Cuando terminó el debate con Donald Trump, Joe Biden asumió que había perdido la contienda política y que debía aprovechar el tiempo hasta las elecciones del 5 de noviembre para recuperar la confianza del electorado independiente, los donantes y el aparato del partido Demócrata.
No quería repetir el destino de Lyndon B. Johnson -renunció a la reelección en 1968-, y se encerró en su círculo de confianza para trazar una estrategia de control de daños y diseñar una agenda que le permitiera vencer a Trump.
A Biden no le alcanzó su voluntad política y los años en Washington: batalló durante 24 días -desde el debate en Atlanta hasta hoy-, y al final resignó su candidatura presidencial.
El primer indicio de la caída política apareció en los medios más prestigiosos de Estados Unidos. El New York Times, Washington Post y Wall Street Journal plantearon en sus páginas que Biden debía dar un paso al costado. Esa posición editorial -rescatando su figura política- tiñó a todos los medios del país y estableció una corriente de opinión que no pudo aplacar la Casa Blanca.
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Aferrado a los conocidos manuales de la política, Biden concedió una entrevista con George Stephanopoulos, un exasesor de Bill Clinton que tiene un programa con alto rating en la cadena ABC. Stephanopoulos hizo todas las preguntas, y el presidente contestó como pudo. No hubo control de daños, y su imagen se deslizaba en todas las encuestas públicas y privadas.
Ya no se trataba de atenuar una mala noche en Atlanta frente a Trump. Ahora existía el peligro latente de perder los comicios presidenciales por la caída de los votos en distritos claves como Pensilvania, Michigan, Wisconsin y Georgia. Trump había logrado hacer una ola, y el partido demócrata perdía posiciones todos los días.
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