Como quiera que demasiadas cosas están en movimiento es prematuro aventurar una premonición de lo que va a suceder en Venezuela en el inmediato futuro. Lo más que se puede aspirar es a tratar de diseñar escenarios coherentes, sin aventurarnos en demasía sobre su posibilidad de realización, claro, mientras menos mejor. Y fecharlos, hoy tanto del tanto. Mañana, digo el día siguiente, podría haber otros vientos, al menos un nuevo factum que ponga nuestras cavilaciones de cabeza. En días pasados hemos transitado de la alegría y la esperanza de una victoria democrática al pesimismo de un horrendo fraude, casi inédito por lo grosero y descarado, y a una cruel represión, con perfiles novedosos, para que cundiera el miedo a reclamar el oprobio y a reconquistar la legítima victoria. Corea del Norte, dice Borges. Por ahí va la monstruosa indecencia lógica y la crueldad represiva.
Pero bueno, se ha diseñado una posibilidad de restituir un mínimo de sentido de realidad y apertura democrática, un mínimo. Al fin y al cabo el gobierno despótico ha tratado de presentarse siempre como un imbatible campeón electoral. Y hasta ha firmado tratados, con supervisión internacional, en que se compromete solemnemente a respetar elecciones limpias y competitivas. En ese sentido no le es tan fácil convertirse en un monstruo electoral y vitorear la delincuencia comicial. Además, la reacción internacional ha sido también de dimensiones desconocidas por nosotros hasta ahora. Salvo las tiranías que se sabe, las instituciones internacionales más conspicuas y prácticamente todos los países democráticos han puesto el grito en el cielo ante las dimensiones del delito. Ahora bien interesan las tres mayores izquierdas del continente, Chile golpea por su cuenta, con las que Maduro ha convenido en conversar. Cuchichean también con los gringos que, por lo demás, tienen en sus tribunales muchos de los delitos de la banda.
Esta posibilidad no puede conducir sino a perdones por los descomunales delitos cometidos durante un cuarto de siglo: robo de la cosa pública de dimensiones posiblemente nunca vistas, violación permanente de los derechos humanos –rigurosamente comprobados internacionalmente-, asociación con grupos de delincuentes, especialmente narcos. No es poca cosa. Pero en fin, la libertad y la democracia, cualquiera sea su signo, bien vale una misa, como París. Muchos se irán –un día nos llegará la noticia de que Maduro compró un palacio en Estambul–, otros parapetarán lo que queda del partido de Chávez (¡Ay Chávez y sus estatuas! ) y harán un peronismo muy aporreado.
El otro escenario es el norcoreano o, más cercano, el nicaragüense. Plomo con el que diga pío y punto. La tiranía perfecta. Es probable, incluso, que NIcolasito suceda monárquicamente a Nicolás I. Habrá paz por mucho tiempo, por obra del príncipe Padrino sobre todo, como nadie venerado por el régimen. A María Corina decidieron quemarla por bruja, pero huyó al norte. Todo oponente es fascista, aunque no se sepa muy bien qué quiere decir el calificativo salvo que suena muy feo, a Mussolini y a Hitler, para lo cual hay una ley. Y encontrarán cobijo en la Internacional de las tiranías, sobre todo Rusia y la muy poderosa China. Se pondrá coto a los desvaríos feministas asesorados por los hermanos iraníes.
Esto pienso, puede que haya alguna libertad imaginativa, pero juro que no es mi deseo exagerar. Beato José Gregorio y Reina María Lionza tengan piedad de nosotros.
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