Vuelvo a Sebastián Grundberger y a su ensayo reciente, La galaxia rosa, pues además de hacer escrutinio riguroso de una documentación amplia y disponible apela a la fuente autorizada de Alejandro Peña Esclusa para, al cabo, sintetizar la estrategia del socialismo del siglo XXI que avanzara desde España hacia América Latina para después regresar a su fuente. No olvidemos que los procesos constitucionales destructivos y deconstructivos realizados en Venezuela (1999), Bolivia (2006) y Ecuador (2007), si bien tienen su marco en la emergencia del Foro de São Paulo (Castro + Lula), sus escribanos proceden de Valencia y del nicho del que luego nace Podemos.
Lo que importa, más que el saldo ominoso a tenerlo muy presente en la hora de la reconstrucción, son las características modélicas de esa galaxia que se nos atravesara en el camino y para seguir atajándola: a) La manipulación autoritaria de las estructuras democráticas; b) una articulación funcional e ideológica, y una solidaridad sin reservas entre el foro paulino, el Grupo de Puebla como su causahabiente y la Internacional Progresista. Entre todos se da el “todos para uno y el uno para todos”, en un comportamiento que se hace “corporativo” bajo la regla de vieja data que se atribuye a Benito Juárez y pudo ser la del socialista democrático Juscelino Kubitschek: “para mis amigos, todo, para mis enemigos la ley”.
c) La ley es alterada judicialmente tras su lectura arbitraria y en sus entrelíneas, forjándose a la vez hegemonías comunicacionales para la construcción de narrativas y fake news que se miran y apuntan a lo social y psicológico como a lo emocional, al objeto de perturbar el significado de los significantes políticos y así congelar la voluntad popular. Venezuela rompe el molde y su satrapía se sale del sistema, es verdad. Pero así han dividido y propiciado la conflictividad entre sectores manipulando al lenguaje y sus realidades, como cuando se acusa a los sectores democráticos de amenazar a la democracia que el propio foro ha destruido en sus elementos. Y, finalmente, d) frente a la deslegitimación que les significa haber recibido aportes del narcotráfico a lo largo de dos largas décadas para la actividad política y electoral, y dineros públicos extraídos a la corrupción petrolera venezolana, purifican sus actividades trasnacionales haciéndolas depender de fondos de la Europa occidental progresista, que se inhibe y colude.
Me atrevo a decir que, si bien es este el resumen de la experiencia de la galaxia rosa que nos desnuda el complejo cuadro laberíntico que ha hipotecado toda acción democratizadora en Venezuela y en la región, no es menos cierto lo que alertara, trasvasando a lo ideológico, el juez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, el mexicano Sergio García Ramírez, en 2009:
“Para favorecer sus excesos, las tiranías ‘clásicas’ que abrumaron a muchos países de nuestro hemisferio, invocaron motivos de seguridad nacional, soberanía, paz pública… Otras formas de autoritarismo, más de esta hora, invocan la seguridad pública, la lucha contra la delincuencia, para imponer restricciones a los derechos y justificar el menoscabo de la libertad. Con un discurso sesgado, atribuyen la inseguridad a las garantías constitucionales y, en suma, al propio Estado de Derecho, a la democracia y a la libertad”.
La cuestión planteada por García Ramírez, ciertamente que no discierne entre lo conocido, las prácticas de la galaxia rosa latinoamericana, y lo emergente e igualmente letal para las libertades, el fenómeno del «bukelismo»; que se vuelve, como salida, algo más inconveniente y negacionista de la democracia. Creyendo poder derrotar al socialismo progresista pierde autoridad moral y al paso legitima al mal absoluto, una vez como clona sus procederes y fractura la ética de la libertad: a medios legítimos, fines legítimos y viceversa.
Bajo el gobierno Nayib Bukele en El Salvador, en 2020, este irrumpe con las Fuerzas Armadas en la Asamblea Legislativa, sede de la soberanía popular y, luego, el año siguiente, destituye con su nueva mayoría a los jueces de la Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia. Logró enervar, al efecto, todo control sobre sus actos de gobierno
Dentro de la galaxia rosa avanza la reforma judicial mexicana, para elegir popularmente a los jueces supremos y demás jueces de instancia, apuntalado el gobierno López Obrador-Sheinbaum sobre la mayoría electoral coyuntural que detentan y para que “sus” jueces les sean tal obsecuentes como lo son los jueces de Maduro en Venezuela.
¿Y qué debemos decir de la reciente suspensión de la vicepresidenta de Ecuador, electa por el pueblo y a la que el presidente Daniel Noboa –adversario de la galaxia rosa– suspende a su arbitrio mediante un acto de su secretario del trabajo para impedirle su sucesión? ¿Cabe silenciar ese hecho, ejecutado por un adversario del sátrapa venezolano?
La conclusión parece simple, que no lo es. Los gobiernos y la comunidad internacional – quedando a salvo los Tribunales de Derechos Humanos, el europeo y el interamericano, con sus dilaciones – dejaron de conjugar la política y el poder mirándose en las víctimas y en sus derechos humanos inalienables. Conjugan como en el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, a favor del Príncipe, del Estado y su soberanía, del principio de la No Intervención. Han destruido, todos a uno, el principio de orden público internacional que emerge en 1945 tras la Segunda Gran Guerra y el Holocausto, el del respeto preeminente a la dignidad de la persona humana y el entendimiento de la democracia, tal como reza la Carta Democrática Interamericana, como un derecho del pueblo que los gobiernos deben garantizar.
El principio de la No Intervención, así como lo esgrimen los integrantes de la «galaxia rosa» lo hacen por igual los gobiernos «bukelistas»; con lo que, a su vez, unos y otros forjan “democracias al detal”, según la prédica de China y Rusia dirigida a Occidente, en vísperas del acto de agresión a Ucrania: la democracia debe permitir, según ambos, que el pueblo escoja, libremente, a su dictadura.
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