El expresidente Ramón J Velásquez ante todo historiador, novelista, nos entregó en 1999 una de sus muy variadas obras selectas como es Conversaciones imaginarias con Juan Vicente Gómez, género poco conocido en la literatura criolla, inspirado en las conversaciones ficticias de Walter Savage Landor, escritor de diálogos inventados de la más diversa índole. Traemos a colación este género por un tema que durante los próximos cuatro o cinco años ocupara nuestra agenda internacional; Un Juicio imaginario en la Haya, si Gran Bretaña sigue imponiendo su voluntad por la reclamación del Esequibo.
El juicio que se llevara ante la Corte Internacional de Justicia, representa uno de los eventos más determinantes a futuro en nuestra política exterior y nuestras relaciones internacionales por su transcendencia en la geopolítica del Caribe y petrolera.
La reclamación del Esequibo a la luz del derecho internacional es un caso propio de las apetencias territoriales e imperiales de la Albión de los siglos XVIII y XIX. El despojo de los territorios del Esequibo no son solo de los 159.000 km2, Es una cuestión de soberanía, seguridad nacional e integridad territorial. Con el despojo de 1899, se conjugaron los intereses de Inglaterra, Rusia y Estados Unidos en contra de una nación recién independizada, destruida por una guerra federal fratricida; imposibilitada, política, económica y militarmente para defenderse ante una conspiración fraguada desde el Foreign Office.
El tema del Esequibo va más allá de los 159.000 km2; representa una amenaza a nuestra integridad territorial, en caso de ser despojados de nuestros territorios originarios, si la Corte Internacional de Justicia (CIJ) se pronuncia a favor de la ex colonia británica; amenaza la soberanía, entendida esta como la capacidad o derecho de un Estado de regir las directrices políticas, administrativas y económicas en el territorio en reclamación y de Seguridad Nacional al quedar limitada nuestra libre salida al atlántico norte.
Cuando el generalísimo Francisco de Miranda en 1812 perdió la Primera República existía la esperanza de que Simón Bolívar un día nos independizara de la España colonialista; seríamos libres y soberanos. Años después, se produce los ominosos bloqueos europeos: el primero como consecuencia de la caída de general Monagas, Francia e Inglaterra con el apoyo del cuerpo diplomático, forzaron al ministro de Relaciones Exteriores Wenceslao Urrutia a firmar un humillante protocolo el 26 marzo de 1838, mediante el cual se autorizaba a la potencias extranjeras a intervenir en los asuntos internos. En este arreglo se le exigió al gobierno de Julián Castro no someter al general Monagas a juicio, respetar sus bienes y otorgar un pasaporte y salvo conducto para la salir del país a él y su familia.
El teniente coronel coronel Pérez Arcay, en un análisis retrospectivo considero que la patria por carecer de fuerzas disuasivas en aquellos momentos tuvo que saborear la amarga pena del escarnio que ensombreció su diáfana historia. En una primera oportunidad, la Francia que rinde homenaje a uno de sus insignes generales; al hijo de la panadera, al generalísimo Francisco de Miranda, a quien honra eternamente en el altar de sus héroes, el Arco de Triunfo en los Campos Elíseos, junto a Inglaterra, la cual con sus ejércitos contribuyo a nuestra independencia en Carabobo, abusaron con su poderío militar para intervenir en nuestros asuntos domésticos. En una segunda oportunidad, el Albion de los antiguos romanos, en comandita con el Imperio alemán y el Reino de Italia conformaron una Santa Alianza para bloquear nuestras costas y aduanas a finales de 1902 y principios de 1903, por el cobro de deudas generadas durante el siglo XIX. Esta última intervención inglesa dio origen a dos doctrinas en el Derecho Internacional: La Doctrina Monroe y el corolario Roosevelt, una sustancial variación (llamada “enmienda”) por parte del presidente de Estados Unidos, la cual advertía a las potencias extra continentales que Estados Unidos actuaría a fin de evitar cualquier intervención, esencialmente de los países europeos. La otra doctrina fue la Doctrina Drago, hoy en plena vigencia, al establecer que ningún Estado puede utilizar la fuerza contra una nación americana con la finalidad de cobrar una deuda financiera.
Ahora en los albores del siglo XXI se cierne sobre la patria que nos dejó de Bolívar, una nueva amenaza producto del colonialismo británico: dos siglos antes, el Libertador ante las continuas invasiones de colonos ingleses al territorio venezolano en 1822, se vio en la obligación de protestar, e instruir a su Ministro en Londres, doctor José Rafael Revenga, a presentar una denuncia ante las autoridades británicas en los siguientes términos: «Los colonos de Demerara y Berbice tienen usurpada una gran porción de tierra que según los últimos tratados entre España y Holanda nos pertenece del lado del río Esequibo. Termina diciendo el diplomático venezolano Es absolutamente indispensable que dichos colonos o se pongan bajo jurisdicción y obediencia de nuestras leyes, o se retiren a sus antiguas posesiones«.
En esta oportunidad, nos amenaza un nuevo conflicto centenario, producto de la “terrofagia” de la época victoriana (20 jun 1837 – 22 ene 1901), con secuelas en Gibraltar (1713), Hong Kong (1841), Belice (1862), las Malvinas (1833), Palestina (1920), y el ominoso Laudo Arbitral de 1899, producto de las alianzas imperiales de Inglaterra y Rusia por el Esequibo con el resultado conocido, reproducido nuevamente con la demanda introducida por la República Cooperativa de Guyana ante la Corte Internacional de Justicia.
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