El temor a una guerra de aranceles ya se había convertido en una obsesión para los asistentes a la China International Import Expo que se celebró en Shanghai la semana pasada, cuando la prensa dio la noticia de la victoria electoral de Donald Trump. Estaban inscritos en la lista de participantes más de la mitad de las empresas de Fortune 500.
El encuentro comercial anual más grande de Asia fue creado hace 6 años por Xi Jinping cuando era imperativo garantizarle al mundo que en el terreno de los negocios globales China era un jugador de primera línea. Todos estaban claros en que la economía mundial está entrando en una era de incertidumbre.
Ocurre que la personalidad del inquilino de la Casa Blanca no deja espacio para que sus actuaciones sean anticipables. Lo que es un hecho incontestable es que las relaciones con China entran en una etapa de impredictibilidad. Cuando Allan Gabor, el presidente de la Cámara de Comercio Americana de Shanghai fue interrogado por los periodistas sobre el éxodo de empresas extranjeras de China, este respondió diciendo que “las tensiones de USA_China están sin duda afectando la psiquis de las inversiones”.
En el momento actual ya los movimientos retaliativos entre ambas potencias y de China con la Unión Europea están en el orden del día. La expectativa de que Trump ganara la contienda electoral ha producido el efecto de ralentizar los intercambios entre los dos grandes gigantes. Las empresas han disminuido o “racionalizado” sus compras del otro. Y las decisiones de negocios se han inhibido en los últimos meses en la espera de un norte más claro.
También existe conciencia del hecho de que una afectación del comercio entre los dos más grandes impactará a los medianos países y a las economías pequeñas. Brasil, por ejemplo, una nación que mantiene una cercana relación al mismo tiempo con los dos países y que es miembro de asociaciones de comercio con ambos, sufrirá las consecuencias de un desentendimiento o se verá obligado a tomar partido.
Otro elemento de incertidumbre en torno a la naturaleza de las relaciones bilaterales proviene del hecho de que en este nuevo periodo de gobierno se puede anticipar que el presidente se haga rodear de “incondicionales”. Habrá entonces menos debate interno y menos razonamiento político frente a situaciones críticas. Si esto ocurre, las políticas trazadas frente a China durante la campaña electoral serán hostiles, erosivas y extremas. Los miembros de su Gabinete también tendrán una palabra que decir y el riesgo es que algunos de ellos sean más adversos a China que el propio presidente. ¿Qué ocurrirá cuando sea necesario discernir entre tesis opuestas en torno a un elemento complejo, como por ejemplo Taiwán? ¿Hay conciencia de que el vicepresidente JD Vance ha hecho público su parecer de que es más importante focalizarse en Taiwán que en Ucrania?
Y hay que decir una palabra sobre las inconsistencias y contradicciones en la retórica y las políticas anunciadas por Trump en torno a la relación de Estados Unidos y China. Recordemos que el candidato en su campaña enfatizó la necesidad de detener la inversión norteamericana en China al tiempo que le daba bienvenida a las automotrices chinas a invertir en suelo americano.
Los expertos en los fenómenos globales tienen en este momento sus brújulas desajustadas en lo atinente al desenvolvimiento futuro de las relaciones entre los titanes, pero en el entretanto los grandes empresarios tienen la planificación detenida.
Si en política vivir en incertidumbre es una constante, en los negocios la incertidumbre es necesario que esté proscrita.
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