La decisión tomada sobre la fecha de las elecciones presidenciales, revelan las artimañas de que se vale la oligarquía a la que nos enfrentamos. Fue escogida deliberadamente para dificultar la participación de las fuerzas democráticas. No sólo anticipa intempestivamente los comicios medio año –con lo que ello puede acarrear para una abigarrada relación de partidos y agrupaciones diversas que sólo ayer se descalificaban mutuamente y apenas ahora suman fuerzas tras una candidatura única–, sino que convierte en quimera la actualización del registro electoral y las posibilidades de viabilizar la votación de los millones de venezolanos que emigraron fuera. Encima, al mantener la tramposa inhabilitación sobre la candidatura de María Corina Machado, el fascismo bolivariano apuesta a que, con tan poco tiempo para solventar este impasse (hasta el 25 de marzo), provocará desencuentros entre fuerzas opositoras, precipitando la abstención masiva de quienes se sienten defraudados con la fórmula que resulte. Es la única carta que pudiese evitar su segura derrota. Ante eso, el mantra de “Hasta el Final” con que MCM identifica su campaña no puede sino entenderse como el compromiso indisoluble con la salida electoral.
Como enseñanza, recordemos la reacción de Maduro ante el triunfo contundente de las fuerzas democráticas en las elecciones parlamentarias de 2015. Cuando muchos dirigentes confiaban en que el control del legislativo les deparaba vías para salir de él, simplemente confiscó sus potestades y se convirtió, de hecho, en dictador. Respetar las instituciones y conservar apariencias democráticas en absoluto estuvo en la mente de Maduro. En eso se diferencia el fascismo de las dictaduras militares clásicas. Éstas justificaban sus atropellos con una narrativa en la que aparentaban defender los mismos preceptos democráticos que destruían: sin tutelaje militar, se perdería la república y la tranquilidad ciudadana, dada la irresponsabilidad de los políticos de turno y/o la amenaza de fuerzas subversivas.
El discurso chavo-madurista, al contrario, se arropa en desplantes “revolucionarios” para desechar, desde una auto adjudicada postura de supremacía moral, toda necesidad de justificar sus desmanes. Sin empacho alguno, cometen sus atropellos insultando a quienes les increpan de ello. No hay freno moral, ético, legal, ni humanitario para sus desenfrenos. Al carecer por completo de escrúpulos, tampoco experimentan sentido del ridículo, Así lo demuestra Torquemada Saab, al acusar al jefe del comando de campaña de MCM en el estado Barinas, detenido hace poco por el SEBIN, de formar parte de una operación “Brazalete Blanco” para asesinar a Maduro. La misma acusación inventada contra Rocío San Miguel. ¡Qué vergüenza! Ya son cuatro los miembros del comando de MCM presos arbitrariamente.
Pero, en las condiciones que enfrentan hoy, el amparo de la burbuja ideológica fascista le es de poca ayuda. La intimidación de su chantaje provocador (brinkmanship) es cada vez menos eficaz. Tantean hasta dónde pueden llegar con sus medidas represivas buscando no incitar reacciones que acentúen, aún más, la vulnerabilidad de su aislamiento, tanto en lo interno como internacional. Sus atropellos alimentan, ahora, la indignación y el compromiso con el cambio de los venezolanos. Y ello lo capitalizó la constancia de María Corina Machado predicando la necesidad del cambio. Con todo lo desventajoso que será competir con un calendario tan apretado y bajo la amenaza represiva de esbirros chavo-maduristas, las fuerzas democráticas tienen en ello una ventaja incontestable ante las de la reacción. Y es su manifiesta vocación de hacer valer su posición abrumadoramente mayoritaria en las elecciones. La fuerza (de los números y, por ende, de los votos) está con nosotros. Su eje, que muchos han tardado en reconocer, está en las esperanzas, afectos y motivaciones construidas en torno al liderazgo de MCM.
