La retardada condena por António Guterres, secretario de la ONU, del acto de agresión – más de 200 misiles balísticos – de Irán contra Israel ante un Consejo de Seguridad abúlico y sin efectiva reacción, fija – no exagero – la agonía del sistema universal nacido en 1945 sobre la tragedia del Holocausto. Ni siquiera sirve como medicatura forense del planeta.
Algo parecido ocurrió con la antigua Sociedad de Naciones luego de la Primera Gran Guerra en el siglo XX, por la misma razón que ahora signa el agotamiento, por desviación, de Naciones Unidas. Esta y aquella decidieron conjugar sus asuntos con fundamento en el cinismo soberano de los Estados y sus gobernantes. La ONU, por lo demás, a partir de los años ’60 del pasado siglo puso de lado su principio cardinal pro homine et libertatis.
¡Y es que olvidar los campos de concentración y usar a la mentira como fisiología del poder, viene facilitando la vuelta al pasado de los gobiernos del siglo XXI! Se trata de leviatanes transformados en cárceles de impunidad, en los que se criminaliza a la política y se violan sistemáticamente los derechos humanos. Mal son capaces para resolver, por sí solos, los problemas acuciantes de una globalización a la deriva y sin gobernanza.
Solo así logra entenderse que el respeto a la dignidad de la persona humana y su fuerza normativa, como base y garantía de la paz y la seguridad internacionales, haya quedado como tema relegado, del que han de ocuparse – con retardos gravosos y alcabalas ideológicas – órganos de protección y tutela, como el Consejo de Derechos Humanos. Y, para colmo, de este hacía parte Rusia – casi que se salva de su exclusión mediante votos por la Asamblea General – cuando agrede al pueblo ucraniano, ejecutando crímenes de guerra y lesa humanidad.
El 68% de los Estados que se ocupan, desde Ginebra, de vigilar los principios de la Carta de San Francisco relacionados con la primacía de la dignidad de la persona humana, al cabo no son democráticos.
Que Nicolás Maduro Moros, en Venezuela, anuncie un baño de sangre de perder las elecciones como en efecto ocurre el 28J – y que, luego, despliegue prácticas de terrorismo de Estado según lo verifica la Comisión Interamericana de Derecho Humanos – y que, la comunidad internacional se limite a demandarle repetidamente que “muestre las actas” de esas elecciones que confiscó y se robó es un descaro. ¿O es que el mismo silencio de la Fiscalía de la Corte Penal Internacional, mediando informes suficientes de las misiones independientes de la ONU sobre la ejecución de crímenes de lesa humanidad por la cadena de mando militar y policial que depende de Maduro Moros, no es prueba cabal de la rendición de la ONU ante el mal absoluto, o de su colusión?
De modo que, la guerra en las puertas que comunican al Occidente de las leyes con el Oriente de las luces – sea en Ucrania o en el Medio Oriente – o la desvalorización de la democracia, transformada en democracias al detal y al capricho de cada nicho de impunidad estatal y de su mandón de turno como se lo han pedido los rusos y los chinos a Occidente, tiene su origen – lo explica con lucidez José Rodríguez Iturbe, monumental pensador y filósofo venezolano y autor de El sueño de la razón (2024) – en un quiebre antropológico: “Con el hombre prometeico, la modernidad se propuso expulsar a Dios – lo hizo Nietzsche – de la existencia humana”. Y cabe decir que, más allá de lo confesional, así se ha proscrito todo límite en el comportamiento humano. “La posmodernidad, con su escepticismo y nihilismo, se propuso someter lo humano a un proceso de despersonalización” y “ello ha producido el vacío de la razón moral y el empobrecimiento de la razón política hasta los linderos de la indigencia”, refiere el autor.
En mi precedente columna, que he de releerla esta vez y a propósito del ataque iraní contra el pueblo judío, mientras al mundo se lo tragan las guerras, el terrorismo, los gobiernos dedicados al narcotráfico, el desprecio a la soberanía popular, o la impunidad procaz de los crímenes de lesa humanidad, para Guterres lo relevante es que renazca el sistema multilateral universal a partir de su recientemente adoptado Pacto para el Futuro, por incapaz de domeñar al presente. Entre tanto, sobre los cementerios que se expanden ante sus ojos, desde Nueva York le propone a los Estados debatir sobre “misoginia” o acerca de los “derechos reproductivos de las mujeres”, o cómo darnos una “nueva arquitectura financiera internacional”.
La Humanidad, por lo visto, medra huérfana. Mas, como lo viene demostrando la ejemplaridad de los venezolanos regados en diáspora hacia adentro y hacia afuera de su patria chica, con casi 8.000.000 de migrantes, a partir de la solidaridad en el dolor se hacen resilientes; y, al derrotar tras el ícono de María Corina Machado al tirano de Caracas, más que reivindicar el derecho político a elegir y a ser elegido, con el valor y la fuerza de la soberanía de lo humano defiende y hace mandato, esta vez, el derecho a no emigrar.
“Un día vendrá – y aquí pongo mi esperanza en las generaciones jóvenes – en que esta gran patria, que es el mundo, volverá a encontrar en buena medida el verdadero fin para el cual ha sido creada, y en que una nueva civilización dará a los hombres, no desde luego la felicidad perfecta, pero sí un estatuto más digno de ellos y que los hará más felices sobre la tierra”, escribe Jacques Maritain hace medio siglo, cuando se inicia el calvario de la ONU. Desde entonces, la propia Unesco, que le convoca para trabajar sobre la Declaración Universal de Derechos Humanos, en su Constitución, aprobada en Londres al apenas concluir la guerra, recordaba “que una paz fundada exclusivamente en acuerdos políticos y económicos entre gobiernos no podría obtener el apoyo unánime, sincero y perdurable de los pueblos”.
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