Una de las importantes características de la historia política venezolana, en los siglos en los que nos hicimos independientes e hicimos la vida democrática, fue la adecuada interpretación de la realidad y de las ideas que comportaban su transformación. En el siglo XIX, a partir del fracaso de la llamada Primera República, reorientamos nuestros esfuerzos, ganamos militarmente contra la corona española y la afianzamos políticamente con la creación de la República de Venezuela. En otro caso, corregimos los entuertos del denominado trienio que dio al traste, definitivamente, con el neogomecismo, y, desde 1958, tuvimos democracia con justicia social y mejor desempeño económico. Porque, en ese tiempo, hubo proyectos políticos, distintos y complementarios que permitieron superar las viejas rivalidades entre los conservadores y liberales amarillos. Todo ello contrasta con el siglo XXI, en el que la política está enferma de fábulas y, eventualmente, confabulaciones.
Hoy día, tenemos un ejercicio de la política supeditada al espectáculo, a la ligereza, al instante. Cualquier cosa puede decirse del porvenir, porque cualquier cosa decimos de nosotros mismos, inventando – incluso – un pasado de heroísmos personales, y grandes hazañas que son siempre ajenas. Nada grave cuando todo eso queda en el ámbito privado de las personas que lo hacen. Pero demasiado grave cuando se es una figura pública, cabeza de opinión, cabeza política. Hay dirigentes que se inventan ese pasado, porque inventan el futuro. Pero no es la invención del líder serio y responsable, dispuesto al debate de fondo, incapaz de tarifar a un periodista, sino la fábula que pasa de la versión Disney del socialismo que nos trajo a la calamitosa situación actual, a la versión fabulada de la sustitución de cualquier régimen.
Esa es una versión fabulada, comodísima y frívola destinada al fracaso y … al regreso del socialismo del siglo XXI, como ocurrió con Ortega y los sandinistas en Nicaragua por citar un ejemplo. Pensemos en un momento sobre la teoría de la fábula y el carácter simbólico de la misma que la hace aplicable a todos los tiempos, pues, partiendo de las premisas tradicionales, es una crítica de un modo de vida, de una forma de ser, de los defectos del ser humano, pero, parte del discurso entre aquellos que tienen a su cargo funciones políticas y gubernamentales y, en algunos casos, de la oposición.
Esta práctica de fabular se ha vuelto cotidiana en los países latinoamericanos. Tener miedo de enfrentar la realidad, se ha vuelto tan cotidiano, que de tanta veces repetir una mentira se vuelve una verdad, y no es más que entender que el modelo político en Venezuela caducó. Cuando un régimen busca por cualquier medio seguir en su permanencia en el poder –más si se usa de por medio la violencia— resulta contrario al cambio mismo; en otras palabras, se volverá un régimen de fuerza conservador, instrumento reaccionario en manos de gobernantes autoritarios.
Los ciudadanos en pleno tenemos que insistir, resistir y persistir en la búsqueda de un mejor país. Nadie debe ser juzgado o penado por ningún gobierno por demandar una sustitución democrática sin sombras de un gobierno y de un sistema político ya caducado, como se demostró en las pasadas elecciones del 28 de julio donde una mayoría se expresó buscando un modelo distinto al actual. Se expresó por fuerzas políticas capaces de entender las necesidades del proceso histórico sin llegar a fabular como se ha venido haciendo de manera repetitiva en los últimos años.
@freddyamarcano
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