
Foto: EFE/EPA/SHAWN THEW
La adopción masiva de aranceles para las importaciones procedentes de todos los rincones del planeta anunciada el miércoles por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se hace sentir mucho más allá de la frontera de ese país. Parce inevitable una guerra comercial, en medio de un desajuste económico mundial que predice, según el FMI, un crecimiento dispar e incierto. Lo cierto es que hemos estado viviendo una revolución sin darnos cuenta, sus expresiones las hemos ido incorporando en nuestras vidas de una forma natural, incluso, con amplia satisfacción. Ha cambiado nuestros hábitos, nuestras maneras de relacionarnos, de conocer o informarnos. Aún ni percibimos los inmensos y profundos cambios que ocurren en la economía, en las finanzas, en la producción, en la educación, en el trabajo. Todos han llegado en forma imprevista.
No hay duda que se está produciendo un intenso impacto en las relaciones sociales, especialmente, en el trabajo y en el capital. Estos cambios impulsarán notables innovaciones en el campo económico y político. De la multitud de diversos retos de hoy en día, lo más intenso e importante es cómo entender y dar forma a la nueva revolución tecnológica, que supone nada menos que una transformación de la humanidad. Voy a insistir que estos cambios llamados por Klaus Schwab “La IV Revolución Industrial” o “Revolución microelectrónica” como los ha calificado Fernando Mires, no deben ser examinados como simple progreso de la ciencia y la tecnología, estos responden a una racionalidad económica. Las revoluciones anteriores han causado muchos muertos porque se impusieron a la fuerza, hoy no, es aceptado como avance, pero, igual producirán muchas muertes y catástrofes sociales.
En la economía de libre empresa existen dos racionalidades enfrentadas. Por un lado, los propietarios de los medios de producción y tecnología buscan mejorar sus sistemas de producción y hacer sucumbir al rival, y en la producción persiguen producir más al menor costo y ganar más; por su parte, el trabajador busca mejor salario y trabajar menos o menor esfuerzo. Aunque parezca contradictorio ambos se unen en esa tarea. El trabajador busca herramientas que minimicen su esfuerzo, por su parte, el empresario buscará que esa herramienta produzca más y minimice los costos. Precisamente, esas nuevas herramientas requerirán mano de obra más calificada y menos mano de obra ordinaria. Esto produce cambios significativos en la composición del capital, pues, habrá más inversión en medios de producción de nueva generación (robótica e IA), menos en mano de obra, los primeros desplazan la presencia o necesidad de trabajadores. El problema no es exclusivo de la fábrica, sino que habrá una alteración de la composición global del capital, se intensificará el capital fijo tecnológico.
¿Qué tiene que ver esto con el castrocomunismo? Creo que debemos revisar los antecedentes de lo sucedido a estas ideologías, la URSS se derrumbó cuando su industria pesada, a imagen del fordismo, no podía competir con la industria capitalista automatizada y fuerte componente microelectrónico, para sobrevivir tenía que abrirse a una forma de organización socio-económico que implicaba cambios políticos. La China ya había entendido esto y estaba en plena apertura. Ya la ideología comunista había muerto.
No obstante, debemos señalar que Castro para mantener sobreviviendo su dictadura enganchó a seudomarxistas latinoamericanos con el cuento de que había que revivir el socialismo y planteó el tal socialismo del siglo XXI. Chávez agrupó a su alrededor muchos personajes resentidos, llenos de odio, oportunistas y con afán de riqueza fácil. Estos personajes no se enteraron por qué el comunismo había colapsado y repitieron las viejas recetas, ocasionando el colapso de la economía venezolana.
En los actuales momentos vemos que los precios del petróleo están en caída. Esto supone que Venezuela percibirá menos dólares, súmese las sanciones de Trump. Los efectos económicos serán intensos, obviamente, sufrirá más la población, se agudizará la pobreza, mermará notablemente la inversión pública con impacto negativo en los servicios. Este colapso no es solo por las medidas, sino por la terquedad de la pandilla gobernante de dar apertura democrática y brindar confianza para la inversión. Evidentemente, la pandilla tratará de sobrevivir con el tráfico de drogas y la explotación ilegal del oro.
El pueblo venezolano ya decidió salir de la pandilla cívico-militar y de la ideología del fracaso. Sabe el pueblo venezolano que su salida no es evadir de la realidad nacional y buscar nueva vida en el exterior, allí se están cerrando las puertas, cada vez es más difícil refugiarse en otro país. Si bien la dictadura, por la fuerza, le robó su decisión democrática, el pueblo está dispuesto a deponerlo y encontrará la forma de salir de la pesadilla. No hay duda de que Maduro caerá más temprano que tarde, al igual que se hundirán las tiranías de Díaz-Canel y Ortega, en los actuales desbarajustes de la economía mundial.