Las elecciones en Estados Unidos han generado muchas expectativas, especialmente para Venezuela, aunque el tema apareció solo ocasionalmente y no constituyó uno de los asuntos centrales como habríamos esperado.
Por su parte, los expertos han señalado que lo que ocurra inmediatamente después de los resultados, estará marcado más por el desajuste y el disgusto entre los seguidores del candidato que pierda, que por los asuntos que debieron estar en el fondo del debate.
En particular han señalado que si la candidata demócrata Kamala Harris gana, se espera que Donald Trump y sus seguidores no acepten los resultados, lo que probablemente conducirá a protestas, como ocurrió en las elecciones pasadas, aumentadas por el inevitable retraso en la publicación de los resultados en los estados claves, como Pensilvania, en los que la normativa posterga varios días el anuncio de los resultados del voto anticipado, el cual alcanza ya unos 40 millones, hasta después de conocerse los resultados del voto presencial.
Tomemos en cuenta que existe una fuerte polarización en unas elecciones muy reñidas, con posiciones ideológicas totalmente opuestas, que han complicado la campaña y complicarán, aún más, la percepción sobre los resultados y el escenario político, para cualquiera que gane. No olvidemos que el sistema electoral permite que el ganador no sea necesariamente el que obtuvo más votos populares.
Sin un favorito claro entre Harris y Trump, y con las encuestas manejando cifras de un frágil equilibrio, las elecciones pueden decidirse, una vez más, por un puñado de votos y por los de la comunidad hispana que representa el quince por ciento del electorado.
Más de 36 millones de hispanos, de los 65 millones que viven en Estados Unidos, están habilitados para participar en estas presidenciales. Son el grupo racial y étnico con mayor crecimiento desde las últimas elecciones, siendo así que cada año alrededor de 1,4 millones de hispanos obtienen el derecho a votar.
Se trata de un grupo de votantes muy disputado, al igual que muy heterogéneo, que se concentran principalmente en los estados de California, Texas, Nevada, Florida, Nueva York, Pensilvania y Arizona, si bien es en Nuevo México donde se alcanza el mayor porcentaje de electores latinos, con el 45 por ciento.
Tradicionalmente, los ciudadanos de origen latino han votado sobre todo al Partido Demócrata, aunque en los últimos años se han reducido esas distancias y el expresidente Trump ganó terreno en 2020 en esa parte del electorado.
Estamos, pues, en un escenario de posiciones ideológicas extremas; además, cuando la vulgaridad, la xenofobia y el racismo se convierten en materia de convocatoria y en estilo dominante, significa que se perdió la decencia básica, el escenario de la política de respetos básicos de inclusión, tolerancia y reconocimiento de las diferencias. Eso caracterizó la campaña electoral.
Respecto a Venezuela, aunque ambos candidatos representan visiones y estilos de liderazgo diferentes, podría decirse que sus posiciones coinciden en lo fundamental: reinsertar al país en la órbita estadounidense: «América para los americanos».
El interés de Estados Unidos en Venezuela es evidente y responde a factores geopolíticos, estratégicos y económicos, particularmente por su ubicación geográfica, sus vinculaciones geopolíticas y su inmensa riqueza petrolera, minera y de otros recursos naturales.
Este interés choca con los intereses del régimen venezolano, lo que ha generado no solo fricciones, sino tensiones considerables.
Los comentarios de Trump sobre Venezuela se refirieron principalmente a la presencia de criminales en los Estados Unidos, al respecto dijo repetidas veces que el régimen «vacía las cárceles para que vengan aquí», pero también ha dicho que «las elecciones no fueron libres ni justas» y que a Nicolas Maduro le llegó su hora.
Pero las señales son ambiguas. Por un lado, figuras cercanas a Trump como Elon Musk y Erik Prince apuntan que Trump podría regresar con una política aún más dura que antes, con mayores sanciones, operaciones encubiertas o incluso un bloqueo militar. Pero, por otro lado, la frustración de Trump con la oposición venezolana, a la que ve como un grupo de «perdedores», podría llevarlo en otra dirección. Su visión política se basa en la valoración del poder duro y considera a Maduro un «hombre fuerte», algo que respeta en sus adversarios, como ocurre también en el caso de Vladimir Putin.
Kamala Harris, por su parte, aunque más predecible en cuanto a la continuidad de las políticas de la Administración Biden, también enfrenta el dilema de cómo abordar la cuestión venezolana.
Bajo su mandato, es probable que mantenga la actual política de sanciones, pero también podría optar por una mayor flexibilidad, impulsada por la necesidad de petróleo debido a la guerra en Ucrania y los conflictos en Gaza y el Líbano.
Un conflicto militar, esta vez en el continente americano, no sería de la conveniencia de Washington. Por ahora, Harris ha declarado que «no usaría las fuerzas armadas para obligar a Maduro a entregar el poder».
Un segundo mandato de Trump está lleno de incertidumbres. Aunque su historial sugiere que volvería a una posición beligerante, el expresidente es también un negociador y podría llegar a acuerdos si esto sirve a sus intereses.
Harris, por otro lado, probablemente mantendrá la estrategia de presionar a Venezuela mediante sanciones graduales y el apoyo a la oposición.
Artículo publicado en el diario El Debate de España
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!