Se cumplió un año del inicio de la intervención militar isarelí en la Franja de Gaza, en la Palestina ocupada. Lo primero que hay que decir es que no hay nada que justifique el genocidio en Gaza. Sin avalar el asesinato de civiles por parte de Hamás del 7 de octubre, hay que precisar que ello no es el origen del conflicto militar; éste se remonta a más de 70 años, cuando Palestina fue ocupada, con aquiescencia de los países occidentales, los mismos que hoy guardan silencio ante la tragedia palestina.
El pueblo palestino es la víctima en la ocupación y el colonialismo israelí, y, por tanto, tienen legítimo derecho de luchar por su independencia contra la potencia ocupante. Israel ha acumulado un enorme poderío militar, gracias al sostenido apoyo militar y económico que ha recibido –fundamentalmente de los Estados Unidos, Inglaterra y otros países europeos–, convirtiéndolo en un enclave militar y expansionista y pieza clave de occidente, para mantener una permanente presencia e influencia en la estratégica región del Medio Oriente.
Las fuerzas políticas mayoritarias de Israel, que mantienen en el poder a Netanyahu, no sólo son políticamente de extrema derecha, sino que son representantes de la ideología sionista, aquella que pregona la supremacía racial de los israelíes sobre los árabes y tienen como objetivo declarado la ocupación de todos los territorios de Palestina y más allá, hasta las riberas del Río Jordan, que, según ellos, les pertenece por voluntad de Dios.
Para lograr este objetivo, Israel ha venido avanzando en la ocupación de todos los territorios, expulsando al pueblo palestino, reduciéndolo a vivir en verdaderos “ghettos”, para luego aniquilarlos, como están haciendo dentro de la Franja de Gaza y en buena parte de los territorios ocupados de Cisjordania.
Lo que hace Israel contra el pueblo palestino es, en la práctica, “la solución final” que impusieron los nazis a los judíos: desplazarlos y aniquilarlos, hasta ser expulsado de su territorio. Ese ha sido el objetivo declarado por los más conspicuos representantes del gobierno de Netanyahu: el ministro de Defensa, Yoav Gallant, y el ministro del Interior, Moshe Arbel.
El genocidio de Israel en Gaza tiene números aterradores. En un año de implacable y desproporcionada acción militar han sido asesinados 41.800 palestinos, de los cuales 60% son mujeres y niños, y heridos más de 95.000. Para ser más preciso, en tan sólo un año, Israel ha asesinado a más de 16.000 niños palestinos. Estos, los niños palestinos, son objetivo militar de Israel, quienes aducen que son “potenciales terroristas”. No sólo han muerto casi 17.000 niños, lo cual resulta el número más alto en un año de cualquier conflicto militar desde la II Guerra Mundial, sino que no menos de 1.000 han sufrido mutilaciones en sus extremidades, y más de 17.000 han quedado huérfanos.
Israel ha violado todos los acuerdos internacionales en materia de derechos humanos, así como la Convención de Ginebra y los Tratados Internacionales para Conflictos Armados. Ha bombardeado 26 hospitales y 477 escuelas. Ha asesinado más de 200 trabajadores humanitarios de las Naciones Unidas, más de 100 periodistas y destruido 170.000 edificios, arrasando con la infraestructura de servicios, especialmente, electricidad y agua, así como las mezquitas en Gaza.
2 millones de palestinos, que sobreviven prisioneros en Gaza, tienen que desplazarse permanentemente de una u otra zona bajo ataque de Israel; incluso, se han lanzado desesperadamente a las orillas del mar, porque ni siquiera en los campos de refugiados escapan a la masacre israelí.
La superioridad militar de Israel es enorme. La maquinaria bélica de asesinar niños y civiles palestinos, es alimentada continuamente con las bombas de gran potencia y precisión, suministradas –en un flujo de la muerte permanente– por parte de Estados Unidos y otros países occidentales.
La mortífera precisión que ha alcanzado el armamento israelí, gracias al apoyo tecnológico de las grandes corporaciones norteamericanas, le permite incluso identificar por voz e imagen a su víctima, antes de realizar un bombardeo preciso. No hay errores en las acciones militares de Israel y por ello son actos punitivos, que van desde el asesinato de líderes y periodistas palestinos, hasta el de sus familias y cualquier objetivo que las fuerzas israelíes considere necesario barrer del mapa, para seguir aterrorizando al pueblo palestino y, finalmente, doblegarlos en su voluntad de luchar e incluso, de vivir.
Mientras, en los territorios ocupados de Cisjordania, las fuerzas militares de Israel, junto con los colonos israelíes, han asesinado a más de 600 palestinos, y encarcelado a no menos de 7.500, realizando permanentes “pogroms” o “noches de cuchillos largos”, con agresiones contra los habitantes de dicho país y el incendio de sus casas, así como la ocupación de sus propiedades.
El silencio de las potencias mundiales, ante el genocidio cometido por Israel en Palestina –particularmente las de Occidente, que lo sostienen–, es la expresión trágica del “doble standard” que rige sus políticas internacionales. Pero la inacción de las poderosas monarquías del Golfo es una puñalada a la noble causa del pueblo palestino, convirtiéndose en una postura cruel que, por sus propios intereses económicos y alianzas políticas, han dado la espalda a la lucha justa del mundo árabe.
Sólo Qatar, Egipto y, en mucho mayor medida, Irán han denunciado a viva voz lo que sucede en Palestina, así como el genocidio que allí se perpetra.
