Vivió una infancia compleja, entre el desprecio y la incomprensión. Su belleza le abrió las puertas de Hollywood pero no de la felicidad. Los momentos que marcaron a la gran sex symbol de los ‘80, que a sus 70 años parece acercarse a la plenitud
No hay manera que cada vez que se escucha la canción “You Can Leave Your Hat On” no se simule un striptease. Pruébelo o recuérdelo el lector. En cualquier fiesta con karaoke, en cumpleaños y eventos apenas suena el tema popularizado por Joe Cocker, alguno o alguna intenta bailar sensualmente -con mayor o menor nivel de habilidad o ridiculez-. Y esto se debe la película Nueve semanas y media que en 1986, mostró a una sensual Kim Basinger en un baile caliente con Mickey Rourke como espectador. Lo que pocos sabían es que esa rubia explosiva y sensual había tenido una infancia violenta y atravesado amores complejos. Y que tuvo una vida intensa y plena, con altos y bajos, y algunos hechos que la marcaron como una de las grandes figuras de Hollywood de las últimas décadas.
Por Infobae
Don y Ann, sus padres se casaron muy jóvenes y tuvieron cinco hijos más dos adoptados. Lo que parecía un proyecto de familia ideal no lo era. Ann había sido una bella modelo y experta nadadora que formó parte en los ballets acuáticos de varios filmes de Esther Williams, la sirena de Hollywood y dejó todo -más por mandato que por elección- para cuidar a sus hijos. Don, que participó en el desembarco de Normandía en la Segunda Guerra Mundial, para mantener la economía de la casa abandonó sus sueños de ganarse la vida como trompetista y pianista de jazz por un puesto de empleado bancario.
Aferrado a la religión metodista, le dio a sus hijos una estricta formación basada más en el temor que en el amor a Dios. La frustración del hombre se transformaba en violencia. “Mi padre me propinaba tremendos sopapos en público. Quería que me comportara como un soldadito. Me dejaba la cara marcada si me rebelaba. Por orgullo, aunque se me saltaran las lágrimas me mantenía impasible. Eso lo enojaba más. La pasé muy mal de niña. No era la favorita de papá ni la confidente de mamá”, contaría Kim sobre aquellos días.
Tercera de sus hermanos, en su casa era muy histriónica, solía bailar, cantar y tocar el piano, pero también se encerraba horas y horas en su cuarto hasta que alguno de sus hermanos subía a comprobar si estaba viva. Fuera de su casa experimentaba una timidez casi patológica. La primera vez que actuó en un acto escolar se desmayó. El colapso fue tan grande que terminó en una ambulancia y con la prohibición de leer en público.
Como solía quedarse callada y no participaba en clase, las autoridades escolares pensaron que tenía problemas cognitivos y la pusieron en un curso con alumnos con dificultades de aprendizaje. Sus padres no la entendieron. “Siempre fui la loca de mi familia, la rebelde, la insatisfecha, la oveja negra, alguien a la que no era posible comprender. La mancha de tinta en un mantel finísimo, primorosamente bordado y duro de almidón. Cuando triunfé, empezaron a aceptarme. Y yo los perdoné. Sin rencores”.
Modelo por necesidad, actriz por vocación
En la adolescencia, Kim descubrió que era bella y seductora pero seguía tan reservada que la llamaban “señorita intocable”. Esa mezcla de ángel diabólico que luego enloquecería a Hollywood comenzó a despuntar la vez que se presentó al concurso de talentos de su escuela. Realizó un striptease al ritmo de “The game of love”. Sus compañeros la ovacionaron y las autoridades de la escuela la expulsaron.
Su belleza era tan evidente que ese mismo padre que la abofeteaba en público le apostó para que se presentara a un concurso de belleza. Ella lo hizo solo por ganar el desafío y se coronó como Miss Athens Juvenil, luego de sorprender a todos cantando “Wouldn’t It Be Lovely”, del musical My Fair Lady. “Dudaban que hablara y mucho más que supiera cantar”, recordaría orgullosa.
Mickey Rourke y Kim Basinger en Nueve Samanas y Media, un clásico del cine erótico que encendió a varias generaciones (Photo by Sunset Boulevard/Corbis via Getty Images)
Decidió dejar Georgia para presentarse al título de Miss Estados Unidos en la Gran Manzana. Sabía que en el concurso le preguntarían cuáles eran las dos personas que más deseaba conocer y como no se le ocurría quién, llamó a su padre para que le diera una sugerencia. “Pedí conocer al alcalde de Nueva York”, fue su astuta respuesta. Es que el padre sabía que el hombre era Eileen Ford que, además de su puesto público, era el dueño de la famosa agencia de modelos.
Apenas vio a esa rubia escultural de solo 17 años, Ford la contrató y Kim comenzó a ganar fortunas. Primero, se llevaba un promedio de mil dólares por día, después los cheques se acumulaban en su bolsillo y por un solo trabajo cobró 25 mil dólares. Lejos de pasarelas y fotógrafos, a la noche, la que se había convertido en una de las modelos más cotizadas se presentaba en los clubes bohemios del Greenwich Village para cantar camuflada bajo el pseudónimo de Chelsea.
Aunque ganaba fortunas detestaba su trabajo, tenía grandes altibajos anímicos y sentía que no encajaba en ese mundo. “Como modelo de ropa fui un fiasco, dura, antipática, tensa. Me ponía histérica al pensar que los hombres tenían sus ojos clavados en mis glúteos, que los clientes me desnudaban impunemente disfrazados de grandes señores, y que no podía hacer nada para impedirlo. Para colmo de males, debía sonreír”, recordaría. Luego de cinco años de trabajar como modelo confeccionó una lista de lo que deseaba lograr y eso era triunfar en Hollywood.
Apenas puso un pie en la Meca del Cine se dijo “Dios te dio un buen aspecto, úsalo”. Y vaya si lo usó. No había terminado de instalarse cuando consiguió un papel pequeño en la serie Los Ángeles de Charlie. A las semanas, la llamaron para convertirse en una chica Bond en la película Nunca digas nunca jamás con Sean Connery, y al mismo tiempo para posar para la revista Playboy. Sus amigos le vaticinaron que esas fotos le cerrarían las puertas de los estudios y que solo iban a ofrecerle subproductos de contenido erótico. Se equivocaron.
La escena del strip tease de 9 semanas y media es lo más recordado de una pelicula mediocre
Los estudios se fascinaron con esa mujer que exudaba una sensualidad descarada pero con una mezcla de vulnerabilidad poco frecuente. La convocaron para las mejores películas con los grandes galanes. Filmó con Burt Reynolds –Mis problemas con las mujeres-; con Robert Redford -El mejor- y con Richard Gere, –Atrapados sin salida-. Se coronó como símbolo sexual en la cinta pseudoerótica Nueve semanas y media, con Mickey Rourke. Y Los Ángeles al desnudo le dio su único Oscar.
Un matrimonio para el olvido y un romance fugaz con Prince
Su primer marido fue el maquillador Ron Snyder-Britton al que conoció en la película Hard Country. Un año después, en 1981, y pese a la diferencia de edad -él era 10 años mayor- se casaron e instalaron en una mansión en Georgia. Todo parecía ir bien, pero Kim fue diagnosticada con agorafobia y no salió de su casa por seis meses.
Los rumores aseguraban que él la tenía dominada y manipulaba su carrera a su antojo. Según la versión que él contaría en su libro Kim Basinger: Longer Than Forever, se trataba más bien de lo contrario: ella le pidió que se cambiase el apellido Snyder por Britton y lo coaccionó para que dejase de trabajar para que se dedicara a ella.
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