Uranio 235
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Son historias poco conocidas de nuestro pasado científico. Para ello, tenemos que sumergirnos en las tierras de Gabón, África occidental, para localizar una reliquia de la era atómica que es totalmente natural. No ha sido creada por la mano del hombre, sino que representa un fenómeno natural que desafía nuestra comprensión de cómo funcionan y se originan los procesos nucleares.
Por: Muy interesante
Viajemos en la historia a hace unos 1.700 millones de años, durante el Eón Proterozoico de la Tierra primitiva, la concentración de isótopos de uranio-235, el ingrediente clave para las reacciones nucleares, era aproximadamente del 3%, mucho más alta que el 0,7% actual. Este considerable porcentaje era lo suficientemente alto como para iniciar y sostener una reacción de fisión nuclear en las condiciones adecuadas.
Pero, ¿cómo se formó?
Gracias a un variado abanico de acontecimientos geológicos. Inicialmente, el preciado uranio, formado en supernovas miles de millones de años antes, acabó concentrado en depósitos mediante diversos procesos geológicos. En aquella época Oklo era una marisma y el suelo comenzó a inundarse de forma regular. Partimos, por tanto, de la base de una zona rica en uranio, con abundante uranio-235.
Con el tiempo, el agua subterránea se fue infiltrando en estas rocas ricas en uranio, actuando como moderador de neutrones, lo que facilitó la fisión de los átomos de uranio-235 (si un reactor nuclear no tiene nada que modere o ralentice los neutrones, las reacciones de fisión se detienen, ya que cuando un átomo de uranio se divide por la mitad, los neutrones salen volando a velocidades vertiginosas de 13.000 kilómetros por segundo; si los átomos de uranio no pueden absorber los neutrones no se puede producir la reacción en cadena).
Esta fisión generó calor y más neutrones, consolidando la reacción en cadena, es decir, formando un auténtico reactor atómico totalmente natural gracias a que el agua absorbió los neutrones y actuara como moderador en la mina de Oklo. Este ciclo se repitió durante la vida útil de los reactores, que se estima que estuvieron activos durante unos cientos de miles de años.
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