Por tanto, desviar los esfuerzos opositores a la consecución del candidato “idóneo” para sustituir a María Corina cuando se confirme, previsiblemente, su rechazo como candidata es contraproducente si ello debilita la fuerza. Los esfuerzos deben concentrarse en agrandar esa fuerza aún más. Significa volcarse, en estos momentos, a acompañar a la candidata en su campaña, en su recorrido por las poblaciones del país, contribuyendo a vigorizar los ánimos a favor del inevitable cambio. Es el momento de MCM y no se puede desaprovechar. En la medida en que ello se haga patente, más posibilidades habrá de comprometer los apoyos, incluyendo los de líderes democráticos de otros países, para revertir la tramposa inhabilitación. Aún sin lograrse, se habrán resentido las pretensiones electorales del chavo-madurismo. Se esperaría, además, que del calor de esas movilizaciones pueda emergiera, de una forma más aceptable y con el obligado reconocimiento de MCM, el sustituto que mejor calce en los desafíos que deberá superar el triunfo de la democracia. Porque de ocurrir en frío, no hay garantía de que pueda recogerse ese entusiasmo que ha despertado la campaña de María Corina. Pase lo que pase, ella deberá seguir siendo una referente central de los esfuerzos por cobrar la abrumadora ventaja que representa, en la voluntad popular, las ansias de sacarse de encima a quienes han causado la peor tragedia imaginable en Venezuela, sea como candidata o bajo otra figura de relieve. Mantener su liderazgo en torno a las tareas propuestas por la Gran Alianza Nacional (GANA) será imprescindible.
Mi inveterado optimismo me lleva a confiar en que, a la hora de las chiquitas, María Corina Machado estará a la altura del compromiso que ha construido en pro del triunfo electoral de la democracia. Cabe repetir que la responsabilidad de esto no corresponde sólo a ella. Será un compromiso de todos, en particular, del liderazgo opositor, en asumir las cargas que permitan cohesionar esa fuerza triunfadora.
Acrecentar la fuerza es también un imperativo si fijamos la mirada un poco más allá de la contienda electoral. Ya de por sí ganar ésta, aún con la abrumadora voluntad de cambio de los venezolanos, representa un formidable desafío, dado un “campo de juego” tan sesgado a favor del oficialismo. El hecho de cometer la estupidez de escoger al peor candidato posible, N. Maduro, si bien nos favorece, puede ser una señal de su disposición a patear la mesa, convencidos de que, por las buenas, no tienen vida. Pero, aún cumpliéndose las expectativas de un triunfo democrático, el(la) presidente electo(a), habrá de sortear una larga travesía en el desierto –cinco meses—antes de poder acceder a la jefatura de Estado. Fiel a su naturaleza, no caben dudas de que el fascismo chavo-madurista realizará todo lo que puedan para invalidar ese triunfo. De nuevo, hay que aprender de lo ocurrido con las parlamentarias de 2015. La diferencia se marcará a nuestro favor, solo si logramos forjar la unidad y coherencia de propósitos –la fuerza—que permita arrinconar sus ansias de retaliación. Y, todavía habrá que enfrentar, una vez asumida la presidencia, la potencialidad saboteadora que representa su control sobre la Asamblea Nacional, el poder judicial, el mando de la FAN, sobre numerosas gobernaciones y alcaldías, como sobre estamentos estratégicos del Estado como PdVSA, puertos y aeropuertos, amén de su capacidad de instrumentar acciones de bandas criminales a su favor.
Todo lo mencionado tendrá viabilidad si se conservan y fortalecen los canales de diálogo y negociación con el oficialismo, tanto en los meses que quedan para las elecciones, como posterior a éstas. Debe hacérsele entender que su proyecto autoritario y expoliador no tiene vida, por más que logren aferrarse al poder unos años más con base en la represión. Concertar un compromiso efectivo de gobiernos democráticos cercanos en la coordinación de condiciones favorables a una transición exitosa pacífica podrá ser decisivo. Asimismo, propuestas de solución a los gravísimos problemas que presenta el país, muchos de ellos incluidos en el programa de gobierno de MCM, deberán ser objeto de discusión y de búsqueda de apoyo entre estamentos del chavismo que quieren dejar atrás la noche oscura. Y, desde luego, no puede quedar fuera el espinoso problema de acordar los elementos de una justicia transicional que haga viable el cambio político, bajando los costos de salida de algunos jerarcas chavo-maduristas.
Ahora, como nunca antes, se presentan condiciones para que pueda concretarse una salida electoral. En ella, la figura de María Corina Machado ha mostrado ser una pieza central. Hemos aprendido, con mucho sufrimiento, que el lado oscuro no descansará en sus pretensiones de imponer el mal sobre nuestras existencias. Que la fuerza esté con nosotros para superar tan funesto desiderátum.
Humberto García Larralde, economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela, humgarl@gmail.com