Tignous, Charb, Georges Wolinski, Jean Cabut, Bernard Marris, Honoré y Elsa Cayat, 7 de los muertos en el atentado a Charlie Hebdo, y la pancarta que se hizo universal: Je suis Charlie.
Llevará más tiempo leer las siguientes líneas que el minuto y cuarenta y nueve segundos que llevó a los hermanos Said y Cherif Kouachi asesinar a diez personas (de un total de doce) sólo en la sede del semanario satírico francés Charlie Hebdo, en el distrito XI de París, el 7 de enero de 2015, hace nueve años. La masacre que los hermanos Kourachi decidieron llevar adelante por las caricaturas que el semanario hacía del profeta Mahoma, ocultó luego su brutalidad y su sinrazón envuelta en un debate sobre la libertad de expresión y sus límites, lo que encierra a su vez otro debate: quien decide cuáles son esos límites, en base a cuáles condiciones se establecen, quiénes, cómo y por qué deben respetarlos y si, en definitiva, esas fronteras no anulan el sentido de la palabra libertad.
ALBERTO AMATO // INFOBAE
En la fría media mañana de ese 7 de enero, los hermanos Kouachi, Said, de treinta y cinco años y Chérif, de treinta y dos, ambos vestidos de negro, con la cara cubierta por pasamontañas también negros, armados con fusiles de asalto Kalashnikov, entre otras armas, entraron en el número 6 de la calle Nicolas-Appert, al sur de la Plaza de la República y no muy lejos de la Plaza de la Bastilla.
Los terroristas, que buscaban la sede del semanario, se equivocaron. No sabían que Charlie Hebdo se había mudado un año antes al número 10 de la misma calle. Así que salieron del edificio del número 6 y entraron al del número 10 al mismo tiempo que disparaban contra dos empleados de mantenimiento de la empresa “Sodexo” y mataron a Frederic Boisseau, el primero de la larga lista de víctimas de ese día.
Enseguida se toparon con la dibujante de Charlie Hebdo “Coco”, Corinne Rey, a la que tomaron de rehén para que les facilitara la entrada a la redacción, protegida por una puerta blindada que se abría con un código. “Coco”, que supo enseguida lo que se avecinaba, intentó despistarlos y los condujo al piso superior, el tercero, pero los asesinos bajaron enseguida al segundo y marcaron el número que les permitió la entrada.
A la carrera fueron a la sala de reuniones, donde el grueso de la redacción planificaba el siguiente número. Preguntaron por el director del semanario, “Charb”, seudónimo que usaba el dibujante y humorista Stephane Charbonnier. Lo asesinaron a balazos y luego dispararon contra el resto de la gente.
Hicieron más de cincuenta disparos antes de escapar: todo había durado un minuto y cuarenta y nueve segundos.
Cuando los asesinos huyeron, yacía casi toda la primera línea de Charlie Hebdo y agonizaba también parte del humor de Francia. En un río espeso de sangre y de papeles habían muerto, además de Charb, su custodia, el policía Frank Brinsolaro, “Wolinski”, el célebre caricaturista Georges Wolinski, “Cabú”, Jean Cabut, uno de los pioneros de Charlie Hebdo, “Oncle Bernard”, seudónimo de Bernard Maris, “Tignous”, seudónimo del caricaturista Bernard Verlhac, “Honoré”, otro célebre de la caricatura llamado Philippe Honoré, Elsa Cayat, una psiquiatra y psicoanalista francesa que escribía la columna “Diván”, Mustapha Ourad, musulmán, corrector del semanario y Michel Renaud, periodista y fundador del festival “Les Rendez-vous du carnet de voyage”, un especialista en viajes que había ido a la redacción por casualidad, invitado por el dibujante “Cabú”.
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