
“Por intermedio de Cristina conocí a su tía, quien, cuando me vio por primera vez, exclamó ¡por fin alguien se está ocupando de los catecismos políticos! En lo sucesivo, establecimos una relación que valoro mucho. En aquel momento me entregó la copia de un texto breve, escrito a mano por su esposo sobre los catecismos políticos, aunque lamentablemente el tiempo lo volvió ilegible”
Por NYDIA RUIZ
A mediados de los años noventa expuse en la Escuela de Antropología, donde era profesora, algunos resultados de mi trabajo sobre los “catecismos políticos”, unas obras poco estudiadas que habían capturado mi atención desde algunos años antes. Comencé la charla con la cita de un artículo de Manuel García-Pelayo titulado “La transfiguración del poder”:
El hombre ha tratado constantemente de eludir, de neutralizar o de sublimar el hecho radical y terrible de estar sometido a otro hombre. Mas, como no hay unidad política sin poder, como el poder implica una relación de mando y obediencia, y como el poder ha de ejercerse por el hombre, resulta, entonces, que hay que dar a ese hecho un sentido o una forma que lo transfigure, hasta hacerle perder su carácter de dominación interhumana.
Cristina Soriano, mi alumna en esos años, había asistido a la charla, y me dijo entonces que era sobrina de Graciela Soriano, la viuda de Manuel García-Pelayo. Por intermedio de Cristina conocí a su tía, quien, cuando me vio por primera vez, exclamó ¡por fin alguien se está ocupando de los catecismos políticos! En lo sucesivo, establecimos una relación que valoro mucho. En aquel momento me entregó la copia de un texto breve, escrito a mano por su esposo sobre los catecismos políticos, aunque lamentablemente el tiempo lo volvió ilegible porque el soporte era papel térmico.
Graciela, Chelita para sus familiares y amigos cercanos, me incorporó a un grupo de trabajo que produjo el número monográfico No. 20 de la Revista Politeia, del Instituto de Estudios Políticos de la UCV, El personalismo político hispanoamericano del siglo XIX y, posteriormente, me pidió escribir una ponencia para asistir con ella y un pequeño número de sus colaboradoras al Primer Congreso Europeo de Latinoamericanistas, en la Universidad de Salamanca. Pude conocer de cerca su preocupación metodológica y conceptual; de su obra aprecio especialmente el libro Venezuela 1810-1830. Aspectos desatendidos de dos décadas, donde reúne el rigor de la investigación con la audacia interpretativa. Quizás sus conceptos de “discronía” y “desarrollo discrónico” hayan recibido menos atención de la que merecen. Admiro su empeño por mantener vivo el legado intelectual de Manuel García-Pelayo a través de la publicación de su obra y el establecimiento de una fundación. Siguiendo ese camino, se convirtió en una importante editora.
Después nos mantuvimos siempre en contacto. Para aprender con ella asistí, informalmente, con su autorización, durante dos o tres semestres a los cursos que dictaba en el Doctorado de Estudios Políticos de la UCV. En algún momento me quiso incorporar al Directorio de la Fundación Manuel García-Pelayo, aunque poco después abandonó sus esfuerzos por recuperar esa fundación. Por último, un día cualquiera, me entregó los materiales con que preparaba sus seminarios para que me sirvieran como apoyo para la elaboración de mis propios cursos.
Sin que mediara relación formal alguna, puedo decir que tuve en Graciela Soriano una maestra. Le extiendo mi agradecimiento afectuoso.
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