan a sacarte un montón de preconceptos o predisposiciones ante la vida que hace que empieces a pararle menos a las cosas sin importancia. Y te ayudan a ser tú, que al final es la clave de todo: la autenticidad. Lo que eres, lo que te define, tu entorno: aprovéchalo a tu favor y juega con eso.
—Si en el futuro Miguel Henrique Otero, su padre, le pidiera hacerse cargo de El Nacional, ¿lo haría tomando en cuenta que es la única periodista de la familia?
—Yo le diría a mi papá: “¡eso lo tenías que haber dicho hace 15 años! (ríe)”. Ahorita está un poco complicado. Pero bueno, como buena improvisadora yo soy del sí y… Entonces, no sé si le diría que sí de una, pero se trataría de ver cómo hacemos, vamos a ver qué equipo armamos, quizás no le diría no de entrada. Pero también soy de las que piensa que no puedes hacer nada obligado. Uno tiene que elegir las cosas que le den satisfacción, más en un trabajo. A todo aquel que veo infeliz en el trabajo le digo que trate de buscar otro o que intente disfrutar el que tiene. Porque es a lo que dedicas más tiempo en la vida. No puedes estar infeliz no solo con el trabajo, también en una relación de pareja, un país. Yo encontré mi felicidad aquí. Pero es algo muy personal. Y creo que en todo uno tiene que buscar el disfrute.
—Oswaldo Graziani, en una entrevista con El Nacional, nos dijo que la comedia venezolana vive su mejor momento. Vemos excelentes comediantes fuera, pero también acá con usted, Manuel Silva o Carluis, entre otros. ¿Cuál es su visión del humor venezolano hoy día?
—El humor venezolano ha crecido demasiado. Y sin duda la diáspora es una razón. Son comediantes a los que les tocó vivir en otros países que no eran los suyos. Les tocó trabajar el triple. Probablemente para volver a encontrarse como comediantes en esos lugares y conectar con la comedia local, como quizás le pasó a Nanutria en Argentina. Por eso también caló en ese público. Hay otros comediantes que conectan con los venezolanos en el mundo. Pero tuvieron que reinventarse y lidiar con todo lo que implica migrar, que es rudísimo a nivel emocional, económico, todo. Por eso han crecido tanto. Sin duda los que seguimos acá tuvimos que lidiar con lo que todos ya conocen. Eso nos ha dado más fuerza para reinventarnos también. Es una realidad muy dura que le ha tocado a cualquier venezolano. Por eso todos hemos crecido como profesionales. Nos ha tocado lidiar con muchas cosas duras y al final el comediante vive de hacer humor con sus tragedias.
—¿Siente que ha habido un aumento de la presencia de mujeres en el humor nacional, tomando en cuenta que es un universo muy masculinizado? ¿Le ha costado, como mujer, labrarse su propio espacio?
—El mundo del humor sigue siendo muy masculino, en Venezuela y en el mundo. Es algo universal. Sigue siendo así, quizás cada vez menos. Es un mundo no necesariamente cómodo para las mujeres. Desde el principio yo tuve que lidiar con muchas cosas, porque quizás hay una predisposición con nosotras. Eso está ahí. Mi humor siempre ha sido un humor no necesariamente negro o transgresor, es más bien blanco, que sirve para todo el mundo. Es sano. Con el humor siempre alguien se va a ofender, es inevitable. Pero en el humor que trabajo cualquier persona puede conectar. Al principio quizás viví la crítica y creo que ahí está la clave de lo que dije hace rato: autenticidad. Uno en todo debería ser auténtico. Con el humor es demasiado importante porque tienes que ser tú siempre. Si intentas ser como otro comediante que es súper cool y tratas de hacer el humor que está de moda porque es cool, si eso no va contigo, no vas a conectar. Uno tiene que hacer humor con lo que genuinamente le da risa y trabajar muchísimo.
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