La realidad es que los que tienen posibilidades de incidir y detener el genocidio han preferido callar, ver hacia otro lado, mientras Israel desarrolla una verdadera limpieza étnica en los territorios palestinos.
Pocas voces se han levantado en contra del genocidio en Gaza. Una de ellas, la del secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, quien –por supuesto– fue declarado “persona no grata” por Israel. Los órganos del Sistema de las Naciones Unidas han informado y reportado, permanentemente y desde el terreno, las atrocidades cometidas por Israel en Gaza. Pero, en el Consejo de Seguridad, donde hace 20 años se autorizó la invasión norteamericana en Irak (por la supuesta presencia de armas de destrucción masiva), Estados Unidos veta, una y otra vez, cualquier iniciativa para poner fin al conflicto, incluso, la del cese al fuego.
Por su parte, Suráfrica, en representación del sentimiento anticolonialista que viven sus pueblos y el espíritu de justicia de Nelson Mandela, introdujo una demanda ante la Corte Penal Internacional, denunciando a Israel por la comisión de crímenes de lesa humanidad y pidiendo orden de captura en contra de Netanyahu y su ministro de la Defensa, esto último, aún no ha sido decidido. Como siempre, se impone la impunidad del poder.
Es impresionante la enorme manipulación mediática que las corporaciones internacionales de propaganda hacen a favor de la agresión militar israelí. Para empezar, mencionan como origen de todo el conflicto lo sucedido el 7 de octubre de 2023, mintiendo descaradamente sobre sus raíces (la ocupación de Palestina por parte de Israel), silenciando el permanente desplazamiento del pueblo palestino, desde la Nakba de 1947, hasta hoy día, siempre bajo la agresión militar israelí que los ha acorralado o expulsado de su propio país.
Por otra parte, se refieren al genocidio como “la guerra entre Israel y Hamás”, cuando ello no es ninguna guerra. La superioridad militar de Israel es abrumadora. La respuesta de los distintos grupos armados palestinos, que luchan contra la ocupación, entre ellos, Hamás, no puede detener la maquinaria militar israelí, que actúa, sobre todo, desde el aire, con sus drones, jets y bombas de precisión. La resistencia palestina es heroica, pero, obviamente, no puede detener la agresión militar israelí.
Sin embargo, la propaganda internacional justifica el genocidio palestino en una supuesta lucha contra Hamás, así como ahora justifica los bombardeos contra Beirut en una contra Hezbolá. No les importa que el Líbano sea otro país, donde, por cierto, Hezbolá es un partido político legal, con una importante representación y factor determinante en el precario equilibrio en esa nación, que estuvo sacudida por años de cruenta guerra civil.
Pero a Netanyahu no le importa, justifica el asesinato de más de 2.000 libaneses y los masivos bombardeos en contra de Beirut y el sur del Líbano, con una guerra contra Hezbolá, como si ésta fuera una guerra justa.
Netanyahu sigue en desarrollo de su política militar agresiva y criminal, sin importarle ninguna Convención Internacional, ni la Carta de las Naciones Unidas. De hecho, voló a la Asamblea General de la ONU para insultar a dicho organismo y a los países allí representados, mientras daba la orden de asesinar, nuevamente con una bomba de alta potencia, a Hassan Nasrallah (líder de Hezbolá), justificando ante el mundo el terrorismo de Estado.
Ahora se baten vientos de guerra con Irán, quien ha respondido a los sucesivos bombardeos y agresiones israelíes en contra de sus líderes y, más aún, de su Embajada en Damasco. Ésta pareciera ser la “guerra deseada” por Israel y los actores internacionales que lo sostienen, incluyendo –lamentablemente– algunas monarquías del Golfo Pérsico. Se espera, en cualquier momento, una retaliación de Israel, al lanzamiento de misiles por parte de Irán el pasado primero de octubre.
Israel y Estados Unidos están decidiendo en este momento dónde golpear a Irán, si a sus instalaciones petroleras o las nucleares.
Aquí se abre cualquier escenario de escalamiento de un conflicto que puede tener graves consecuencias para la humanidad, más aún si se agregan a ello las tensiones y la guerra, tras la invasión de Rusia a Ucrania en febrero de 2022.
Los “perros de la guerra” avanzan. Miles y miles de víctimas inocentes pagan con su vida por un orden internacional injusto, donde persisten tragedias como la del pueblo palestino, donde la verdad es un tabú y los más altos valores de la humanidad son sacrificados por los intereses del poder y la fuerza.
Lo que sucede en Gaza es una prueba para todos los pueblos del mundo. Tener conciencia del horror de la guerra, de la impunidad del poder, del colonialismo y de la opresión de un pueblo. El pueblo de Bolívar no puede resignarse a vivir bajo la violencia y la razón de la fuerza. No podemos perder nuestra grandeza, nuestro amor a la humanidad, a la esperanza.
Justamente, porque estamos en la oscura noche del madurismo, en el éxodo de nuestra patria, debemos elevar el pensamiento, no ser indiferentes, ver lo que sucede alrededor del mundo y no conformarnos con vivir en el abismo. Existen razones sagradas para luchar por nuestro país y los pueblos del mundo.
Lástima que en nuestro país no existe más la voz valiente y el ejemplo de Chávez. Hoy, Venezuela, en su propia tragedia, otrora voz de esperanza y fuerza para fijar una postura ante el mundo, perdió toda relevancia internacional. Ni siquiera maneja el petróleo (está en manos de Chevron o la OFAC). A nadie le interesa lo que diga este gobierno, sobre todo, porque no tiene moral alguna para levantar su voz en contra de la injusticia, mientras oprime a su propio pueblo.
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