“Casi todas, si no todas, las principales cuestiones y dificultades de la edificación soviética -en su forma más compacta, condensada y ruda- se presentaron principalmente ante nosotros en el terreno militar”, escribe Trotsky desde Moscú, el 27 de febrero de 1923. Pasaron casi seis años de la Revolución de Octubre. Las repúblicas soviéticas han sido unificadas, el sistema bancario ya está estatizado, los títulos de nobleza abolidos, el aborto voluntario y gratuito, Lenin sigue vivo y la sombra de Stalin apenas acecha. Entonces acepta la idea de V. P. Polonski de reunir sus artículos, discursos, informes y cartas en un gran volumen, y decide redactar un prólogo. El libro se publicó en 1923 en ruso pero rápidamente desapareció de circulación: la burocracia estalinista así lo dispuso.
Por estos días, Ediciones IPS reeditó Cómo se armó la revolución: escritos militares de León Trotsky, una selección de textos que se publicó en el año 2006 con algunas modificaciones y mejoras. Muchos de esos escritos se tradujeron al español por primera vez en este libro. En una larga introducción, Andrea Polaco y Liliana Ogando Caló aportan el contexto adecuado: “Además de ser un político revolucionario excepcional, fue el jefe militar indiscutido de las masas rusas en la guerra civil. No solo era un dirigente militar a la hora de dar órdenes, dictar decretos, reglamentos, posicionar los frentes, etc., sino que también fue quien jugó el papel más importante en la difusión de las ideas socialistas y el convencimiento moral de las tropas allí donde ellas flaqueaban, donde podían ser derrotadas”.
Además de una maquinaria teórica enorme, pilas y pilas de libros escritos acerca de cómo construir un Estado obrero, el primero de la historia, logrado incluso en un país pobre y atrasado —y no como predecía Marx, que sería en el más desarrollado, donde estallen las contradicciones entre capital y trabajo—, hubo otra cosa, no menos importante: una gran estrategia militar. Quien la llevó a cabo fue Trotsky, con el Ejército Rojo, que no era un ejército “nacional” sino de clase: “Son llamados a la instrucción militar los obreros que trabajan en fábricas, talleres, explotaciones agrícolas, pueblos, y los campesinos que no explotan trabajo ajeno”. Ese ejército en 1920 llegó a tener cinco millones de soldados, todos conscientes de que “sólo la revolución proletaria había realizado su mayor reivindicación histórica”.
A bordo de un tren blindado, llamado La Rusia libre, que comenzó a andar en la fría mañana del 8 de agosto de 1918, Trotsky recorrió casi 100 mil kilómetros, un equivalente a dos vueltas y media al mundo. “Representaba un aparato móvil de gobierno dotado de imprenta, estación telegráfica, radio, grupo eléctrico autógeno, biblioteca, garage y baño. Cuando surgían momentos difíciles en los frentes el tren acudía para dar directivas y elevar la moral de los combatientes. También desde el tren se publicaba para todo el Ejército Rojo el boletín V puti (En Camino)”, cuentan los investigadores. Viajaba con él una delegación de comandantes y soldados comunistas. Durante largos trayectos de nieve y soledad por las profundidades de Rusia, escribía estos textos de estrategia militar y revolución.
Cómo se armó la revolución se divide en tres partes —“Aspectos fundacionales”, “Frente interno y externo” y “Teoría militar”— que conforman un corpus notable de documentos históricos. Pese al tiempo y la distancia, dan cuenta, no sólo de un proceso histórico, sino de un gesto, una postura, una disposición: que la realidad determina la estrategia pero que la estrategia puede cambiar la realidad. En nuestros tiempos digitales y adormecidos, donde la relación de fuerzas paraliza cualquier idea disruptiva, el arco de posibilidades es monocromático y el verticalismo propone mal menor o regresión, ¿cómo se piensa hacia adelante y qué significa tener “confianza en el futuro”? Quizás no venga mal ojear postales inquietantes de ese multiverso concreto que llamamos Historia.
En un informe del 29 de julio de 1918 titulado “La patria socialista está en peligro”, luego de una sesión del Comité Central Ejecutivo, diputados, sindicatos y comités de fábrica, Trotsky escribe: “Camaradas, no entra en los hábitos del poder soviético, ni en los del partido dirigente de los soviets, ocultar o embellecer la situación verdadera de la revolución”. Plena Guerra Civil Rusa. El enemigo del Ejército Rojo es un monstruo de muchas cabezas: hay conservadores, liberales, monárquicos, zaristas, socialistas y mencheviques. La contrarrevolución ataca por varios frentes. Todos forman el Movimiento Blanco y cuentan con el apoyo de Occidente. El comunismo ya está en Europa y amenaza con tomarla por completo. La guerra no cesa pero “la clase obrera no puede ser derrotada”.
Trotsky le habla a su ejército y le impregna giros de paciencia, de aliento, de violencia, de camaradería, de pasión. Cita a Ferdinand Lassalle porque hay que “decir las cosas como son, declarar y contar a las masas lo que sucede realmente”: esa “es la regla fundamental de toda política auténticamente revolucionaria”. Hace una caracterización de la situación, reconoce que “en algunas ciudades provinciales las autoridades e instituciones soviéticas tampoco están siempre a la altura debida” y golpea la mesa: “Pero esto no basta, camaradas”. “Hay que destruir a los checoslovacos y guardias blancos, aplastar a esos canallas en la zona del Volga, para que todo nuestro trabajo adquiera sentido y significación histórica”, sentencia. Y después: “El peligro es serio, y a un peligro serio debemos responder seriamente”.
Meses después, el 30 de noviembre de 1918, Trotsky redacta la resolución del Comité Ejecutivo panruso de los Soviets: “La República soviética se encuentra ante el peligro creciente de invasión por las huestes aliadas del imperialismo mundial. Habiendo entrado en el ruedo sangriento de la guerra mundial, bajo las falsas consignas de democracia y de fraternidad de los pueblos, los piratas aliados vencedores pisotean ahora a todos los pueblos y estados más débiles”. Dice que la clase obrera alemana “es estrangulada ahora sin piedad por los Wilson, los Lloyd George y sus cómplices”, Bélgica “pasa a ser botín de Inglaterra”, “los países de la península balcánica son ocupados por tropas extranjeras”, las “tropas angloamericanas y coloniales” buscan “aplastar la revolución del proletariado francés”.
La caracterización es amplia y acabada: “En estas condiciones de bandidaje mundial, de robo y violencia, sólo un país es actualmente verdadero hogar de la independencia de la clase obrera, bastión de los pueblos débiles y oprimidos, fortaleza de la revolución mundial: la Rusia soviética. Contra ella se concentran la rabia y el odio de la burguesía mundial”. La redacción es siempre clara; sobre la enumeración de obstáculos y presiones que se multiplican y agigantan, Trotsky dibuja una luz de esperanza que ilumina la posibilidad avasallante de la victoria. ¿Acaso no es el objetivo de cualquier militar, de un buen estratega? “Esta voluntad lleva a la victoria, es la mitad de la victoria”, dice en “La patria socialista está en peligro”. A lo largo de todo el libro la palabra victoria aparece 122 veces.