La realidad indica, sin posibilidad de error, que no existe ni la alternativa más remota de que María Corina Machado pierda la elección presidencial que se avecina. Estamos ante una figura que traspasa la barrera de las clases sociales, de las diferencias de género y de las peculiaridades regionales para convertirse en la encarnación de un sentimiento colectivo que jamás se ha visto en la historia de Venezuela. Sobre el punto ya escribí un par de artículos, asentados en evidencias palmarias, pero hoy quiero insistir mirando hacia el papel de los partidos y de los líderes de la oposición ante un fenómeno que los saca de quicio y frente al cual no han demostrado posiciones suficientemente enfáticas, o capaces de no sembrar dudas de su reacción ante el fenómeno.
Que la dictadura ponga todo su poder para detener el itinerario de una rival arrolladora puede entenderse porque sufrimos el azote de un régimen capaz de llegar a extremos de arbitrariedad y de crueldad para mantenerse en el poder. El hecho de que se le entienda no indica que debemos respetar su libreto, desde luego, sino solo que no produce sorpresas. De allí que parezca hoy más conveniente no quedarse de una pieza porque ya puso las elecciones para el 28 de julio, y para dentro de un mes la inscripción de los candidatos presidenciales, sino detenerse en detalles como el de que el acelerado maratón fue aprobado en el CNE por unanimidad, es decir, con el voto de los rectores que, según habíamos supuesto infinidad de pendejos, representan a las organizaciones de oposición. No cabe en cabeza normalmente amoblada que unos directivos que están en su cargo para evitar la hegemonía del régimen, no solo voten por la propuesta electoral de la dictadura sino que, por si fuera poco, ni siquiera ofrezcan de inmediato unas palabras de explicación para salir del paso, para medio lavarse las caras arrugadas y ajadas por la prosternación de los cuerpos que coronan. Cuerpos arrodillados, organismos sumisos, tronco y extremidades muertos.
Pero importa mucho más preguntarse por los líderes que propusieron los nombres de unos rectores tan dóciles para un cargo fundamental cuando nuestro republicanismo ha sufrido vapuleos bíblicos. O sabían los promotores de sus postulaciones que estaban escogiendo a un par de buenos para nada, que hacían apostas la propuesta de dos títeres, de un par de tontos de capirote, de una pareja de cobardones, o demostraron una incompetencia sobre la cual abundan también los ejemplos en muchos pasajes de la Escritura. O, mucho peor, podían saber igualmente que escogían a dos pájaros de cuenta que ni siquiera parpadearían cuando los mandones se detuvieran en una coincidencia políticamente escandalosa y cívicamente aberrante, como hacer que el acto electoral coincidiera con una data biográfica estelar del «comandante eterno». Todo tipo de hipótesis que coloque en su lugar a los parteros del dúo, a los padres de unas criaturas tan deplorables desde el punto de vista de la republicana decencia, tiene cabida sin ninguna dificultad.
La pelota está en la cancha de los partidos políticos, a cuyo liderazgo corresponde una respuesta sobre la inexplicable unanimidad con la cual obsequiaron a una dictadura arrinconada y aborrecida por las mayorías populares. Y que no vengan con el cuento de que se enteraron de la monstruosidad y de la alevosía cuando la anunció el Canal Ocho, porque todos sabemos que este tipo de recetas se prepara en horno discreto, después de un conjunto de concesiones que van y vienen hasta que, por fin, se acuerdan las candelas y las ventajas del sacrificio. Una conducta que ya anunciaba la moderación de muchos voceros de la oposición en torno a la inhabilitación ilegal de la candidata, pero que ahora asciende a cumbres de inmundicia. Quizá se estén vengando de la paliza de la elección primaria, sin pensar en que la apoteosis de su cómica fue el resultado de circos anteriores. O tal vez no entienden que la historia es implacable cuando debe expulsar a quienes antes la disfrutaron y manipularon.
Afirmaciones tan duras contra dirigentes de los partidos políticos no son justas con figuras primordiales que han respetado los compromisos anteriores a la primaria – Velásquez, Pérez Vivas, Ocariz y uno de los Guanipa, por ejemplo-, pero cuando se escribe en un martes de cólera no está la computadora para sutilezas. Ni siquiera para esperar, sino más bien para el atrevimiento de adivinar lo que hará desde su tronito comarcal Manuel Rosales después de que un entusiasta heraldo lanzara hoy mismo su candidatura para las tempraneras presidenciales. Y en ese puntillo me estremece la adivinanza. Tampoco me trasmiten calma unas inoportunas declaraciones de Henrique Capriles, que acabo de leer y a través de las cuales asegura que ha llegado la hora de tomar decisiones. Como si no fuera obvio, pero igualmente como si tales decisiones no se hubieran tomado cuando él se retiró de la primaria sin mayores explicaciones porque no podía con una aplanadora de apellido Machado.
Nubes negras y pesadas en el cielo de muchos líderes de los partidos venezolanos y de los partidos más irresolutos, en suma, mientras una estrella brilla en solitario para pavor de la dictadura.