La historia humana es, desde antiguas civilizaciones hasta nuestros días, en muchos sentidos, la lucha por la libertad, y la busca por diferentes vías, incluidos lastimosamente el conflicto y el sacrificio, para despojarse de los grilletes que la atan. Sin embargo, la alcanzada y valorada en las democracias modernas trae consigo una paradoja: en momentos de opresión son los presos quienes alzan la voz, mientras que los libres permanecen en silencio.
En el autoritarismo, la liberación es una ilusión frágil, fantasía que, cuando se cree alcanzada, fácilmente se desvanece. El absolutismo, en sus formas, advierte que la libertad nunca está asegurada. No obstante, los patrones de comportamiento suelen ser tan desconcertantes como predecibles. Los que están bajo el yugo del poder -presos, perseguidos, marginados, desterrados- son aquellos que levantan la voz en reto y desafío, mientras quienes disfrutan las ventajas de la «libertad» prefieren el silencio. ¿Por qué ocurre?
La voz del agobiado es la última herramienta que le queda. Cuando todo lo demás le es arrebatado -derechos, dignidad e identidad-, su voz sigue siendo suya. A través de ella, articula su sufrimiento, resiste a su modo y apela a la conciencia de quienes podrían estar en condiciones de actuar. La palabra es un instrumento poderoso, más aún cuando proviene de quienes se ha intentado silenciar. Aquellos, en cautiverio, recuerdan que la voz es resistente y no puede ser acallada por completo. Las palabras tienen un peso que resiste, y en ellas, anida la humanidad del que las pronuncia.
Por otro lado, el silencio de los libres es revelador. Pensar, que los no sujetos a la opresión tienen más libertad para expresarse, es un error, y a menudo ocurre lo contrario. El libre, aquel que aún no ha sido atrapado en las redes de la autocracia, puede temer a las represalias, al rechazo social o al costo personal de hacer frente al poder establecido. El miedo, lo silencia, y empuja a la complicidad pasiva. Callar se convierte en una estrategia para conservar estabilidad, aunque en el fondo se observe la injusticia.
El silencio, en este sentido, se percibe en protección. Un refugio en el que muchos optan por cobijarse, con la esperanza de que los vientos de la represión no los alcancen. Sin embargo, peligroso; y, como expresara Martin Luther King Jr., «al final no recordaremos las palabras de los enemigos, sino el silencio de los amigos». Cada vez que los libres enmudecen, la opresión se fortalece y el sistema que aplasta a los vulnerables, se perpetúa.
¿Cuál es el deber en tiempos de opresión? La verdad. En una era en la que la desinformación y manipulación campan a sus anchas, alzar la voz en defensa de la justicia es más necesario que nunca. No basta con la indignación silenciosa y la empatía a puerta cerrada. Se debe estar dispuesto a arriesgar comodidad, tranquilidad, y a veces, posiciones por una sociedad justa.
La responsabilidad es con aquellos que ya han alzado la voz. Los presos -en su sentido literal o figurado- son quienes más necesitan de la solidaridad activa de los libres. Cuando un detenido habla, lo hace en nombre de una lucha que trasciende su propia situación. Es por los derechos universales y la dignidad humana. El silencio no es sólo un acto de abandono, también una forma de ingratitud y traición.
La historia enseña que los momentos más oscuros de la humanidad no son aquellos en los que los poderosos reprimen, sino en los que la mayoría decide mirar hacia otro lado. Callar ante la injusticia es participar en su perpetuación, es ceder nuestro poder a los opresores.
Tanto la voz de los encarcelados como el silencio de los libres son manifestaciones de la naturaleza humana en tiempos de crisis. Mientras el primero simboliza resistencia, el segundo refleja fragilidad de las convicciones. Es hora de que dejen de silenciarse, reconozcan su papel en la construcción de un mundo equitativo, justo e imparcial, que comprendan, libertad y esplendor, sólo existe cuando se defiende para todos.
Los presos hablan porque tienen el coraje de enfrentar el yugo que los veja y sojuzga. Es tiempo de que los libres se manifiesten, no sólo por aquellos que no pueden, sino por el futuro de la humanidad compartida.
@ArmandoMartini
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